2. COINCIDENCIAS

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Draco empezó a caminar lentamente por las calles de París rumbo a su apartamento, lo que podría tomarle una hora y media de tiempo. Por supuesto que podía haberse aparecido o haber usado la Red Flu desde el ministerio, pero eso no le hubiera ayudado a despejar su mente. No sabía por qué se había acercado a Granger después de la reunión. Había intentado abordarla durante el almuerzo, pero no había tenido oportunidad pues el ministro no lo había dejado ni un segundo libre. Pero sí aprovechó para observarla a su antojo; su cabello ahora lucía recogido y ordenado, lo que le aportaba seriedad a aquel juvenil rostro, aunque unos rebeldes rizos habían decidido escapar del elaborado peinado, y la elegante túnica se ajustaba perfectamente a su cuerpo. Quizá ahora con el puesto que ella tenía en el Departamento de Seguridad Mágica, debía relacionarse con personal de alto nivel dentro del Ministerio Británico de Magia, y por eso, su aspecto lucía más arreglado, más formal. Pero estaba seguro que, en la comodidad de su hogar, probablemente no lucía muy diferente a la estudiante que recordaba.

Se preguntó si se habría casado... no había visto ningún anillo en su mano izquierda y, a pesar de que no estaba muy al tanto de las noticias de su país, al ser ella famosa probablemente la primicia de su casamiento hubiera salido incluso en los diarios de sociedad franceses. Aunque él prefería no leerlos. Era aburrido ver cómo salía en varios reportajes, cotizándolo como el mejor partido para cualquier bruja parisina, y cómo especulaban sobre su amistad con esta o aquella joven con la que hubiera salido a comer la noche anterior o más de dos veces en poco tiempo. Había optado en muchas ocasiones, por disfrazarse para tomarse un buen whisky de fuego en algún balcón de contados restaurantes y, con eso, pasar desapercibido ante la prensa rosa que lo seguía cual abeja a la miel; aunque la mayoría de las veces prefería concurrir lugares muggles. Y había dejado de frecuentar a ciertas amistades a pesar de la insistencia de su padre para que se relacionara con esta o aquella familia que tenían hijas casaderas.

Debido a tanta presión por parte de Lucius para que se casara, sumado a las constantes quejas de Narcissa por su colaboración con el ministro Tynaire, sobre todo en los casos relacionados con las leyes que tuvieran que ver con la pureza de la sangre y los privilegios que eso conllevaba, es que había decidido independizarse tres años atrás y ahora vivía en un pequeño apartamento en el corazón de Neuilly-sur-Seine, en un exclusivo suburbio al oeste de París. Bueno... "pequeño" era un decir... la magnífica propiedad medía ciento sesenta metros cuadrados y se encontraba en el sexto piso de un lujoso edificio con terrazas, desde donde se podía disfrutar de una magnífica vista a la Torre Eiffel. Tenía una gran y acogedora sala de estar, un amplio comedor, luminosa cocina y tres dormitorios. Cada habitación estaba impecablemente decorada, gracias a los exquisitos gustos de su madre y los colores de las paredes iban a juego con el de los muebles; ahí no faltaba ni sobraba un adorno. Apenas ingresó al piso, se escuchó un plop e hizo su aparición una elfina doméstica de saltones ojos color miel, vistiendo un gracioso "vestido" color rosa.

—¡Bienvenido, amito! —saludó alegre.

Glondy, ya te he dicho que no me digas así. Ya no soy tu amo.

Glondy no puede decirle de otra forma. Glondy vio nacer al amito. Glondy está feliz de servir al amito aunque ahora sea libre —la elfina pegaba pequeños brincos alrededor de Draco, quien no pudo evitar sonreír. Esa conversación era un tema frecuente y él disfrutaba de ver a la criatura saltar feliz por sentirse libre. En vano era que él le regalara tela para que cambiara de vestuario; ella sólo quería llevar puesto el que él le había dado al momento de liberarla.

Narcissa había pegado el grito en el cielo cuando su hijo le anunció que quería vivir solo. Y después de múltiples chantajes para evitar que Draco los dejara, había insistido en que al menos se llevara a Glondy  con él para cuidarlo y atenderlo. Lo que la señora Malfoy no sabía era que él le había otorgado la libertad a la criatura regalándole un arremedo de vestido que él mismo había transfigurado y que ahora la elfina no se quitaba. Glondy tenía un especial cariño por su "amito" pues lo había atendido desde sus primeros días de vida y aunque en sus primeros años había sido tratada con patadas y gritos, Draco, después de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mágica había cambiado su forma de ver la vida y eso incluía su trato con los elfos a su servicio. Quiso él pagarle una suma más que considerable por los servicios domésticos, pero Glondy no quiso aceptar más de unos cuantos galeones al mes. Ella con saberse libre y atenderlo en exclusiva se daba por más que satisfecha, y lo demostraba en cada acción: no se cansaba de consentirlo. Las pocas veces que los padres de Draco lo visitaban, fingían que todo era como antes con tal de no escuchar reclamos y ella usaba sus antiguos vestidos por no decir, harapos.

—Hoy cenaré fuera —anunció Draco—. Voy a cambiarme y saldré. No es necesario que me esperes a mi regreso.

Glondy estará despierta para cuando el amito llegue por si necesita algo —el joven mago resopló... era caso perdido contradecirla. No importaba lo mucho que intentara que ella se desligara un poco de él, la elfina no dejaría de estar atenta al ruido de la puerta al abrirse para aparecerse junto al muchacho, fuera que llegara de la calle o cuando se levantaba en las mañanas. Por lo menos había logrado que ya no se inclinara ante él cada dos por tres.

Draco se quitó su costosa túnica negra, que resaltaban aún más su rubio cabello y grises ojos, y se decidió por un traje algo más casual: una camisa blanca, corbata negra, chaleco y saco negros; una bufanda gris oscuro colgaba de su cuello y le daban un aspecto elegante pero relajado. Se tomó algunos minutos para decidir a cuál restaurante se dirigiría, eligiendo uno pequeño y poco concurrido en las afueras de la ciudad, para pasar desapercibido, así que se apareció a pocos metros del lugar.

Al ingresar al recinto, el maître lo saludó cortésmente, y lo guio hacia una mesa desocupada, pero Draco nuevamente fue sorprendido por la presencia de Hermione, quien había alzado su rostro cuando escuchó al maître decir "señor Malfoy". Ella también había cambiado su atuendo y lucía un aspecto más aniñado, con su abundante cabello castaño por la libre pero algo más domado que antes, quizá gracias a los efectos de algún producto mágico. Él decidió acercarse a su mesa.

—Granger, esto sí que es una verdadera coincidencia.

—Malfoy, pues sí, qué casualidad habernos encontrado hoy por segunda vez.

—¿Esperas a alguien? —se aventuró a preguntar algo nervioso.

—Puedes acompañarme si gustas —sonrió—. Esta es una mesa para dos, como puedes ver.

—Gracias —Draco le hizo una seña al maître y se sentó frente a la joven. Hermione ya iba por el plato principal, así que él decidió saltarse la entrada.

Fin de semana en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora