No tenía idea de cuánto tiempo había pasado cuando volvió a abrir los ojos. Solo sabía que le dolía la cabeza y que su cuerpo se sentía pesado y cansado. Pero, curiosamente, a pesar de su jaqueca y de la pesadez de su cuerpo, su mente se sentía liviana.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba sentada sobre algo frio y sólido, y con sus manos, comprobó que de alguna forma había llegado al suelo. Luego, comenzó a sentir una creciente incomodidad en su espalda, que rápidamente se transformó en dolor cuando confirmo que estaba recostada contra el larguero de la cama. Estaba segura de que cualquier movimiento le causaría mareos, así que se quedó allí tendida, con la esperanza de que la sensación de inestabilidad desapareciera.
Cuando logró recuperar la seguridad, se levantó con lentitud. Respiró lenta y profundamente hasta que sus pensamientos lograron ponerse en orden. Poco a poco los últimos recuerdos que tenía comenzaron a acomodarse hasta formar una especie de película en su cabeza. Una película triste y patética. Recordó todo lo que había pasado hasta que había perdido el conocimiento, y el auto-aborrecimiento que había sentido iba siendo reemplazado por una profunda decepción y tristeza.
No quería pensar más, quería olvidarse de todo; borrar todo lo que había pasado, como si nunca hubiese ocurrido. Quería dormir. Sí, dormir estaba bien. Se sentía bien el no sentir nada. Desde pequeña se había vuelto una experta en ello. Cerró los ojos y se volvió hacia la cama con tristeza, pero no fue hasta que estuvo demasiado cerca cuando se dio cuenta de algo.
Alguien estaba allí.
Instintivamente retrocedió tres pasos, y para cuando se tapó la boca con las manos ya se le había escapado un gemido ahogado. Una cascada de preguntas comenzó a ahogarla.
« ¿Qué está pasando?, o mejor dicho ¿Realmente está pasando? ¿Quién es? ¿Qué es? ¿Qué hago?...»
Esa línea era increíblemente corta y simple si la comparaba con los tumultuosos y complejos pensamientos que revoloteaban su mente. Sin embargo, nada podía expresar mejor sus sentimientos en ese momento que esa línea categórica.
De pronto, la figura se movió.
La sangre se le helaba mientras veía cómo cambiaba a una posición donde tenía la espalda contra la pared y la cara hacia ella. A pesar de que todos sus sentidos estaban puestos en como escapar, pudo notar que era una persona pequeña. Tenía el tamaño de un niño, y para ser más precisos, una niña.
Su imaginación comenzó a trabajar de un modo sorprendente. Todas las películas de terror que conocía comenzaron a desfilar en su cabeza. Pero su sentido de curiosidad resultó ser mucho más grande que cualquier instinto de supervivencia.Siempre le molestaba cuando los personajes de las películas se acercaban al peligro cuando éste era obvio. Pero por primera vez, pudo entender qué los impulsaba. No era el coraje ni la estupidez, sino la más pura y humana curiosidad.
Sus piernas no paraban de temblar y aunque las obligara a dar un primer paso, sentía como si se fuesen a derretir en cualquier momento. No solo no le servían para caminar hacia la cama, si no que llegado el caso, tampoco le servirían para huir.
Que se tratara de una niña le había dado confianza. Pero esto solo ocurría si imaginaba al intruso como una persona; si fuese a imaginarlo como una aparición o un fantasma, el que fuese una niña producía exactamente el efecto contrario.
Tenía las manos transpiradas, por lo que inconscientemente intentó secarlas contra sus pantalones. De alguna manera, el contacto de sus manos contra sus muslos pareció darle la seguridad necesaria a sus piernas, y antes de darse cuenta, ya había reunido el coraje suficiente como para dar el primer paso hacia la cama. Una vez más, su mente le envió señales de aviso y una vez más, las volvió a ignorar. Sus pasos eran inseguros y pequeños, pero habitación también lo era, y antes de darse cuenta, ya estaba al lado de la cama.
Tuvo que acercarse un poco mas para confirmar que estaba frente a una niña, pues llevaba el cabello corto y de una manera muy varonil. Notó que respiraba lenta y rítmicamente, por lo que asumió que estaba dormida. Era solo una pequeña de unos nueve o diez años, cuyo sueño parecía tan profundo y dulce, que por un momento dudó seriamente si debía despertarla.
La posición en la cual dormía hacia que su cabello, a pesar de ser corto, no dejara ver su cara. Lentamente, Paula extendió la mano para correr los mechones oscuros que caían sobre el rostro durmiente.
Removió el mechón de cabello más grande con delicadeza, y aunque aún quedaban varios, fue suficiente para descubrir casi completamente sus facciones. Sintió una nueva seguridad cuando comprobó que la piel era cálida al tacto, y gracias a ello, su mente comenzó a regalarle cientos de explicaciones terrenales para la situación que, por el susto que le había producido el encuentro, no se había detenido a pensar.
Se arrodilló muy despacio, intentando no hacer ningún ruido, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, comenzó a notar que los rasgos que estaba observando le eran muy familiares. Las cejas oscuras que hacían contraste con la piel blanca de una suave base rosada. Las pestañas que parecían ser exageradamente grandes para sus ojos redondos. Unas pocas pecas que salpicaban la nariz y las mejillas, y el color bermellón de los labios, el cual hacía que su piel pareciera más pálida de lo que ya era. Pero no fue hasta que vio el lunar con forma característica que tenía en el hombro que comenzó a asustarse. Ese lunar solo le podía pertenecer a alguien, era imposible que existieran dos personas con ese mismo lunar situado en el mismo lugar.
Pero allí estaban... esas dos personas, en esa misma habitación.
Todo el coraje que había reunido se convirtió en confusión. Ya ni siquiera había lugar para el miedo. Intentó levantarse, pero para cuando se dio cuenta de que sus piernas no le respondían ya se había golpeado contra la mesa de noche.
El ruido pareció tener efecto y la niña comenzó a moverse. Sintió como un sudor frio le recorría el cuerpo mientras observaba como la pequeña se sentaba perezosamente en la cama, mientras estiraba sus brazos hacia arriba en un intento de desperezarse. Luego de usar sus manos para frotarse los ojos, comenzó a pasearlos por la habitación. Luego de recorrer varias veces su entorno, dirigió su mirada hacia la joven que se hallaba frente a ella.
Torció un poco la cabeza, como intentando entender la situación. Pestañeó un par de veces y volvió a mirar a su alrededor. Con la voz llena de confusión preguntó:
—¿Dónde estoy?
Al ver como aquellos ojos de color verde pardo la estaban observando, Paula terminó por confirmar sus sospechas. Se reconoció a sí misma en ellos.
La persona que tenía en frente no podía ser nadie más que ella misma.
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Sankofa
Roman pour AdolescentsRecuerdos vergonzosos, crueles, dolorosos e incluso violentos. ¿Quién no ha deseado tener la habilidad de borrarlos? Muchas veces nuestro presente se encuentra condicionado por la forma en la que fuimos tratados en el pasado, y debido a ello, la hab...