6. Tóxico

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Estaba parado frente a una lápida de mármol negro, sin inscripción alguna. Junto a ella había dos más. La primera era blanca; la segunda, gris.

—Esta es la última —dije.

—¿La última? —me preguntó una dulce voz.

Giré la cabeza para observarme a mí mismo cuando tenía seis años. Vestía un trajecito negro e iba de la mano de mi madre. Los ojos grises del niño, los míos, eran fríos y oscuros. Su rostro denotaba una palidez terrorífica.

—Si, ¿es que acaso hay algo más después del negro?

—Tenés razón —respondió, sin quitar su mirada de una de las tumbas—. Ya no hay nada.

Suspiré y miré el cielo encapotado. Muy pronto iba a comenzar a llover. Entonces ese era el final. Ahí se acababa todo. No más historias de amor, no más sufrimiento. El niño me miró y negó imperceptiblemente, como si supiera que mis pensamientos eran erróneos.

—¿Y qué hay con las otras? —dijo.

Mi madre tironeaba de su brazo, para llevárselo. Pero él no se movía. Me seguía mirando fijamente.

—¿Vas a lapidarlas a ellas también? —insistió.

Lo dudé unos minutos. Ellas no se merecían ese destino. El amor no apestaba, al menos no en todas sus formas.

—No, ellas tendrán otra oportunidad. Pero solo una. No voy a volver a ponerme en juego nunca más. No de esa manera.

—Del más puro al más tóxico, todos corrieron la misma suerte. Irónico, ¿no? —se burló el niño.

Rechiné los dientes.

Historia de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora