Capítulo III: Natblidas

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Habíamos crecido juntos pero sabíamos que mutuamente debíamos asesinarnos en cualquier momento que fuésemos llamados al conclave sin ningún previo aviso. Qué difícil es irte a la cama pensando cómo vas a asesinar a tu compañera de cuarto o a todos esos niños que crecieron con tus chistes de comedor, pero así nos había tocado vivir, en una rivalidad absurda contra nuestro propio pueblo.

Crecí aferrada a mi destino y con la idea de ser la próxima comandante, por eso gané el conclave, porque nunca contemplé la idea de no hacerlo, mucho menos después de la muerte de mis padres porque sabía que algún dia los vengaría y aunque no lo haya hecho yo precisamente, me da gustó saber que Clarke lo hizo, sin siquiera saberlo.

Una noche de invierno, antes de mi cumpleaños número catorce, fui con Luna por unas velas para iluminar el salón y practicar un poco de como batirnos en duelo. Ella era muy buena, jamás logré vencerla y no hubiese querido hacerlo porque la quería bastante y ella a mí, lo supe cuando huyó del conclave para no tener que asesinarme. Luna sabía que ganaría, de hecho todos lo sabíamos pero no podíamos simplemente retirarnos sin antes haber luchado, por eso ella se fue, porque no quería cargar con la idea de haber asesinado a sus propios amigos por más que la profecía lo dictara de ese modo, ella era buena y es que ni siquiera nuestra educación de guerreros la hizo pensar distinto a lo que dictaba su corazón. Yo en cambio, fui Heda tras asesinar a mis amigos pero no es mi motivo de orgullo actualmente.

Esa noche mientras entrenamos, Luna me dijo que jamás podría asesinarme y yo traté de convencerla de seguir nuestras creencias, pero claramente no pude. Sin embargo, yo tenía una idea de cómo vencerla, conocía su punto débil, sus estrategias y la manera en que se defendía, agradezco que no haya sido necesario poner todos esos conocimientos en práctica porque Luna era mi amiga.

Diario de una comandanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora