1| De desesperanza, metas y felicidad

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El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.

-Victor Hugo

Aquel día me sentía radiante. Finalmente, me elevaba sobre el primer peldaño de lo que sería un largo camino, uno que, sabía, estaría lleno de altibajos que me harían querer tirar la toalla y momentos de gloria que me llenarían de una felicidad desbordante. Y ese era uno de estos. Al fin, después de tanto sudor, de tantas horas en vela, de tanto agotamiento, al fin era una genin.

Observé la banda con admiración. Ese preciado símbolo de fidelidad a la Aldea, pero sobretodo de orgullo, un orgullo que no se limitaba únicamente al sentimiento de pertenencia al hogar del shinobi, sino también orgullo por el esfuerzo que cada quien invirtió para conseguirla.

Decidí colocarla sobre mi cabeza, me resultaba más cómoda que en la frente, sostuve firmemente unos segundos mi listón rojo, debatiéndome entre si dejarlo o utilizarlo de alguna otra manera. Al final, lo guardé dentro de una caja de madera mediana con ilustraciones de flores hechas a mano, un regalo antiguo de la mismísima Ino, allí guardaba cosas que me recordaban a nuestra antigua amistad; cartas pasadas en clase, pulseras hechas a mano, un juego de shurikens que me regaló en mi sexto cumpleaños, entradas de pequeñas obras a las que asistimos juntas, fotos, algunas, en las que sabíamos que estaban siendo tomadas, nos encontrábamos posando de las maneras más extrañas y en otras nos encontrábamos abrazándonos o jugando en plena inconsciencia de que Yoriko-san* nos fotografiaba a la distancia, y, sin embargo, en todas se percibía la felicidad pura y genuina que sólo dos niñas pueden tener, y que todos los niños merecen.

Dejé la caja en el tocador, aguantando un suspiro. El recuerdo nostálgico de una amistad marchita no iba a aminorar mi ánimo en mi último día en la Academia.

Mis pasos casi eran saltos de emoción. Abandoné mi casa a la soledad y aspiré la frescura del exterior. En mis labios bailaba una sonrisa difícil de borrar, la cual, fiel a mi personalidad, se mantuvo en mi rostro hasta llegar al sitio que, a pesar de estar físicamente dentro del mismo, ya comenzaba a extrañar.

El bullicio del lugar era tan común que ni siquiera le presté atención. Los olores y los diferentes ruidos se entremezclaban, sin embargo, de poner la suficiente atención podría distinguirlos. Subí con tranquilidad hasta el piso donde se encontraba mi aula, de la cual muchos recién graduados entraban por última vez, me resultaba extraño y complicado de creer que me encontraba en la misma situación. Por un lado, no podía evitar alegrarme, pero por otro, el enfrentar que nunca más volvería a sentarme al azar en uno de los bancos, con un compañero nuevo cada día, que los recreos con competencias, peleas de manos y risas ya no existirían, que no competiría con mi mejor amigo en los entrenamientos de lanzar shurikens, inventando puntos a cada línea de la diana, me producía un tanto de melancolía.

Cerrar etapas, dejar la zona de confort atrás, siempre es duro. Pero estaba convencida de que lo valía. Lo valía porque nada de eso se extinguiría, ciertamente, no volvería a repetirse, pero aquellos recuerdos, tanto los dulces como los amargos, vivirán para siempre en mi corazón.

Un cosquilleo se retorció en mi espalda baja cuando sentí su chakra. Estaba subiendo las escaleras, tranquilo. Aún quedaban algunos minutos para que el horario de entrada expirase, así que lo esperé.

-Oye- volteé mientras me llamaba, nos separaba una distancia de, al menos, un metro. Sus ojos recayeron sobre mi cabeza, luego, sobre mis ojos mientras dejaba ver una sonrisita de lado -Le queda bien la banda, kunoichi de Konohagakure- solté una risita. Sasuke se acercó hasta pararse a mi lado.

Restos de luz [Sasusaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora