☾Prólogo

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Dos meses antes...

Can sonrió. No estaba mal, había pagado poco por la casa, y era cierto que estaba hecha un desastre por dentro y por fuera en cuanto a limpieza, pero estaba seguro que con trabajo duro todo estaría bien. Era de un estilo clásico de la zona, no recordaba muy bien lo que "clásico" debería de significar pues era la primera vez que se encontraba en Tailandia en años. Y más específicamente en un pequeño pueblo. No es que fuera un campo deshabitado o algo por el estilo, lo que pasaba era que para Can cualquier lugar sin edificios de más de veinte pisos era denominado de esta forma.

El joven hombre se cruzó de brazos sin permitirse desanimarse al pensar que dejaría tantas cosas de la ciudad, y del antiguo país en el que vivía para estar ahí. Pero era mejor así, ya no tenía nada más que aportar en América. Aun siendo él tailandés se sentía más estadounidense en varios aspectos ya que había pasado casi toda su vida en Estados Unidos con su padre, que ahora estar aquí lo hacía sentir como un intruso. Un extraño deambulando por terrenos que no eran suyos.

Hizo una mueca al caminar hacia la casa. Su rodilla izquierda estaba mal, él lo sabía, sin embargo, no podía quejarse. Después de todo Tar estaba bien. Y mientras él lo estuviera, todo lo demás podía irse directo al carajo. Hasta Ley. Pero claro, él no le diría eso de frente a su queridísima hermana ni aunque estuviera loco.

Can pasó por el descuidado jardín de su nueva residencia con curiosidad; el espacio era enorme para una sola persona, incluso para una pequeña familia. Estaba lleno de maleza que le llegaba más arriba de su pantorrilla, descuidado, las ramas de los árboles crecían en todas las direcciones equivocadas, la reja que rodeaba el lugar estaba rota y le faltaban varias piezas de madera aquí y allá, e incluso con esto, el aspecto de la casa en sí no era mucho mejor. La puerta era vieja y comenzaba a resquebrajarse de un lado, la humedad también había hecho efecto en ella y parecía que se caería de un momento a otro, las ventanas de enfrente estaban tan sucias que no podía ver que había más allá, además de que un par estaban rotas; la pintura y el techo no parecían muy prometedores tampoco. Can caminó por debajo del pórtico y se tropezó con uno de los postes que lo sostenía. Este se quebró al instante.

El joven suspiró, tendría mucho trabajo que hacer por delante.

Tomó su maleta y su mochila y las colocó en el centro de la enorme habitación dentro de su casa. No había traído mucho con él puesto que Ley había cancelado un par de sus tarjetas más valiosas de la empresa; ahí fue cuando se dio cuenta de que debía actuar rápido, así que había sacado lo que pudo del dinero de las que le habían quedado y había pasado una parte a su cuenta personal y el resto a la cuenta de Tar, ambas que sabía que ni su hermana ni la empresa podrían tocar y que dudaba (y esperaba) dudaran de su existencia. Después de eso había tomado el primer avión a Bangkok que estuvo disponible. Incluso había esperado en el aeropuerto cinco horas hasta que logró subirse a aquel avión.

Sin duda, Ley era alguien de quien asustarse, a tal punto, que incluso cruzaría todo el océano para alejarse de ella. Si tan solo llegaba a encontrarlo... Can, se estremeció de temor. Su hermana mayor no era mala, sino exigente en extremo; solo quería lo mejor para él, Tar y su padre. Y creía que la decisión precipitada de Can de no volver a entrenar Taekwondo era la estupidez más monumental que se le pudiera haber ocurrido en toda su vida. El joven rubio intentó hablar con ella, explicarle que, simplemente, todo había terminado. Su carrera se había destrozado con aquel choque... Por lo que podría hacer lo que él quería: tener una vida tranquila con algún trabajo cualquiera, tal vez cocinando como siempre había querido. Simple y sencillo.

Así que había elegido un pueblo a las afueras de la ciudad que le había parecido agradable y confortable. Eso quería decir que era el más alejado al que podía ir con su presupuesto, puesto que ahora estaba por su cuenta. Hubiera querido dirigirse primero a Pattaya, sin embargo, sería por indecisión o miedo, había seguido un poco más y se había detenido ahí donde había encontrado esa casa como si lo hubiera estado esperando a él. Tenía vecinos, claro, y bastantes en los alrededores, pero estaban separados por suficientes tramos de tierra. Pareciera que en aquellos lugares se daban la libertad de dar privacidad aunque estuvieran a unos minutos de la ajetreada ciudad.

A chanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora