IV. Expectativas

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«El malvado huye aunque nadie lo persiga, pero los justos viven confiados como el león».

Proverbios‬ ‭28‬:‭1‬



Segundo día de reflexión: un sábado gris. El primer sonido de la mañana no fue nada más que el sonar de mi celular. Solía dejarlo en silencio durante las noches, pero esa vez lo había olvidado por completo. Mi teoría sobre aquel hecho era que, probablemente, mi cabeza estaba muy completa de cosas en que pensar, tanto que no cabía lugar para recordarlo.

Mi primer instinto fue taparme la cabeza con la almohada, pero aquello comenzó a sofocarme y, después de todo, no haría que el sonido desapareciera por completo. Levanté mi mano, tratando de hacer el menor esfuerzo, y cogí el celular de la mesa de luz. Apagar el teléfono sería una mejor solución, pero cuando vi la hora en la pantalla no pude evitar saltar de la cama.  

En cuanto estuve de pie una sensación de mareo me invadió, me tambaleé en el lugar y todo a mi alrededor se movió y se vio borroso durante unos cortos segundos. Solía pasarme cuando me levantaba tan de prisa y me recordaba a aquel día en el que mi presión había bajado por una simple inyección.

Mi cabeza dolía por haber dormido hasta las doce, así que luego de darme un baño y vestirme me tomé una pastilla para aliviar el dolor. Mientras que bajaba las escaleras mi estómago comenzaba a protestar por falta de comida. Recibí una sonrisa y un Buenos días señorita de parte de la Señora A, como a veces solíamos llamar a Ángeles, quien cocinaba y ordenaba la casa. Recuerdo vagamente haberle de vuelto la sonrisa, recordándole que no hacía falta tanta formalidad y que podía tutearme tanto como lo hacía yo con ella. 

Ese día triste, que trascurrió debajo de un manto gris que no dejaba lugar para ver el sol, fue sólo eso: un día triste. Y fue tan sólo por el simple hecho de ser un día más de mi vida, lleno de discusiones innecesarias y palabras vacías de verdadero significado.

Ese día en particular lo recuerdo porque no solíamos estar todos juntos a la hora del almuerzo, y mis padres extrañamente estaban en la casa. A mi madre le habían dado el día libre en la clínica y mi padre dijo que sus clientes podrían arreglarse solos durante unas horas sin su abogado. Mi hermana, aunque protestando, también estuvo en la gran mesa familiar, que sin duda era muy extensa para una familia tan desequilibrada como la nuestra.

Esa tarde mi padre se había puesto en posición para hacer su papel paternal si era necesario. Como es normal en nuestros encuentros familiares, que a pesar de vivir todos juntos no solía suceder muy a menudo, las discusiones llegan a tener lugar en algún momento. Cuando el último se sentó en la mesa vino a mi cabeza una pequeña idea de sobre que iba a tratar esa vez pero, para mi suerte, mi hermana Ariel no mencionó nada sobre mi falta del día anterior, y yo no esperaba hacer lo contrario. Esa vez le tocó a ella. Mis padres nunca desperdiciaban el silencio, sino que le recordaban lo decepcionados que estaban por haber elegido el camino de un artista.

Sin embargo no pude salir ganando del todo, ya que mientras platicábamos, si a eso se le podía llamar platicar, los ojos de mi padre reflejaban el deseo de que le dijera que estaba lista para seguir su camino, cosa que no pensaba hacer y que por suerte nunca llegó a ocurrir. Aun así día a día me presionaba un poco más. No se conformaría con otra cosa, ni siquiera con la medicina.

Normalmente todos terminábamos agotados al finalizar la comida, y así siguió siendo. Cuando la familia se juntaba no sentía felicidad, sino nerviosismo, tenía miedo de cometer un error y de dejar escapar algo que les mostrara a mis padres que no era lo que ellos creían que era. Tenía miedo a la reacción de mi padre cuando le dijera que no pensaba ser abogada. Le tenía miedo a mi propia familia y eso me perturbaba.

Las expectativas altas que mis padres tenían hacia mi flotaban en el denso aire que nos rodeaba. Todos podían sentirlo. Mi hermana lo sintió, pero lo paró a tiempo. Yo lo sentía día a día, incluso cuando estaba sola en mi cuarto, cuando nadie más me veía, cuando ellos ni siquiera estaban a mi alrededor, las expectativas siempre estaban flotando amenazadoras sobre mi vida. Pensé en pararlas también, pensé por un tiempo en seguir el camino de mi hermana, pero lo pensé demasiado y caí en la cuenta de que era demasiado tarde.

Sin embargo aquí estoy, víctima de las peligrosas expectativas que no sólo las familias imponen sino la misma sociedad, todos los que nos rodean, todos siempre esperan algo de los demás y se olvidan de ellos mismos. Víctima pero superviviente. Me di cuenta que el es demasiado tarde no existe, al menos no para los que no les conviene.

Recuerdo un día, a los catorce o tal vez a los quince años, que estaba sentada viendo como mi abuela cocinaba. Había una flor en un jarro sobre la mesada, y no pude evitar pensar:

Los humanos son como las flores. Existen miles de especies: cada persona tiene pequeñas o grandes características que las diferencian unas de otras. Diferentes colores, diferentes objetivos, diferentes pensamientos, todos diferentes pero al mismo tiempo todos iguales, como las flores: en algún momento su vida llegará al final.

La flor muerta, que alguna vez había sido muy bonita, caía hacia abajo por fuera de la jarra vacía. Y en ese momento había sentido lástima por ella. Si a ésta le hubieran echado agua, ¿seguiría viva? O, tal vez, ¿le hubiera concedido esto algunos minutos más de vida? ¿Cómo es que algo tan frágil y bonito no se cuida como debe ser cuidado? ¿Cómo es que nadie se ha preocupado por echarle agua?

¿Cómo puede ser que la humanidad, tan preciosa y frágil que es, muera un poco más día a día? Tal vez sólo necesita un poco de agua, al igual que las flores. Pero no precisamente agua, sólo algo que la mantenga con vida, no para siempre pero lo suficiente como para tener una vida próspera.

¿Cómo es que los humanos, sabiendo que existe algo o alguien que los ayuda a seguir adelante, no lo buscan? Y había visto hacia el cielo por la ventana que estaba a mi lado. Hay alguien allá arriba dispuesto a ayudarnos y amarnos y nosotros lo desperdiciamos, sólo por no querer creer y tener un poco de fe. ¿Tanto cuesta creer? ¿Qué se pierde al hacerlo?

Tal vez no fueron esas precisas palabra las que surgieron en mi mente en esos momentos, pero si fue eso en lo que pensé. Fue y es mi pensamiento: somos frágiles, estúpidos pero criaturas hermosas y únicas que nos contentamos con las expectativas de los demás, que esperamos que todo sea más fácil de esa forma mientras que con algo de ayuda podemos lograr algo mejor. Yo no quiero lo fácil, no desde hace un tiempo atrás.

Puede que haya estado a merced de las expectativas de mis padres, pero no fue así siempre, no en mi soledad. No tenía las agallas para abrirme hacia los que me rodeaban, ni siquiera hacia mis padres, no tenía las agallas para decirles a mis padres no. Pero en la soledad estaba presente, nunca cruzando los límites, pero la vida estaba presente. No la de los demás, sino la mía.

Las expectativas iban a ser quemadas, y arderían por siempre.


{Borrador}


Por favor, les agradecería que dejaran su opinión en los comentarios. Gracias por leerme.






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