3. ¿Felicidad?

12 3 1
                                    


Abrí la puerta y me deslicé a través de ese oscuro pasillo. Un par de parpadeos y ya no era un pasillo. Me hallaba parado en medio de la nada, flotando en una oscuridad que se extendía en todas las direcciones posibles. Pero el vacío que se extendía a mi alrededor no me afectaba. Era como si la nada me ayudara a percibir mi propia figura con mayor claridad.

Entonces alguien me chistó.

Volteé para encontrarme con la figura de una desconocida. El cabello castaño oscuro le caía lacio, como una bella cascada. Llevaba puesto un vestido rojo ceñido al cuerpo. A los labios los tenía pintados de un furioso carmesí. Me sonrió con algo de incredulidad, recostada sobre un piano negro. Parecía una escena sacada de una película. Quizá lo era. El subconsciente tiene maneras extrañas de expresarse, después de todo.

—No estás haciendo bien las cosas—sentenció.

—¿Por qué?

—No le hacés caso a tu corazón.

Alcé una ceja con incredulidad. Aquello era lo último que esperaba escuchar salir de su boca. Por supuesto que le estaba haciendo caso a mi corazón. Siempre le hacía caso a mi corazón. Y así era como me iba. Esta no era la excepción. Iba a replicar, pero colocó un dedo sobre sus labios y me obligó a callar. No pude hablar, aunque lo deseé con todas mis fuerzas.

Giré sobre mis talones, todavía contra mi voluntad. Una segunda figura se encontraba allí, donde segundos antes no había absolutamente nada ni nadie. Llevaba puesto un vestido blanco suelto, simple y etéreo. El cabello negro azabache, que ni siquiera se distinguía del fondo, estaba apresado en dos infantiles coletas. Me miró con una ceja enarcada y sonrió con ternura.

—Todo va a estar bien —me alentó.

—Eso quisiera... —suspiré.

Se acercó hasta mí y me abrazó con dulzura.

—Tarde o temprano, vas a ser feliz. Con él, o con quien sea...

—Porque te merecés ser feliz —dijo otra voz, desconocida hasta ese momento.

Volteé a mi derecha. Había alguien más, una chica de pie, cruzada de brazos. Llevaba puesto un traje negro y el cabello castaño claro le caía sobre los hombros, levemente ondulado. Me miraba con suspicacia.

—Sos una buena persona —prosiguió—. A pesar de todo —agregó, con una sonrisa.

Sentí ganas de decirle que no me siguiera diciendo eso, o me lo terminaría por creer. Pero ahora tampoco podía hablar. Era como si una fuerza extraña me lo impidiera. Una mano tibia se posó sobre mi hombro y oí que una de ellas me susurraba al oído:

—Si él no te quiere, alguien más lo va a hacer.

—Pero simplemente... —continuó alguien más.

—Déjalo ser.

—Despertate —me susurró una voz al oído. Mi piel se erizó por completo.

Abrí los ojos con pausa, hasta que una luz que se colaba por una de las pocas ventanas del aula me dio de lleno en los ojos. Lo miré. Me sonreía dulcemente, con ese aire encantador, tan propio y extraño suyo.

—Te quedaste dormido, Benja.

—Lo sé. Otra vez...

Historia de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora