Draco sonreía satisfecho al ver el rostro de Hermione irradiando una completa felicidad. Se encontraban en medio de la Sala Oval y ella no dejaba de admirar los estantes, la inmensa cantidad de libros a la vista, la decoración, las mesas... Ella cerró los ojos y aspiró su aroma favorito en la vida: el de una biblioteca. Caminaba lentamente por el recinto, deseando abarcar cada rincón. Para ingresar a cualquiera de las salas de lectura era necesario ser estudiante; sin embargo, con el pase especial que Draco había logrado conseguir con el director, según le había contado, estaba como pez en el agua. Reía nerviosa, hablaba, o más bien, susurraba hasta por los codos, señalaba este o aquel libro antes de decidirse por uno para leer, y agradecía cada diez minutos que él la hubiera acompañado. Malfoy se limitaba a observarla hablar, reír y casi que brincar de felicidad y su corazón palpitaba casi a mil latidos por minuto cada vez que ella, sin percatarse de lo que decía debido a la emoción, le llamaba "Draco". El joven se dijo a sí mismo, que él podía seguir haciendo cualquier cosa por ella, si con eso la hacía así de feliz.
Comenzó a imaginarse cómo sería una vida juntos. Era extraño, pero se pensó que quizá, a pesar de ser ellos tan diferentes, podían tener muchas cosas en común: les gustaba estudiar, eran inteligentes, se llevaban bien, trabajaban para el ministerio de magia del país en que vivían...y ahí precisamente estaba la piedra en el zapato. Vivían en distintos países. Dentro de pocas horas ella se iría de su vida y volver a pensar en eso le bajó los ánimos. Pero ahí estaba de nuevo ella, completamente metida en su mundo que no se había percatado que lo había tomado de la mano para llevarlo hasta otro piso en donde se encontraban los textos antiguos. Él nada más se dejaba llevar deseoso de no romper el contacto nunca más. No quería romper esa magia, esa espontaneidad producto de su emoción al estar en ese lugar.
A las tres de la tarde hicieron un pequeño descanso para comer por lo que salieron a una de las zonas dedicadas para eso. Hermione seguía hablando con gran entusiasmo y agradeciéndole una vez más por haber contribuido con esa maravillosa experiencia. Él contestaba con monosílabos ocasionalmente con el fin de que ella expresara toda su alegría a su antojo. Llena de impaciencia por aprovechar al máximo las pocas horas que iban a estar ahí, Hermione regresó a la sala y siguió explorando. Él decidió darle su espacio y se sentó en el primer nivel con un libro. A las siete, ella se percató de que, por varias horas, había olvidado que tenía un acompañante, y fue en su búsqueda con el rostro apenado.
—Siento haberte dejado acá. Debes estar aburridísimo.
—Para nada. Estoy viéndote ir de un lado para otro y me siento muy contento de haber provocado esa sonrisa en tu rostro.
—Hemos estado acá seis horas. No quisiera irme, pero creo que es suficiente por esta vez —Draco devolvió su libro y empezaron a salir del lugar—. Deseara venirme a vivir un mes —suspiró al ver por última vez el edificio.
—Mi casa tiene dormitorios disponibles, así que cuando quieras, serás bienvenida. Un mes o todo el tiempo que desees.
—Eres muy amable. Trataré de sacar vacaciones más seguido. La verdad es que estos días los he disfrutado mucho, en gran parte, gracias a ti. Has sido un buen anfitrión, guía y amigo —al decir esto último, se sonrojó.
—Yo también me he sentido muy bien contigo —confesó. Sus miradas hicieron contacto por unos segundos, que igual hubieran podido ser horas si alguno de los dos hubiera sido capaz de sincerarse con lo que estaban sintiendo. Pero es que, para ambos, era imposible aceptar que menos de cuarenta y ocho horas habían sido suficientes para poner sus mundos al revés.
—¿Tienes hambre? —ella asintió; él tomó la mano de la joven y se aparecieron en Le Pré Catelan, en el Bosque de Boulogne, el parque más grande de París.
Mientras cenaban, Hermione siguió comentando sobre unos libros que había visto en la biblioteca y Draco sonreía. Ella no era como cualquier otra chica. Estaban en uno de los restaurantes más famosos de París y ella no se había dejado impresionar por eso. Perfectamente podrían estar comiendo unas salchichas con papas fritas en el sucio piso de La Casa de los Gritos, que ella seguiría sonriendo plena y dichosa, con sus castaños ojos iluminando la más completa oscuridad, y él no quería estar en ningún otro lugar que no fuera a su lado, siendo testigo de su completa felicidad. Pero, no sabía qué tenía que hacer para aspirar a esa posibilidad.
El reloj parecía estar en su contra y la noche avanzaba muy rápido. Él no quería dejarla ir, pero tampoco tenía el valor suficiente para decirle lo que sentía. De todos modos, ¿qué podría decirle? "Hermione, me gustas, quiero que te quedes en París, que te mudes a mi casa, que sigamos teniendo magníficos fines de semana, que la tarde llegue y comentemos nuestro día, que paseemos tomados de la mano por Champs-Élysées y veamos atardeceres". Estaba seguro que ella lo tacharía de loco y lo mandaría directo a la Sala Janus Thickey de San Mungo. Nunca se había enamorado, pero estaba seguro que lo que sentía en ese momento era lo más parecido a estarlo. Trató de volver la atención a lo que ella decía. Debía aprovechar hasta el último minuto de su presencia.
Hermione pidió el postre y con pesar se percató que estaba a pocas horas de volver a Londres. Había estado tan ensimismada con su visita a la biblioteca que no había dejado hablar de eso, vamos, ni siquiera había dejado hablar a Draco. Y por unos segundos se sintió vacía, como si fuera a perder algo importante de su vida. Se disculpó con Draco y casi corrió hacia el baño. Necesitaba asimilar a solas que ese maravilloso fin de semana estaba llegando a su fin. Se vio en el espejo y regañó mentalmente a su reflejo. ¿Y qué esperaba, que él también hubiera sentido esa química que a ella ahora la quemaba? ¿Que le pidiera que no se fuera? Negó con la cabeza para alejar sus pensamientos. Él podría haber cambiado y no creer más en todas esas estúpidas ideas de la supremacía de la sangre, pero ella, ante sus orgullosos padres, seguiría siendo una sangre sucia y por eso, lo suyo, si es que existía algo, no podía ser. Punto final.
Debía volver a la mesa o Draco se extrañaría, pero su rostro era un desastre. Con un rápido movimiento de varita, arregló su maquillaje, limpió las lágrimas, puso su mejor sonrisa y volvió a la mesa dispuesta a ser feliz por unos minutos más.
Ya mañana vería cómo enfrentar lo que sentía.
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Fin de semana en París
FanfictionCuatro años después de la Segunda Guerra Mágica, Draco Malfoy se encuentra con Hermione Granger en el Ministerio de Asuntos Mágicos de Francia y vivirán un fin de semana que nunca hubieran imaginado. #2 dramione: 03-09-20 #5 dramione: 24-03-2022 - 2...