Capítulo 12

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Kongpob se meció sobre las puntas de sus pies con entusiasmo mientras esperaba con impaciencia al hombre detrás del mostrador mientras este sacaba el objeto que sería su próxima preciada posesión. Casi arrebatándoselo de las manos para abrir la tapa de la caja que contenía su nuevo celular. Y mirando con orgullo su reflejo en la pantalla.

Contó los billetes al menos cinco veces antes de entregárselo un poco receloso al vendedor quien se ofreció a ayudarle a mover un par de cosas y casi por arte de magia, introducirlo al mundo del Internet.

Aunque bien, ya en esa época hasta con un teléfono de una década de antigüedad, con la pantalla agrietada, y un chip viejo podía comunicarse con cualquier persona.

Pero el exterior era lo que menos importaba ya que en la mayoría de los trabajos pedían al menos dos requisitos. Una dirección y un número de teléfono.

¡Y ya tenía incluso más que eso! Había logrado cumplir una meta que jamás creyó llegar a alcanzar. Un certificado de preparatoria.

Aquello había sido un logro increíble sin duda. Del que a Kongpob aún se le hinchaba de orgullo de sólo recordar. Quizá porque aquello había sido una posibilidad que nunca cruzó su cabeza hasta que Gin le habló sobre las clases nocturnas para adultos que ofrecían cerca de su trabajo a cualquiera que quisiera inscribirse. Aunque de sólo imaginarse que alguien como su jefe ofrecía algo gratis era tan poco creíble que Kongpob dudó que Gin estuviese hablando realmente en serio.

¿Qué trabajo pagaría voluntariamente para que sus empleados estudiaran sólo para que pudiesen tener mejores oportunidades? Aquello no tenía ningún sentido. Y, a pesar de ello, ahí estaba Kongpob, siete meses más tarde con un certificado en sus manos. Con la posibilidad de trabajar en algo más que no fuese sólo mano de obra. Pero Kongpob aún no había considerado del todo abandonar aquel trabajo, ni siquiera porque su jefe era un tanto cruel, sólo porque en todo aquel tiempo logró hacer un par de amigos. Después de todo, seguía siendo joven y fuerte, podía mantenerse así unos meses más.

Además, aun veía a Arthit de vez en cuando, de lejos, por supuesto, evitando a toda costa cualquier encuentro vergonzoso. Así que, si ponía todo aquello sobre la mesa, ese trabajo no era tan malo después de todo.

Kongpob tenía un pequeño departamento sólo para él ya que Nat, por obra quizá de un milagro, se mudó pocos días después de que Kongpob apareciera frente a su puerta. Tenía un poco de dinero ahorrado e incluso había ido de compras para conseguir un par de ropa nueva. Y lo más grandioso de todo, no había pasado hambre en meses. Kongpob comenzaba a sentir que avanzaba, y ese sentimiento le impulsaba a seguir cada día con más animo que el anterior.

Pero un día, de repente Gin llegó a su pequeño hogar con un formulario en blanco, y una oportunidad que volvería a cambiar su vida. Ordenándole que fuese a comprar ropa decente y se arreglara su imagen para que a primera hora del día siguiente llevara su trasero y aquella hoja con sus datos a una entrevista para un empleo en una oficina.

A lo largo de todos esos meses, Kongpob dejó de cuestionarse quién o qué exactamente era Gin. O el por qué se aparecía siempre en sus momentos difíciles para ayudarlo. Lo único que sabía era que, si Gin le ofrecía algo, él lo tomaría sin ninguna duda.

Aunque, en realidad, esa vez sí que había un motivo oculto. Una razón que también lo orillo a tomar la decisión de comprar su primer teléfono. No sólo era la necesidad de encontrar un nuevo empleo, había algo más. Y por ello, en cuanto llegó a la parada de autobús Kongpob se sentó en una esquina, embelesado mientras acariciaba su celular y sacaba de su bolsillo el primer regalo que se había hecho a sí mismo. Una cartera de imitación de cuero negro.

Kongpob fue directamente a un pequeño compartimento oculto, extrayendo de dentro un pequeño pedazo de papel varias veces ya doblado. Lo abrió con mucho cuidado, desdoblándolo en la superficie de la banca por haber pasado mucho tiempo guardado en su billetera. Mordiendo sus labios como un signo de su concentración, una manía que había copiado de alguien a quien no veía desde hace un largo tiempo. Y cuando el trabajo de alizar el papel estuvo concluido, Kongpob sonrió triunfante al ver en aquel viejo papel de revista el bello rostro de Arthit sonriéndole.

Kongpob enseguida tomó su teléfono, ajustando la cámara con la iluminación del cielo para obtener un mejor ángulo en donde el rostro de Arthit quedara capturado con excelencia. Guardando en su teléfono aquel pequeño recorte de esa portada de revista al que tanto había atesorado, y más nervioso aun cuando se deslizó hacia las opciones del menú de su teléfono, y seleccionó el teclado numérico.

En realidad, no recordaba exactamente, cuando o como consiguió con el teléfono de Arthit, Kongpob sólo sabía que lo recordaba. Por ello, sin intentar ocultar su amplia sonrisa, Kongpob tecleó el numero para guardarlo, seguido de su nombre antes de que su dedo traicionero presionara el botón verde para iniciar una llamada por error en lugar de la opción de añadir una imagen al contacto nuevo.

El corazón de Kongpob se hundió en un vacío, aterrado, intentando al instante desconectar con desespero la llamada antes de que él contestar a y fuese demasiado tarde. Pero justo antes de que pudiese hacerlo Kongpob escuchó el suave sonido de su voz al otro lado. Dejándolo aturdido lo suficiente como para que sus ojos incrédulos le permitieran escuchar nuevamente la voz confundida de aquel hombre con el que estaba bastante obsesionado.

—¿Hola?

Kongpob maldijo en su interior mientras trataba de hacer funcionar su teléfono e ir a la pantalla donde podría colgar, sin mucho éxito, recurriendo a apagar su teléfono. Y con ello asegurándose de que Arthit no de devolviera la llamada para averiguar quién llamaba sin responder. Y aunque pudiese no contestar, dudaba de su suerte, y de terminar tomando la llamada por error.

Cuando la pantalla volvió a estar oscura, Kongpob pudo respirar de nuevo, permitiéndole a sus pulmones relajarse inhalando y exhalando varias veces para calmar a su corazón en el proceso. Sus dedos tomaron el pedazo de papel de la banca, acariciando con los pulgares las mejillas de Arthit antes de que una palma pesada cayera sobre su hombro.

Antes, un largo tiempo hacia el pasado, Kongpob no se hubiese puesto nervioso en lo absoluto por una presencia extraña a su espalda. Ya que había vivido años en la calle. Pero después de aquella experiencia, su cuerpo comenzó de inmediato a sudar frío, girando con terror a dicha persona sólo para toparse con dos grandes ojos marrones rodeados por una suave piel de porcelana, sonrientes al igual que aquella sonrisa acompañada por hoyuelos. Una sonrisa que no había visto desde hacía mucho además de en sus recuerdos d aquella mágica noche en donde esa misma boca se dedicaba a devorarlo.

Arthit lo miró con diversión, dejando escapar una visita juguetona a la sorpresa que reflejaba el rostro de Kongpob. Mirándolo con un rostro avergonzado, y respiración agitada como si acabase de correr un maratón, y con sus ojos fijamente clavados en los de Kongpob. Rompiendo finalmente el silencio con un susurro nervioso.

—¿Fuiste tú quien llamó?

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¿Huelen eso? ¡Se acerca el final!

El hombre del automóvil rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora