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—¡¿Pero qué haces?! —finalmente, Ray recogió suficiente valor en pretender una conversación civilizada, sabiendo que lo próximo que pudiera suceder sería una lucha por la sobrevivencia. Sin embargo, no recibió respuesta.

La frialdad hostil reflejada en los ojos de Mikey se asemejaba a un general nazi, carente de escrúpulos o falta de criterio moral. El aumento de horror, al reconocer que él era capaz de lo que fuese, era irremediable.

La chica se aferraba a la espalda de Frank, sollozando y murmurándole millares de clamores y temores por lo que sucediera a continuación y por el cómo, con ayuda de un poder divino, saldrían de tales espantosas circunstancias. En las que las emociones e instintos más básicos tendrían participación en el juego.

—¿Lo ves? Te dije que podría solo... —un bramido distante acudió al tenso encuentro. Dos figuras irreconocibles debidas al uso de pasamontañas y máscara de payaso, respectivamente, hicieron intromisión; ambos consiguieron extender el miedo entre los estudiantes. Quien habló sostenía un bate de béisbol, a diferencia del contrario, que no traía ninguna clase de arma en mano pero sí optaba de una mochila enganchada a su espalda—. Creo que hasta se parece a ti.

Frank examinaba apresuradamente los confines de la única sala de la que tendría posibilidad de salir huyendo. Un agujero en la pared que simulaba ser una ventana se encontraba cercano. La caída desde un tercer piso no lo mataría, quería jurarlo él. Y cuando estuvo a punto fijo de levantar una pierna, sintió como la zarpa de la prostituta sumergida en pánico se aferraba a su brazo, pidiéndole que no la dejara sola o la abandonara.

—Ten, son sus teléfonos y carteras —señaló el que mantenía la pistola en alto, alcanzándoles con la otra mano una bolsa plástica que recién había colmado con los aparatos arrebatados y otras pertenencias, incluyendo efectivo y tarjetas de crédito. Las huellas dactilares no serían más que un mito gracias a los guantes que había usado antes de comenzar el fin del alboroto adolescente.

—¡Pero qué eficiente! —le felicitó mientras se encantaba con la cantidad de bienes materiales que hace un momento dejaron de ser ajenos—. ¿Seguro que registraste a todos?

—Aún no, me falta uno. Está en la otra habitación.

Tras algunos abrumadores y frígidos minutos, manifestó una voz diferente, del segundo sujeto que en un principio parecía que no hablaría a lo largo de la toda noche. El estilo de voz era obstinado y empeñado en articular correctamente las palabras, con supuestas intenciones de sonar así para alarmar a cualquiera que lo oyese.

—Recuerdo que dijiste, que serían seis —se aproximó al muchacho, y éste retrocedió. Y él encontrándose igualmente irritado, bajó el arma unos segundos.

—Sí, ya lo sé. Pero parece que fue a último minuto que...

—Pero parece que te vieron la cara de estúpido y no te dijeron. Recuerda bien lo que hablamos —disminuyó un poco el tono de voz y dio la vuelta para decir—: ¿Y dónde está? Quién de estos es, quiero terminar el maldito trabajo e irme.

—Está en la otra habitación —repitió y apuntó fuera de la sala—, por allá.

—¿Es que acaso lo dejaste solo? —le preguntó el primer hombre que hizo presencia.

—No, estúpido, cómo crees que va a estar solo. Debe estar follándose a tu perra adicta.

—Seguro, sí, no me sorprende... —el que recién había aparentado ser una especie de instructor para el joven comenzó a caminar lentamente en círculos y a frotarse las palmas de las manos, mostrando un serio perfil de ansiosa conducta y enfado—. ¿Y entonces, por qué se sigue escondiendo y no lo trae?

MR. SINISTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora