Sueño que ya no te sueño

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Qué daría yo por fluir a tu vez una ocasión más, dejarnos vivir, respirar el uno del otro y vivir como si las cosas jamás se fuesen a agotar. Como si el presente siguiera siendo aquella pesadilla que nos contábamos, de las que reímos a carcajadas y jurábamos que jamás pasaría. Qué daría yo por no haberte creído en ese momento, armarme de valor poco a poco para haber evitado tanto dolor, tantos moretones en la mente y cuantas lágrimas en el corazón. Porque si, adentro también llueve.

Comienzo amando los poemas de Pueyo, comienzo a beberlo y soñarlo despierta, pero tras algunas páginas llega el dolor que no me deja superar que Pueyo fue un regalo sagrado tuyo, un regalo pequeñito que supiste hacerlo en grande. Qué daría yo por no haberte amado de la misma manera en la que los escritores amamos.

Carajo, no dejes que te mientan, aquellos que derrochamos miel sobre letras, derramamos la misma cantidad, pero en lágrimas en los pasillos en los que andamos. Creo que pertenecemos a un enorme club de corazones despavoridos, aquellos que esperan amar y ser amados como la primera ocasión en la que supieron el porqué escribían. Pero cariño, jamás llegaron a amar de la misma manera en la que yo lo hice, jamás supieron apreciar la pureza de un amor que se escondía entre risas, se cobijaba con nuestras piernas y reposaba en tu pecho creyendo que era el lugar más seguro en el que cualquier persona podía refugiarse.

Gracias, no es que puedo odiarte porque te sigo amando con cada latido de mi corazón, te sigo amando de la manera más estúpida e incrédula, te sigo amando de la misma manera en la que considerabas ridículo. No es que nos amasemos como en las novelas que amaba, pero tu odiabas, no es que nos estregásemos como el héroe a la víctima, o al menos tú no lo hacías. No creas que puedo guardarte rencor, menudo tonto, que me sigues pareciendo la persona más absurdamente maravillosa.

Me bebo tus mentiras al amanecer, como lo hacía cuando estábamos juntos, pero considero que me he hecho inmune a la enfermedad que me aferraba a ti. La necesidad. La necesidad de amarte con todo mi ser, de sentirte cerca, aunque estabas tan lejos que ya me era imposible correr hacía ti. Te fuiste de noche, esperaste que durmiera y no supiera siquiera si aún te encontrabas al lado de mí, te fuiste sin dejar una nota de despedida, pero si restos de dudas que me dejaron tras la puerta suplicando que volvieses. Nunca más lo harías, y lamentablemente yo jamás desearía que lo volvieses a hacer.

Porque no es que no te ame, porque no es que no te anhele, porque no es que te haya olvidado porque es la maldición con la que cargaré el resto de mi existencia. Capturaste a la chica inocente que te entregó la vida y jamás se la devolviste. Me robaste los sueños, de robaste los suspiros, me robaste la creencia de que habría alguien mejor que tú, pero, al mismo tiempo, robaste la inocencia, la tolerancia, mi estúpida manera de dejarme querer a medias.

Me preguntan en las calles si aún te amo, y no les miento, les digo que te sigo queriendo. No les miento porque el amor se consumió de la misma manera que se consumió las ganas de amar a alguien como te amé a ti. Porque ante los ojos de Dios, vaya que la manera en la que te amé no tendrá precio alguno. Te amé por primera vez, me dejé caer en picada por ti y caí por primera y última vez.

Porque te quiero, te quiero con todo mi ser, pero me quiero más a mi que yo a ti. Porque amo que todas las mañanas me llega un mensaje diciendo lo bella que me veo, aquella nota que pego a un lado del espejo. Porque amo abrazarme con todas mis fuerzas sin miedo a que los demás lo noten, apapacharme en cualquier momento del día, que yo misma tenga la voluntad de darme unas cuantas horas al día. Dedicármelas y después darme cuenta de que aquello que tanto esperaba de ti, estaba en mí. Te quiero, te quiero tanto que ya no te necesito. 

Memorias de la nocheWhere stories live. Discover now