El reloj posado en la pared hace ruido cada vez que la manecilla se mueve causando un eco constante en la habitación. Un hombre vestido de traje entra la oficina donde una mujer lo espera, él toma la silla y sentándose la observa.
—Hola Andrea Reece ¿cómo has estado? —Richard el periodista se sienta en el otro extremo de la mesa observando con detalle a Andrea mientras ella mantiene una mirada perdida.
Suspira —¿Cómo podría estar? —sus ojos con líneas rojas lo observan fijamente —He pasado los últimos años de mi vida en esta prisión porque me acusaron de cosas que no hice. ¡Eso no es justo!
Junta las manos sobre la mesa e inclina su cabeza —A pesar del tiempo que ha transcurrido, ¿sigues afirmando que eres inocente?
Bufa —lo sigo afirmando porque soy —golpea la mesa— ¡inocente! —suspira —pero, ¿qué sentido tiene? Si mi vida la perdí hace mucho tiempo.
Separa las manos y las vuelve a juntar —se me permitió venir a esta prisión para hacerte una entrevista, aquí está la cámara —señala— puedes contarnos tu versión de la historia.
Sonríe y se pone una mano en el pecho —¿En serio por eso estas aquí? —bufa —no eres más que un simple periodista que busca ganar fama a través de esta historia.
Se encoge de hombros —no tengo deseos de ganar fama —pone la mano en su mentón —solo quiero que nos cuentes la historia.
Andrea voltea su rostro hacia la derecha —Preferiría guardar silencio —suspira —no vale la pena hablar después de tantos años.
Sus ojos la observan de arriba abajo —Si ya tu vida la perdiste. ¿Por qué no contar la historia?
Cierra los ojos —es duro recordar todo lo que aconteció en esos días —una lágrima sale de su ojo y suspira —pero te contaré —hace una pausa y lo señala con el dedo —y quiero aclarar que no lo hago para comprobar mi inocencia, lo haré por mis amigos.
HACE VEINTE AÑOS
Fue un jueves seis de agosto del año dos mil quince cuando mis amigos y yo decidimos emprender un viaje con destino al barrio francés ubicado en Nueva Orleans, también teníamos la intención de visitar otro sitio turístico llamado acuario de las Américas. Nos hospedaríamos en una posada un par de semanas y el tiempo que tardaríamos en llegar por carretera seria de un día, sin tomar en cuenta las paradas que haríamos en el camino.
¿Quién piensa en la duración de un viaje cuando vas con tu grupo de amigos?
En esos momentos las horas se reducen. Llevábamos unas semanas planificando el recorrido y aunque no teníamos en mente que Mario viniera con nosotros, por cosas del destino o más bien por un error de Sonia (como quieras llamar a ese pequeño percance), él nos acompañó en esa travesía.
Ese día por la mañana Enrique fue a buscarme a casa, me escribió un mensaje al WhatsApp diciéndome que estaba cerca. Bajé las escaleras con una mochila en mi espalda y al final de ellas me encontré a mi madre, su mirada reflejaba preocupación debido al viaje. Pues, aunque tenía veinte años, ella me seguía viendo como una niña.
—Cuídate mucho cariño —me dio un beso en la mejilla —escríbenos en cada oportunidad que tengas para saber cómo la estás pasando.
Por otro lado, mi padre me rodeó con sus brazos —¡Qué te vaya muy bien hija! —me dio un beso en la frente.
Acto seguido escucho el pitar del claxon de un coche indicándome que Enrique me esperaba afuera, salí apresurada, luego volteé para despedirme de mis padres mientras alzaba la mano moviéndola y entraba en el auto.
En el auto estaban casi todos los chicos, y con esto me refiero a; Enrique, Luciano, Mario, Sabrina y Orlando. Solo faltaba recoger a Sonia que vivía a unas pocas cuadras. Al llegar a su casa ella salió al instante, noté su semblante decaído como si hubiese tenido una mañana desagradable, pero debido a que se sentó en los puestos traseros y yo estaba adelante, obvié preguntar suponiendo que no querría hablar en ese momento.
Enrique continuó manejando hasta las cuatro de la tarde por lo que Orlando lo relevaría, paramos un instante en la carretera para cambiar de puesto. Yo también aprovecharía de hacerlo yendo a la parte trasera sentándome al lado de mi novio.
Estábamos bromeando en el auto y habíamos tomado poco licor, nos reíamos a carcajadas porque al bajar del coche Sabrina tropezó con una roca quedando estampada en el pavimento.
Entre risas Mario la ayudó a levantarse —¡No es gracioso! —sacudía el polvo de su pantalón.
—Si lo es —Orlando continuaba riéndose.
Antes de cambiar de asiento comencé a observar nuestro entorno y noté que no muy lejos había una montaña rocosa. Orlando propuso ir hasta ella para tomarnos un par de fotografías.
Estábamos en medio de la carretera y el clima era seco, casi desértico, por este motivo Luciano manifestó no querer ir, pero lo terminamos convenciendo.
Luego Enrique sugirió que nos acercáramos en el auto, a lo que todos accedimos. Sacando mi celular del bolsillo observé una noticia relevante donde decía que en un pueblo cercano hubo un pequeño temblor, sin embargo, no pude terminar de leerla porque perdí la señal. Ignoré por completo eso y no dije nada.
Nunca imaginé que algo así cambiaría nuestras vidas, pero a veces los sucesos están destinados por un rumbo que no comprendemos.
Al llegar bajamos del auto y noté que Mario llevaba su mochila puesta, no era nada extraño porque tenía la costumbre de llevarla siempre consigo. Estando en la parte baja de la montaña nos tomamos algunas selfis con el celular de Sabrina, luego Mario sacó una cámara de su bolso y comenzamos a usarla para no agotar la batería de los celulares.
Nos tomamos muchas fotografías y hasta grabamos un video. Luego nos percatamos que detrás de nosotros había una cueva, su entrada era estrecha, pero lucía muy intrigante.
—¿Y si entramos a explorarla? —Orlando sonreía y movía las cejas.
—Pero no vayamos tan lejos —Sonia movía la cabeza hacia los lados —recuerden que soy claustrofóbica.
Después de una pequeña discusión decidimos entrar, el lugar estaba oscuro y oíamos el eco de nuestras voces. Mario nos asustó de un grito, en especial a Sabrina que detestaba ese tipo de bromas.
—¡Estúpido! —lo golpeó en el hombro mientras todos nos reíamos.
Aun no terminaban las risas cuando el suelo comenzó a moverse y el polvo de la cueva nos caía en la cabeza, seguido de pequeñas piedras.
—¡Es un terremoto! —Luciano gritó comenzando a correr hacia la salida.
Corrimos tan rápido como pudimos, pero al llegar a la entrada cayeron rocas del tamaño de un auto que la colapsaron. En un intento inútil las empujábamos con desesperación, dándonos cuenta que era imposible moverlas porque pesaban demasiado. No obstante, a los pocos segundos el suelo dejó de sacudirse.
Nos mirábamos los unos a los otros mientras nuestros rostros reflejaban pavor. Paralizados y en silencio asimilábamos que habíamos quedado atrapados en una cueva en medio de la nada.
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Jueves 6 de agosto
Mystery / ThrillerDespués de mucho tiempo sin reunirse, un grupo de amigos planea realizar un viaje por carretera, pero sus planes cambian cuando deciden explorar una cueva y quedan atrapados en ella. Con desesperación buscan otra salida hasta que se topan con unas c...