4. Realidad

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Estaba acostado sobre el césped. La última clase del día había llegado a su fin y todos estábamos disfrutando de los últimos rayos del sol que nos proporcionaba el atardecer. Yo tenía la cabeza apoyada sobre el regazo de Andrea, con los ojos cerrados, sintiendo la leve brisa acariciar mi rostro. Ella jugaba con mi cabello.

—Ey... A ver si te alegrás un poco. Estás con los ánimos por el piso.

—¿Por qué lo decís? —pregunté, aún con los ojos cerrados.

—Sabés muy bien porqué...

Sí, lo sabía. Pero prefería evitar el tema, así que no contesté nada. De repente sentí un par de pasos; alguien se acercaba hacia nosotros. Las pocas hojas secas que se habían caído de los árboles y que anunciaban la llegada del otoño crujían con cada una de sus pisadas. Se sentó a solo un metro de donde nos encontrábamos.

—Mateo... —lo saludó Andrea, más para advertirme a mí que porque en verdad tuviera ganas de saludarlo.

—¿Qué le pasa? —preguntó.

Adiviné que se refería a mí. Quizá pensaba que me había dormido y, por lo tanto, expresaba sus pensamientos en voz alta. Decidí continuar con la farsa. Solo esperaba que mi amiga no me delatara. No lo hizo.

—Está un poquito decaído...

Mateo suspiró, pero no supe porqué. Se produjo un profundo silencio.Esperé a que alguien dijera algo más, pero como nadie lo hizo me fui hundiendoen mi propio inconsciente. Escapaba de aquella situación. Ojalá fuese tan fácilescapar de la realidad.

Historia de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora