A la hora de la cena, Hugo y Eva se sentaron juntos en una mesa del comedor. Estas eran largas, en cada lado de la mesa cambian aproximadamente 8 personas. Dos chicos se acercaron a ellos:
-Hola -saludó uno de ellos.
-Hola -dijo Hugo.
-¿Sois del programa no?
-Claro jajajaja.
-Jajajaja, vale tío. Bueno, yo soy Jesús.
-Yo me llamo Bruno.
-Encantado tío.
Hugo se levantó de la mesa y les dio la mano a los dos chicos.
-Yo soy Hugo. Y ella es Eva.
Bruno y Jesús se acercaron a ella para darle dos besos.
-Encantada.
-Igualmente.
-Sentaos si queréis.
Los cuatro charlaron animadamente y se conocieron un poco más. Antes de que se diesen cuenta, Noemí irrumpió en el salón e hizo chocar dos cucharas para llamar la atención de todos los chicos.
-A ver... ¿me escucháis un momento, por favor? Yo soy Noemí, como ya sabéis, la directora de este programa...
La mujer les explicó el funcionamiento de las clases. Les dijo que tendrían clases por la mañana y por la tarde, unas u otras, con diferentes grupos, y que al día siguiente les darían el horario.
-Tendréis tiempo libre, obviamente. Mañana en los horarios vendrá todo mucho mejor explicado. Hemos tratado de adaptar las clases para que coincidáis siempre con vuestros compañeros de habitación.
Eva y Hugo se miraron y sonrieron.
-Podéis salir y entrar cuando queráis del recinto, claro está siempre que no tengáis ninguna clase. No es obligatorio cenar ni comer aquí, pero el comedor estará siempre abierto. Las clases están en el edificio de en frente, cruzando el puente.
Al acabar la cena, Hugo le preguntó a Eva si le apetecía salir a dar un paseo.
-Ya mañana, Hugo. Tenemos que terminar de instalarnos.
Habían hecho muy buenas migas con Bruno y Jesús, que además tenían la habitación en el mismo piso que ellos.
Ya en la habitación, Eva sacó toda la ropa que le faltaba y la colocó en el armario.
-¿No vas a deshacer la maleta? -le preguntó a Hugo.
-Ahora voy.
La voz de Hugo sonó apagada, lo cual extrañó a Eva.
-¿Estás bien?
Estaba tumbado en la cama, mirando el móvil con expresión triste.
Eva se tiró al lado suyo y le restregó la cabeza contra su pecho.
-A ver, qué te pasa.
-Nada...
-No te rayes Hugo.
-No, si no estoy raya'o... es solo que... no sé, Eva. No quiero hablar.
-¿Por qué no te gusta nunca decir cómo te sientes? Llora un poquito.
-¿Y qué voy a arreglar llorando?
-Te desahogas. ¿Es por tu padre?
Hugo bajó los ojos. Eva le miró con un gesto compasivo.
-Ay, mi amor...
Hugo se llevó las manos a la cara y respiró profundamente. Eva se incorporó y se sentó al lado suyo, mientras le acariciaba el pelo con los dedos.
-Si tienes que llorar, llora.
Hugo sollozó. A Eva se le partió el corazón. Nunca le había visto llorar así.
Tampoco sabía muy bien qué decirle, porque era consciente de que nada podía consolarle.
-Es que ahora que estoy lejos de mi familia, es como que también estoy lejos de él, ¿sabes? Los primeros meses yo no pisaba mi casa, porque todo me recordaba a él. Pues ahora es lo mismo pero al revés, ¿me entiendes?
-Sí... es que no sé qué decirte, Hugo.
-No hace falta que digas nada. Pero quédate aquí.
Eva sonrió y se tumbó al lado de Hugo, el cual se quitó las manos de la cara. Tenía las mejillas coloradas y los ojos llenos de lágrimas.
Eva deshizo la cama y volvió a tumbarse al lado de Hugo. Le abrazó con fuerza y le dio un beso cerca del hombro.
-Tranquilo, Hugui.