Capítulo 9 - "Tocar el cielo"

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...Sentía a Normani por todo su cuerpo. Sentía sus manos, su lengua, la piel de su pecho. Cada vez le parecía más imposible contener la agitada respiración  y los sonoros gemidos que luchaban por brotar de su garganta. Dinah había cerrado los ojos, dejándose llevar, acercándose a las estrellas. La morena la trataba con suavidad, llevándola en cada momento hasta el punto máximo de placer. Ella también jadeaba, lo que la excitaba todavía más. Ya llegaba el final. Dinah lo veía, lo sentía, acercándose como una ola de calor, cada vez más próximo, infinitamente deseado. Hasta que lo tuvieron encima. Y habría gritado, y se habría escuchado en todo el edificio, si Normani no hubiese capturado sus labios ahogando su grito en un dulce beso que colmó a Dinah un segundo antes de quedarse dormida...

[•••]

La luz de la mañana se filtraba por sus párpados, haciendo que solo viera una espesa cortina de color rojo. El entumecimiento de sus ojos fue desapareciendo lentamente hasta que pudo abrirlos. Al principio, Dinah no vio nada, solo un cegador resplandor blanco. Cuando sus pupilas se acostumbraron a la luz pudo ver una habitación de paredes azules y su propio cuerpo cubierto por un grueso edredón blanco. Sacó los brazos y se frotó los ojos, parpadeando lentamente. Giró sobre sí misma y se dio cuenta de que no estaba sola en aquella cama desconocida.

Dinah sonrió al ver a Normani dormida a su lado. Estaba despeinada, bocabajo, con la cara pegada en la almohada. Se sonrojó ligeramente al recordar lo que había pasado la noche anterior. Había sido simplemente maravilloso, no podía describirlo con palabras. Solo con recordar sus manos acariciándola, se estremecía. Su corazón se hinchaba de amor por esa chica, ahora lo sabía. Se inclinó con cuidado sobre ella y le sopló la cara.

La morena abrió los ojos de repente, sobresaltada. Dinah empezó a reírse de la cara de adormilada de Normani, la cual la miraba con enfado fingido. Antes de darse cuenta, la había atrapado entre sus brazos y le hacía cosquillas. Dinah se reía sin parar, suplicándole que parase entre carcajadas.

— Así aprenderás a despertar a la gente de una forma normal. – decía la morena, alzando el tono de voz para hacerse oír por encima de las risotadas.

— ¡Lo siento! – gritaba ella. Agarrando sus muñecas para detenerla.

Entonces miró a Normani a la cara, increíblemente cerca de la suya propia. La morena la abrazó, estrechándola contra su pecho. Girando sobre sí misma, consiguió que ella quedara encima. Sentir su cuerpo desnudo debajo hacía que el corazón de Dinah latiera con fuerza. Siguiendo su impulso, rodeó su cuello con los brazos haciendo más contacto y la besó. La lengua de Normani se coló en su boca y sus manos le acariciaban la espalda, haciéndola estremecerse. De repente, un  ligero pinchazo en el hombro hizo que se separa de la chica. Miró confusa al sitio donde había sentido dolor. Cuando se dio cuenta de la causa, se irguió, quedando sentada encima de Normani. Sin querer, dejó caer el edredón, haciendo visible su desnudez. Con cuidado, empezó a frotarse la piel de la clavícula.

— Mierda, olvidé volver a ponerme el plástico protector – se quejó ella.

Normani también se irguió, sin quitar a la chica de su regazo. Volvió a rodearla por la cintura y besó con mimo el sitio donde residía el tatuaje. Dinah se sonrojó y colocó ambas manos sobre su pecho.

— Está bastante bien – comentó Normani. — Creo que ya no tendrás que ponértelo.

— ¿En serio? ¿Ya está curado? – preguntó ella, entusiasmada.

— Tu herida sí, – La morena frunció el ceño. — ahora lo que me preocupan son las enormes cicatrices de mi espalda.

Los colores se subieron a la cara de Dinah a una velocidad de vértigo. Avergonzada, miró por encima del hombro de la chica y comprobó que, efectivamente, los surcos que sus uñitas habían causado eran bastante profundos.

— Lo siento muchísimo, – dijo con expresión culpable — de verdad que no me daba cuenta. Si llego a saberlo...

— No, tranquila, – comenzó ella, riéndose — en cierto modo resulta sexy.

— Eres una tonta. – dijo, dándole un pequeño beso en la mejilla.

— Te queda muy bien el pelo suelto, – empezó Normani — pareces mayor.

Casi inconscientemente, Dinah cogió un mechón de su cabello. Recordó la noche anterior, cuando lo primero que la morena había hecho fue quitarle sus trencitas. Las llevaba casi siempre. Ni siquiera recordaba por qué había empezado a peinarse esa forma. Y, teniendo en cuenta que el año siguiente entraría en la universidad, a la mayoría le parecía algo infantil.

— ¿Con las trenzas parezco una niña pequeña? – preguntó con malicia.

— Eres preciosa te peines como te peines.

La respuesta cogió desprevenida a Dinah, había vuelto a hacerlo. Había echado mano de su profunda mirada, de su suave voz y de su perfecta forma de ser y lo había logrado de nuevo. Había tocado su corazón. La abrazó, escondiendo el rostro en el hueco de su hombro. Escuchaba sus latidos.

No te asustes, pero creo que te quiero.

Normani la estrechó aun más contra sí y le besó la clavícula.

No te asustes, pero creo que yo también.

[•••]

— Métete dentro o cogerás frío – le regañó Dinah, con el ceño fruncido.

Normani había insistido en salir a despedirla. Ella se había vestido ya, pero la morena solo llevaba su ropa interior inferior negra y una camisa holgada que le llegaba a los muslos.

— No finjas – le sonrió con malicia — Te encanta verme así.

— Eres una creída.

— Puede.

Otra vez la miraba con esos ojazos color chocolate líquido. No podía resistirse. Rodeó su cuello con los brazos y se incluso ligeramente para besarla. Normani también la abrazó, profundizando más en el beso y haciendo que el corazón de Dinah latiera desbocado. Cuando separaron sus labios, sintió frío. La morena se inclinó para juntar sus frentes y susurró dulcemente.

— No entiendo por qué tienes que irte.

— Ya te lo he dicho. – respondió ella, con la voz entrecortada por el deseo. — En mi casa no aparezco desde ayer por la tarde. Voy a tener que inventarme alguna excusa para explicar por qué no he dormido allí.

Normani se separó un poco y la miró con cariño.

— ¿Y por qué no dices la verdad? – se aventuró ella.

— Me encantaría, amor, pero ya sabes que mi padre no te tiene mucho aprecio. – terminó con una gran sonrisa.

— Cierto – se rió.

Dinah le dio un último beso y se alejó un par de pasos.

— Nos vemos.

— Adiós, nena.

Sonrió y sin volver la vista a tras empezó a bajar las escaleras. Escuchó cómo la puerta se cerraba a su espalda y, saltando los escalones de dos en dos, llegó al portal que daba a la calle. Una vez estuvo entre el gentío, empezó a trotar alegremente. Tenía ganas de gritar y de reír. ¿Se podría ser más feliz? Era consiente de que no hacía más de dos semanas que le conocía, pero también sabía que nunca nadie la había hecho sentir así. Una voz la retuvo y la hizo detenerse.

— ¿Dinah?

La nombrada se giró toda sonrisas al reconocer la voz de una de sus mejores amigas, Lauren. La chica iba de la mano con su novia desde hacía tres años, Camila. Era unos centímetros más baja que ella, hermosa y tenía unos ojazos chocolate que te derretían, justo el tipo de Lauren. Camila llevaba tanto tiempo en el grupo que ya era como una de la familia.

— ¿Cómo es que estás tan feliz? – preguntó su amiga.

— ¿A qué no sabes de dónde vengo?

— ¿De Chuchelandia? – preguntó Camila muy emocionada.

— Mucho mejor.

No te asustes pero, creo que te quiero. » Norminah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora