En aquel momento, las paredes de su habitación se le hicieron extrañamente similares a los cristales de una pecera. Podría jurar sentir la presión del agua encima de ella, aplastándole el pecho e impidiéndole respirar con libertad. La sensación de estar ahogándose era tan real, que tuvo que abrir los ojos para verificar que sus sentidos la habían estado engañando. Pero aun luego de confirmar que no había agua ni pecera, aquella sensación de asfixia se negaba a abandonarla.
Lo que sentía no encarnaba el momento en el que una persona no es capaz de respirar, ni en el que deja de hacerlo. Se acercaba más a la pequeña etapa intermedia, cuando a pesar de que uno sabe que va a matarlo, la desesperación lo obliga a intentar tomar aire. Ese segundo en el cual el agua entra dolorosamente a los pulmones, y no se es capaz de gritar o pedir ayuda. El momento en el que respirar resulta doloroso y devastador.
Pero, como si realmente estuviera bajo el agua, la muchacha no podía pronunciar una sola palabra en protesta, o mejor dicho, no tenía derecho a quejarse. Siempre supo que aquel era el único y más obvio efecto que traería el ir acumulando problemas sin resolver; pero el ser consciente de ello no era equivalente al estar preparada.
La habitación estaba en un completo estado de tranquilidad, al contrario de sus pensamientos. Cerró los ojos nuevamente, y el silencio que flotaba en su departamento se encargó de recordarle su soledad. Los pasillos del edificio descansaban de los continuos pasos que inundaban el ambiente durante los días laborales. El silencio que imperaba los sábados a la noche, los días que todos elegían para regresar a sus hogares, siempre le resulto un placer que podía monopolizar. Después de todo, era la única que no tenía adonde ir.
Siempre esperaba con ansias estas horas, no solamente por el hecho de que el ruido que caracterizaba al edificio en sus horas pico le resultaba sofocante, sino porque le recordaba constantemente sobre sus obligaciones. El ir y venir de las personas la concientizaba de que el mundo estaba girando, y que sin importarle nada ni nadie, seguía su curso. Era durante esas horas, donde el tiempo parecía dejar de fluir, cuando podía sentirse relajada.
Pero esa ocasión era diferente. En ese momento, aquellas horas que la cautivaban la estaban torturando. El silencio que solía confortarla, ahora la traicionaba convirtiéndose en el mejor aliado para los pensamientos tóxicos que bullían en su mente.
Luego de volver a meditarlo, llegó a la conclusión de que la analogía de la pecera era, en parte, defectuosa. Porque si bien la sensación de ahogo prevalecía, el sentimiento de encierro era algo con lo que no podía identificarse. Después de todo, cada vez que se sentía encerrada o arrinconada, Paula se convertía en una experta en el arte de huir.
Tal vez se sentiría orgullosa de ello, si no fuese por el hecho de que la palabra huir era a un elogio cuando se comparaba a su verdadera habilidad, la cual era mucho más despreciable. Ella simplemente apartaba la mirada, y olvidaba todo lo que no deseaba recordar. Olvidar era el proceso que la ayudaba a coexistir consigo misma.
Pero ese no era uno de esos casos. Era durante momentos como ese que su habilidad, en vez de ser su salvadora, se convertía en su verdugo.
"Si no traes ese libro el lunes por la mañana, ni te molestes en volver."
La voz hizo eco en su cráneo. Aquella mujer sabia como sonar amenazante cuando se lo proponía. Comenzó a sentirse sofocada, la voz chillona de su jefa tenía ese efecto en ella. También recordó la mirada de Julián, y se sintió todavía más patética ¿qué pensaría de ella? Una vez que pensó eso, la idea de no volver a trabajar allí, y no verlo nunca más, fue extrañamente agridulce.
Levantó la vista con la infantil idea de que eso la iba a ayudar a encontrar alguna respuesta, pero su búsqueda se vio truncada contra el insulso techo blanco de su departamento. Involuntariamente centró sus ojos en la mancha de humedad que estaba naciendo en una de las esquinas, y después de pensar en las miles de veces que había intentado quejarse con los vecinos del piso de arriba y no se había animado, se hartó y terminó por cubrirse los ojos con uno de sus brazos.
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Sankofa
Teen FictionRecuerdos vergonzosos, crueles, dolorosos e incluso violentos. ¿Quién no ha deseado tener la habilidad de borrarlos? Muchas veces nuestro presente se encuentra condicionado por la forma en la que fuimos tratados en el pasado, y debido a ello, la hab...