Capítulo V: Leopoldo

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Una mañana de un sábado, calculo que eran las ocho y Clarke aún estaba dormida, entonces me levanté despacito y caminé hasta la puerta, había un ruido extraño afuera, lo cual era raro porque solo estábamos nosotras en un espacio relativamente grande. Hacia un frio aterrador, por eso llevábamos durmiendo con la chimenea encendida durante varias semanas en que la nieve vestía los grandes prados de nuestro infinito jardín.

- Oye, ¿no quieres venir a la cama un rato? ¿eh, pequeña?

Ay Clarke, siempre tú siendo tú y yo dejándome dominar por ello. Volteé a verte y tu sonrisa me hizo viajar incluso más lejos que la anomalía; pude estar en las verdes praderas de Suiza en primavera, los jardines de cerezos en el invierno de Tokio y los espectaculares atardeceres de las islas Canarias en verano, todo eso en el resplandor de tus dientes arqueados.

A veces el amor nos transforma haciendo vulnerable nuestro corazón pero fuerte nuestro deseo de seguir viviendo, eso causaste en mi esa mañana de invierno cuando vi tu sonrisa, unas ganas desenfrenadas de vivir junto a ti hasta el final de nuestra...

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A veces el amor nos transforma haciendo vulnerable nuestro corazón pero fuerte nuestro deseo de seguir viviendo, eso causaste en mi esa mañana de invierno cuando vi tu sonrisa, unas ganas desenfrenadas de vivir junto a ti hasta el final de nuestras vidas, porque ¿Qué es la vida si no mirarte despertar cada mañana y que me pidas quedarme en la cama un ratito más?

- Me quedaría contigo una vida entera, Clarke.

Y de pronto, el ruido de afuera regresó con más intensidad y ambas tuvimos miedo. No sabía muy bien de que se trataba pero se asemejaba al crujir de una puerta de metal oxidado o el sonido de un objeto punzante que se arrastra por el suelo. Así que mientras tomaba mi cuchillo para ir a ver que ocurría, Clarke se vestía rápidamente para acompañarme y yo, aunque con miedo, no podía dejar de apreciar lo hermoso que era su cuerpo blanco como el algodón.

Tras abrir la puerta, ambas a la defensiva de quien sea que estuviera hurgando nuestra puerta, no vimos nada de frente, todo yacía aparentemente tranquilo y en una envidiable quietud, fue entonces cuando miré al suelo y lo vi, un perrito que inmediatamente tomé entre mis brazos.

Tras abrir la puerta, ambas a la defensiva de quien sea que estuviera hurgando nuestra puerta, no vimos nada de frente, todo yacía aparentemente tranquilo y en una envidiable quietud, fue entonces cuando miré al suelo y lo vi, un perrito que inmed...

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Ese dia nos dio mucha ilusión tener una mascota y pasamos toda la tarde eligiendo el nombre adecuado, hasta que tras mil intentos y discusiones estúpidas colmadas de risas, elegimos llamarlo Leopoldo.

Diario de una comandanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora