El canto de las aves, el viento golpeando suavemente contra la ventana y los árboles susurrando al exterior se hicieron presentes estimulando mis sentidos para despertar, yo aún mantenía mis ojos cerrados.
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Después la suave luz del amanecer que se adentro por la ventana haciéndome reaccionar, abrí mis ojos dándome cuenta que alguien dormía a mi lado, mi sonrisa se iluminó al ver su silueta.
Ahí estaba ella, yo admiraba su figura desde su cabello lacio levemente alborotado, pasando por por la pacífica respiración que hacía su pecho al subir y bajar lentamente en sincronía, la forma de su cadera, hasta la punta de su pie que tímidamente se asomaba por debajo de la sabana.
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La admiraba con devoción sin mover un solo músculo, solo quieta y en silencio, hasta que empezó a moverse de un lado hasta girar y quedar frente a mí.
Aún con los ojos a medio abrir mientras se acostumbran a la claridad del día, me miró igualmente de los pies hasta llegar a toparse con mi mirada y le sonreí con mis ojos y labios.
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Suspiré al ver lo majestuosa que se veía, la noche anterior todo cambió y me sentía afortunada de que ahora estuviera conmigo. Haría todo lo que estuviera en mis manos para hacerla feliz; merecía todo el amor que jamás pensó volver a tener. Me sostuvo la mirada y no quería apartar mi vista.
