3. RENCOR

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Hermione se sorprendió de estar disfrutando de la compañía de Draco Malfoy. Si años atrás alguien hubiera sugerido que cenaría tranquilamente con él, charlando casi como viejos amigos, seguro se le hubiera reído en la cara, o mejor aún, le hubiera lanzado un crucio; aunque ella no era de las que reaccionaban así, definitivamente ese alguien se lo tendría bien merecido por siquiera mencionar esa probabilidad.

Draco había ganado en elegancia, si eso era posible, y en caballerosidad, faceta que no le conocía pero que, dado su nacimiento en cuna de oro, suponía que había sido educado con los más estrictos modales de etiqueta y cortesía para poder desenvolverse entre la aristocracia como heredero de una de las fortunas más sólidas y antiguas del Londres mágico, sino de Gran Bretaña.

Poco a poco se había ido rompiendo el hielo, sobre todo ella, hablando de su paso por los diferentes departamentos del Ministerio, y ya para la hora del postre se habían reído de alguna que otra anécdota, siempre relacionado con el trabajo de ella. Draco se aventuró a preguntar algo más personal.

—¿Qué hay de Potter? ¿Sigue en la oficina de Aurores? —Hermione se asombró de que él preguntara por su antiguo enemigo.

—Sí. Y Ronald está ahora en Sortilegios Weasley. Los veo muy seguido.

—El trío dorado sigue haciendo de las suyas entonces —ella se ruborizó levemente.

—Creo que nunca podrá ser de otro modo. Desde los once años prácticamente no hemos visto a diario, somos una gran familia. La familia que escogimos o la que nos escogió, porque los Weasley nos adoptaron a Harry y a mí desde los primeros años y ya no nos podemos ver si ellos en nuestras vidas. Juntos hemos pasado buenas y no tan buenas experiencias. Perder a Fred es algo que aún nos cuesta aceptar. 

El semblante de Draco se obscureció. Recordar cuántas muertes había ocasionado el loco al que una vez fue obligado a servir por culpa de los errores de su padre era algo que en ocasiones todavía lo desvelaba. Había estado en el Gran Comedor al terminar la Batalla de Hogwarts, había visto los muertos en el suelo y sus familias llorando desconsolados. El rostro desencajado de aquel pelirrojo Weasley al perder a su gemelo vino a su mente. Él había perdido a su tía Bellatrix pero eso para nada se podía decir que había sido algo malo. Al contrario, había sentido mucha paz y casi felicidad por ese acontecimiento. Ni siquiera su madre había derramado alguna lágrima por la muerte de su hermana, pues había sido más grande el dolor que había causado.

—Lo siento —murmuró luego de varios minutos de silencio sin mirarla a los ojos—. Nunca tuve la oportunidad de disculparme, por lo que hice o no hice en ese tiempo... —volvía a jugar nerviosamente con su anillo, un precioso ónix negro montado en plata que llevaba en el anular derecho y fijó su mirada en la nada—. Fui obligado a hacer cosas que no quería como una forma de castigar el fracaso de mi padre, y por cobardía...

—No te preocupes —cortó—. No vale la pena siquiera traer esos momentos al presente. Ni siquiera eso merece esa persona que tanto mal nos causó... Muchas veces lo hablamos con Ron y Harry. Si hubieras querido hacernos daño, lo hubieras hecho esa vez en tu casa. Y no creo que fueras cobarde. Simplemente no tuviste elección. Era eso o la vida de tus padres y la tuya propia. No hay que ser muy inteligente para saber cuál bando seguir ante esa amenaza. La señora Malfoy también fue muy valiente al mentir sobre la supuesta muerte de Harry en el bosque. Sabía que si le decía a... Voldemort —pronunciar su nombre aún les provocaba escalofríos a ambos— que estaba muerto, podría llegar más rápido a ti. Quizá tus padres se equivocaron en muchos aspectos. Pero no hay duda que te aman, al menos ella, arriesgando su propia vida, venció el miedo y mintió. Igual que tú.

—No quieras ver héroes donde no los hay, Granger —espetó con amargura—. No olvidemos de dónde proviene mi madre: de la Noble y Ancestral Casa de los Black —recalcó con sarcasmo cada palabra—, una de las familias más antiguas de magos y brujas sangre pura. El odio hacia los muggles o nacidos de ellos tiene siglos arraigado; incluso excluían a los squibs de su árbol genealógico. Y fue por eso que apoyó a mi padre desde un principio, por su propia voluntad. Sin embargo, como mencionas, ella cambió cuando vio mi vida en peligro. No lo hizo por mi padre; fue por mí que arriesgó su vida —había un dejo de nostalgia en su voz.

—Te ama muchísimo, eso nadie lo puede negar.

—Pero cometió muchos errores en nombre de ese amor —musitó con rencor.

—No seas tan duro con ella, Malfoy, tú mismo has dicho que no tuvo otra opción, no conocía otra manera de actuar, o más bien, de amar. Son siglos dándole cacería a los que eran diferentes a ellos. Por eso, cuando el Señor Tenebroso llegó con las mismas ideas, vieron en él la oportunidad de cumplir sus expectativas para la purificación de la sangre.

—Ambos permitieron que ese demente se adueñara de nuestro hogar y lo transformara en un infierno.

—No tuvieron otra opción, Malfoy —repitió.

—Nos humilló todo lo que quiso —Draco ya no la escuchaba, e iba sintiendo cómo la ira iba creciendo en su interior. Su pálido rostro empezaba a enrojecerse y aunque no había aumento en el volumen de voz, cada palabra salía como un gruñido. Sus puños no podían estar más crispados, sus grises ojos casi parecían negros y su mirada estaba perdida entre sus recuerdos—. Nunca quise torturar ni asesinar a nadie. ¡Te lo juro! —Hermione colocó inconscientemente una mano sobre uno de los puños de Draco, a manera de apoyo, pero él rápidamente reaccionó volviendo al restaurante, quitando su mano como si el contacto le hubiera quemado. Ella se horrorizó tanto por su reacción que él rememoró la vez que su tía la había torturado en la mansión. Había miedo, angustia y dolor en la mirada de la joven—. Lo siento —apenas se escuchaba su voz—, no quise asustarte... estaba a kilómetros y años de distancia... Más bien... gracias por hacerme reaccionar —Hermione asintió. Luego de unos minutos en los que logró calmar su respiración, se levantó de su silla y se llevó una mano a su sien derecha. Miles de agujas taladraban su cabeza—. Necesito despejarme. ¿Te gustaría salir de acá y caminar?

Fin de semana en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora