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En las que veces que intentaba dormir, perdía la conciencia por unos largos minutos, mas no conseguía integrarse al estado de descanso que su insufrible espíritu exigía o necesitaba cada noche en la que procuraba cerrar los ojos. Una desesperante situación en la que más de uno perdería su juicio de la sanidad.

Sin embargo, para él, era más favorable que las ocasionales pesadillas que surgen en cuanto lo hace. Para entonces, se desarrolla una desagradable y diaria rutina, que intenta compensar a través de la imprevista e inanimada luz de una pantalla.

Una vez, dos veces..., pronto se olvidó de contar las vigilias. Sí, estaba seguro de que hubo una primera vez, en algún recuerdo ya lejano. Uno que existía en un paraíso mental del que fue exiliado y permanece ajeno a su calma.

Aunque el más cercano que lo mortificaba era el de cómo unas figuras monótonas y de pálidos rostros distribuidos en su entorno posaban sus delgadísimos y descompuestos dedos en su pecho. Enterrándose entre las cálidas costillas, desgarrando hasta el último hueso que ensamblaba su tórax.

Y sólo la ausencia del líquido carmín conseguía hacerle entrar en la lógica.

E aquí la cuestión, despistaba a menudo dónde terminaba la realidad y dónde comenzaba la fantasía. Cuándo se proyectaba en el mundo de las pesadillas.

Pero antes de que se acerque el final de la tragedia, justo en ese instante despierta y despega el rostro del pupitre. Volteando únicamente a otra cruel realidad. Para que la primera tragedia representada en carne y hueso que sus cansados ojos gocen, sea la profesora de química.

Según el jovial criterio de los presentes, la señora presentaba en sus facciones y en la manera de explicar, una clara actitud miserable y agotada. Se asomaba alguno que otro detalle del que los estudiantes se apiadaban, y el joven se limitaba a ridiculizar.

Se cubrió el rostro con las manos y puso los ojos en blanco, con paciencia inhaló hondo.

Desde hace varios meses atrás, la incógnita es cuántos meses, el derecho de dormir le había sido negado, obteniendo las propias consecuencias de: no estar dispuesto en clases, una penosa apariencia y una accidental cortadura en el antebrazo derecho causado por, una botella de vidrio y una rabieta suya.

Un corte que escondía ahora mismo bajo unas vendas y la manga de un suéter azul oscuro. Ante todo, que este tipo de condiciones suceden en su caso por no despegar su atención de la iluminación que suele habitar bajo la puerta y otras razones que ya fueron expuestas.

Actualmente no le parece extraordinario el hecho de quedarse sin compañía "unos días", puesto que era raro cuando no se sentía así. Podría comer, irse a dormir y regresar a la hora que quisiera, y solamente sabría Dios cuándo ella iba a regresar. Más allá de eso, nada preocupaba más al chico excepto saber que hace poco unos intrusos se las habían arreglado para meterse en la casa de uno de sus compañeros de clase a mitad de la noche. Robando así ciertos bienes materiales. Tomado en cuenta, le hacía pensar en todo menos algo que no fuese virulento; y lo sacaba a veces de la única responsabilidad que le concernía a la edad de diecisiete años, la cual era estudiar.

Sabía que en caso de que sucediera tal martirio, terminaría más muerto de lo que ya estaba, no podía distinguir cuál sería el peor escenario. Entonces comenzó a reír servilmente al darse cuenta de que capturó la atención de la profesora, quien fulminaba con la mirada lo que para él era su disgustada existencia.

Para nada porque le causara gracia o le otorgara un hilo humorístico bastante retorcido y complicado a la trama, reía porque se sentía atolondradamente nervioso. Cabe mencionar, que la característica de reír ante una situación enervante, se mezclaba con el repentino complejo de tartamudo. Y debido a esto, Frank era bastante conocido en la institución aunque él se empeñara en negarlo.

MR. SINISTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora