Malas noticias

171 5 0
  • Dedicado a Anna Maria Reixach Ariza
                                    

Quería que el doctor dejara de hablar, que no terminara lo que venía a decirme… en cierto modo yo sabía cuál sería esa “triste opinión”. ¿Triste? Que iba a saber el si era triste o la peor de las noticias en mi vida. Como iba a saberlo el cuando podía entrar andando y yo no. Yo seguía sentada en esa puta cama. El sentimiento de odio fue inmenso. Primero pensé que los médicos no habían sido lo suficientemente buenos en la materia, era su obligación como practicantes de la medicina que yo pudiese volver a andar. Pero también después de ese momento de furia, en la cual las mejillas me ardían, pensé que son personas humanas al igual que yo. No son dioses, tampoco pueden hacer milagros. Después de eso pensé en el futuro que me esperaba, mirando mis pies y mis piernas, me deje caer en la cama y miré a mi familia, ellos estaban con la misma cara que yo, mi madre también miraba mis piernas, mi padre solo se echó las manos a la cara, para tapar la impotencia que en ese momento estaba sintiendo, y mi hermana se hinchó a llorar.

-Dígame doctor, que ocurre, no es normal que después de casi tres semanas ya que salí de la unidad de curas intensivas no haya movido ni tan siquiera el dedo pequeño de un pie, ¿verdad?

-Efectivamente Helena, no es normal. –Dijo el doctor con cara de preocupación- esta misma tarde te bajaremos a rayos, y haremos de nuevo un TAC y una resonancia magnética, el hinchazón ha mejorado mucho, así que de esta manera podremos ver con claridad que tienes ahí.

-Es decir –Dijo mi hermana arqueando las cejas- que de momento aún no sabe nada, simplemente que no las puede mover, pero no ha venido usted con el motivo exacto, ¿No?

-Así es. De momento no hay nada en claro, no se hagan mala sangre aún, hasta que no tengamos los resultados de las pruebas lo que sabemos es que no tiene movilidad.

Uf… Por un instante me sentí aliviada, creí tener fe, y por primera vez, quería tenerla, ya que en verdad el doctor tampoco me dio el motivo, solo que se tenían que repetir las pruebas para ver, al fin, porque no movía las malditas piernas. Tal vez solo necesitaban unos pocos días mas y de a poquito las iría moviendo.  

A las dos horas de haber hablado con el Dr. Gómez, llego una enfermera, recuerdo la hora perfectamente como si fuere sido ayer. Eran las seis y diez minutos de la tarde, la chica, en prácticas creo, cogió temblorosa el historial de los pies de mi cama, lo miraba remeneando los papeles sin saber bien que mirar, al mismo tiempo entro un celador para mover mi cama. Era gordito, con el pelo alborotado y algo bajito, ni siquiera dijo buenas tardes ni nada el muy borde… Arrastraba la cama sin ganas, dándole a todas las paredes, al marco de la puerta, le pegó también a la puerta del ascensor.

-Oye, que no sienta las piernas no significa que tengamos que ir haciendo un rally por el hospital mientras abollas todas las paredes…

-No soy yo bonita, es esta mierda de cama, hay algunas nuevas pero las viejas no las han retirado aún.

-Pues si que está mal la seguridad social –le dije, aunque sabía que en verdad ese hombre lo que tenia era un mal día, o una mala semana, o vete a saber-

Llegamos a la planta baja, era un sitio bastante tétrico, con muy poca luz, la mayoría de los fluorescentes no funcionaban, las paredes estaban pintadas de un verde frío y desgastado, sentía un fuerte olor a humedad, ese olor que te recuerda a un sótano que nunca se abre, un sótano mugriento, lleno de telarañas con dos dedos de polvo en todos los cachivaches del lugar. Me pareció desconsiderado que allí abajo como mucho estábamos a diez grados, menudo frío hacía, en pocos segundos notaba ya mi nariz congelada, además, al llegar a la sala, entre dos chicos me ayudaron a tumbarme en aquella maquina, que la maquina estaba aún más fría que los diez grados anteriores. Fueron dos pruebas seguidas y distintas, en las dos tenía que estar una hora ahí echada sin mover ni las pestañas, ya que si me movía no tendrían resultado, durante esas horas dentro de la maquina se sentían golpes, ruidos muy fuertes, en cada uno de ellos me asustaba. Aún tenía en mi mente ese horrible estruendo que sentí dentro del tren, en cada golpe de la maquina me asaltaban imágenes de aquellas horas interminables, el sufrimiento y la agonía de la espera soportando ese dolor. Sinceramente estaba atacada de los nervios, quería salir ya de ese maldito tubo estrecho y sin espacio que estaba acabando con mis nervios.

Una vez terminadas las pruebas y de vuelta a la habitación, allí estaban todos, bueno, y dos más, puesto que en el rato que estuve abajo llegaron de visita mis abuelos, padres de mi madre, supongo que se pusieron al corriente de lo que ocurría, pues tenían todos cara de haber estado toda la tarde comiendo limón.

-Bueno ya está bien ¿no? –dije con cara de pocos amigos- haber si voy a tener que ir a darme un paseo para que no me amarguéis la tarde entre todos…solo os pido que me animéis, que me deis calor y apoyo, sois vosotros los que deberíais tener buena cara y yo la deprimida.

-Perdona cariño, no queríamos hacerte sentir mal, pero entiende que nos preocupa mucho todo esto, -dijo mi madre con la cara enrojecida a punto de llorar- solo queremos que todo salga bien, que te recuperes y salgas de aquí riendo y por tu propio pie.

-Tienes razón mama, perdonadme, estoy muy nerviosa, no era mi intención que os sintieseis mal –le dije triste, y en verdad era así, ellos no tenían culpa ninguna, era injusto que les hablara de esa forma- míralo por el lado positivo, me tendrás aquí mucho más tiempo contigo, creo que tardare un poco en intentar ir a Barcelona, jeje, y mucho menos coger un tren…

-Joder ¡Helena! Vaya mierda de humor tienes, -dijo mi hermana bastante mosqueada-.

-Bueno Ana, tranquila, tampoco es para ponerse así –le conteste poniendo los ojos en blanco- era una broma…

En ese momento entró la enfermera a decirnos que los resultados estarían para mañana, y que ahora lo mejor sería que descansara un rato. Así fue como de manera muy diplomática echó a toda mi familia, excepto a mi padre, que esa noche le tocaba a el quedarse conmigo, de esa forma podía mi madre irse a casa a descansar y darse una duchita relajante y reparadora. Ahora yo tan solo podía esperar a mañana, e intentar dormir.

Nico se marchó también, pero esa noche, me beso la mejilla al salir. Fue nada más que un simple beso en la mejilla, pero de alguna manera, me hizo sentir genial, por una parte me sonrojé y acto reflejo bajé la mirada, me dejó aturdida, pero esperaba ese momento, me parecía un buen chico y muy atento conmigo, es una sensación extraña la que me hizo sentir, fue como si yo quisiera que eso algún día pasara, pero, tampoco sabía si pasaría, nunca me había enamorado, todos los chicos que conocía me parecían arrogantes y bastante estúpidos, normal…a esta edad. Entonces al besar mi mejilla me descolocó, puesto que me causó una increíble sensación de tontería adolescente. Me enrosqué en la cama, me tapé con la manta hasta el cuello y cerré los ojos con una sonrisa en mi cara.

DESPIADADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora