Capítulo 10 - "Lauren y Camila"

117 9 0
                                    

Sorbió una vez de su café caliente y levantó la vista para mirar a sus amigas, que la observaban, ansiosas por saber. Dinah decidió hacerse la loca.

— ¿Qué pasa? – preguntó, divertida. — ¿Por qué me miráis así?

— No finjas y dinos de una vez qué hacías en casa de la tatuadora-sexy. – gritó Lauren ante los ojos de media cafetería atónita y bajo las carcajadas de Dinah.

— Amor, baja el tono de voz, – susurró Camila — nos van a echar.

— Venga, escupe. – insistió su amiga, ignorando a su novia.

— Bueno, pues.. – empezó Dinah, con una enorme sonrisa — ayer fui a ver una película, y al terminar – hizo una pausa para ver cómo sus amigas la miraban con toda su atención – hubo fiesta – terminó.

Lauren pegó un chillido y se lanzó a su silla para abrazarla, mientras ella se reía. Camila intentaba pedir disculpas a los otros clientes, que les miraban enojados y pedían silencio. Dinah tenía las mejillas encendidas.

— ¿Pero, fiesta de la buena? – siguió Lauren.

— De primerísima calidad – asintió Dinah.

Su amiga miró a ambos lados y bajó el tono, de forma confidencial.

— ¿Tocaste el cielo?

Los recuerdos acudieron en torrente a la mente de Dinah, llenando su cabeza con imágenes de la noche anterior. Cómo las manos de la morena habían recorrido todo su cuerpo, lo que sentía de su roce, o al sentirla dentro y el sabor de su boca. Una ola de calor la bañó, haciendo que su corazón se hinchara de felicidad. Miró a su amiga y asintió con la cabeza. Lauren volvió a abrazarla.

— Y varias veces. – añadió Dinah.

Su amiga se separó y la miró con ojos brillantes.

— Me alegro de que hayas superado a esa gilipollas de Zendaya.

— Yo también me alegro. – hizo una pausa para dar un trago a su café. — Y dios... ella es maravillosa. Laur, no te lo imaginas, de verdad.

Su amiga echó una mirada a Camila, que se encontraba en la barra pidiendo algo para comer. La chica se dio cuenta de que la miraban y les guiñó un ojo. Lauren suspiró, sonriente.

— Sí que me lo imagino.

Dinah se disponía a hacer algún comentario sobre lo monas que eran cuando el pitido del móvil sonó, indicando que había llegado un mensaje. Lo leyó, algo extrañada. Era de su padre. Le decía que fuera a la comisaría de inmediato. Parecía enfadado, normalmente la habría llamado directamente. Frunció el ceño y se puso en pie, sin dejar de mirar la pantalla del teléfono.

— Tengo que irme. – explicó mientras se colgaba la correa de la mochila. — Mi padre me reclama.

— Vaya, ¿Qué querrá ahora papi-poli? – le sonrió su amiga.

Dinah se despidió de la pareja y salió a la calle. Fuera, las temperaturas estaban tan bajas que cuando respiraba, una nube de vapor se condensaba frente a sus labios. Se subió la cremallera del abrigo hasta la nariz y después empezó a caminar hacia la comisaría. Tardó casi diez minutos en llegar. Todo ese tiempo estuvo pensando qué podría haber hecho para que su padre la llamara un sábado a las once de la mañana a su refugio de polis, y por más que le dio vueltas, no consiguió averiguarlo. Últimamente no había hecho nada malo, o al menos algo que recordara.

Pero en cuanto la puerta del ascensor se abrió, lo supo. Allí en el perchero estaba colgada una chaqueta de cuero que conocía demasiado bien. Seguro que si la olía, apestaría a ella. Era la chaqueta de Normani. Como movida por un resorte, se dirigió al despacho de su padre, mientras una frase se repetía una y otra vez en su mente:

Que no haya hecho nada malo, que no haya hecho nada malo.

Con una mano temblorosa, bajó el pomo de la puerta del despacho, y lo que encontró dentro hizo que le diera un vuelco al corazón. Efectivamente, allí estaba Normani, tan linda como siempre, tan perfecta, sentada en una silla en frente del gran escritorio. Pero no sonreía, tan solo tenía una expresión cansada. Samantha ni siquiera la miró. Pero lo peor era su padre. Le lanzó una mirada tan fría que fue peor que cualquier grito. La dejó petrificada. Se esforzó por contener las lágrimas.

— ¿Qué pasa aquí? – consiguió articular, confusa.

— Dinah Jane, ¿estuviste ayer por la noche con Normani Hamilton? – preguntó Samantha.

— Sí – afirmó la chica, tragando saliva.

— ¿Toda la noche? – insistió la policía, con una mueca comprensiva.

Dinah enrojeció violentamente, comprendiéndolo todo de repente.

— Sí – dijo, tartamudeando.

— ¿Lo veis ahora? – preguntó Normani, exasperada. — Yo no pude cometer ese robo.

— La coartada de la chica se confirma, Gordon. – dijo Samantha. — Deja que se vaya.

Su padre meditó un segundo, indiferente. Luego, con voz cortante, dijo:

— Todos fuera – hizo una pausa. — Menos tú, Dinah, tú quédate.

Observó en silencio cómo los dos sobrantes abandonaban el cuarto. Al pasar por su lado, Normani le dio un disimulado apretón en la mano y murmuró algo parecido a "lo siento". Ese gesto hizo que a Dinah casi se le saltaran las lágrimas por segunda vez en ese día. Parpadeó un par de veces y logró contenerlas. Cuando la puerta se cerró, Gordon volvió a clavar su mirada en ella.

— Imagínate mi situación – empezó el hombre. — Me despierto por la mañana, voy al trabajo, me pongo a mirar documentos... y de repente alguien me trae el recado de que la banda de la que voy detrás volvió al escenario anoche. ¿Y qué hago? Pues llamo a la única sospechosa que tengo. Cuando la traen los chicos la encierro para interrogarla. Y aquí viene lo bueno: Trata de ponerte en mi piel cuando la muy puñetera me dice que su coartada para la noche anterior es que estuvo tirándose a mi hija. – terminó, con una mueca entre asco y enfado.

Dinah, estupefacta, abrió la boca de la sorpresa.

— ¿Qué derecho tienes a hablarme así? – dijo, apoyando las manos con brusquedad en el escritorio. — Por si no lo sabías, soy mayor de edad, ¡soy libre de tirarme a quién me de la gana!

— ¡Eso no significa que tengas que pasarte por la piedra a tías como ella! – gritó su padre. — ¡Es que solo hay que verla, con todos esos tatuajes y...!

Gordon se mordió la lengua, pero ya era tarde, ya lo había dicho. Su hija lo miraba fijamente.

— Yo tengo un tatuaje, – dijo Dinah, más calmada — ¿soy una criminal?

— Claro que no, hija, pero... — Gordon parecía cansado y arrepentido.

— ¿Entonces qué es? – la chica se sentó, exasperada.

— Es solo que... — parecía que al hombre le costaba encontrar las palabras justas, casi parecía un niño pequeño. — antes salías con chicas más... no sé... buenas...

— Papá, no tienes ni idea. — dijo Dinah, recordando su último gran fracaso. — Zendaya fue horrible, era muy infeliz con ella. Pero con Normani todo es distinto, todo es... — se puso colorada y sonrió como una tonta, apartando la vista con vergüenza — no sé cómo explicarlo, pero creo que me quiere.

Cuando alzó la vista, su padre la miraba con cariño y tristeza. Dinah sonrió.

— Tendré que hablar con ella. – dijo su padre en voz baja.

La chica se puso en pie de un salto y corrió hacia la silla de su padre. Rodeó su cuello con los brazos y le dio un sonoro beso en la mejilla.

— Eres el mejor. – susurró, un segundo antes de dirigirse hacia la puerta. Cuando estaba a punto de salir, su padre volvió a hablar.

— Dinah — la chica se volvió, inquisitiva. — Ninguna tía, por muy buena que sea, te merece.

Ella sonrió y desapareció por la puerta.

No te asustes pero, creo que te quiero. » Norminah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora