Capítulo 13

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Arthit giró sobre la cama, adormilado y confuso antes de reincorporarse y sentarse sobre el colchón de un sobresalto. El reloj a su costado marcaba las 4:32 a.m. parpadeando desde su mesita de noche.

Arthit maldijo en su interior, saliendo de la cama con torpeza mientras trataba de no caer al suelo en su camino al cuarto de baño. Sus ojos seguían casi cerrados, y su boca todavía con aquella sensación seca y desagradable cuando se cepilló con furia los dientes, sólo para después meterse sin pensarlo dos veces bajo un chorro fuerte de agua fría. Frotando su piel mientras temblaba, y hacía el máximo esfuerzo posible en no morir de hipotermia.

Todos porque, de no apresurarse para lograr salir de su departamento en los próximos cinco minutos, no lograría ver a Kongpob a la distancia mientras esperaba el autobús que lo llevaría a la obra como cada día temprano en la mañana.

Pero el cuerpo perezoso de Arthit no estaba acostumbrado a una rutina tan exigente que le obligaba a levantarse cuando el sol aun no salía. Y aquella forma de despertarse era incluso más que usual a pesar de todos los meses que habían pasado siguiéndola. Por fortuna, el otro lado de la moneda no era tan difícil. Arthit podía mantenerse despierto tan noche como fuese posible como para pasar un largo tiempo esperando a que Kongpob regresara a su departamento.

Aunque su agenda si sufrió efectos secundarios. Sus horas de sueño habían quedado tan desfasadas que su asistente, Gin, había tenido que cancelar sus compromisos después del almuerzo para que Arthit pudiese darse el lujo de una pequeña siesta y recuperar un poco de aquellas horas de sueño faltantes sólo por no querer pasar un día sin mirar a Kongpob antes de su jornada laboral por unos pocos minutos. Por supuesto, sin dejar de recordarle una y otra vez lo asqueroso que le resultaba que su jefe espiara noche y día a un hombre joven a quien le había robado su virginidad. Aunque Arthit supiese de sobra que sus acciones eran más que cuestionables.

Pero por mucho que lo intentó, no había podido detenerse. Ni arrepentirse de ese día. En su mente aun continuaba viva aquella imagen. La de su espalda desnuda mientras él dormía pacíficamente a su lado. Un recuerdo que se apoderaba de su mente para atormentarlo. No entendía la inexplicable atracción que sentía hacia ese chico. Una que creyó, sería temporal. Pero que claramente no fue así.

Primero, al verlo día con día luchando por salir a flote en las calles, fue una especie de admiración y empatía que sacudieron al corazón de Arthit. Pero con el tiempo, tuvo que reconocer que aquel sentimiento tenía un nombre diferente. Si no fuese así, ¿por qué sus dedos no dejaban de recordar a aquella sensación de acariciar su piel dorada, y por qué sus labios no se resistían a volver a besar todo su cuerpo. Con forme más recordaba, más lo deseaba.

Pero, cuando la luz del sol se hizo presente por la ventana aquel día, Arthit se había dado cuenta de que no estaba preparado para lo que seguía después de haberse rendido a sus deseos la noche anterior. ¿Qué iba a decirle a Kongpob cuando se despertara? ¿Lo echaría del hotel después de agradecerle por sus servicios de una noche? ¿O iba a obedecer a su corazón y le pediría quedarse con él? Ahí en su cama. En su departamento. En su vida.

No, imposible. Inclusive Arthit sabía que era una locura, sus amigos, su familia, y todo el mundo lo llamarían loco. Y no estarían equivocados. Pedirle a un hombre saliendo de la adolescencia sin agregar que vivía en las calles, que se mudara a su departamento era una locura, no importaba que se sintiera locamente atraído a él. Aunque aún estaba la opción de mantenerlo en algún lugar cercano y seguro, algo así como un departamento aparte. Y quizá también podría ayudarlo a terminar la escuela. Arthit había escuchado a Kongpob decir que estaba en esa situación por una desafortunada razón, fuera de sus manos, y no por ser un vago que no quisiera superarse. Además, si lo alentaba a salir de las calles, él ya no tendría que preocuparse por no tener opciones para comprar comida. Y morir de hambre.

Y aunque las ideas de Arthit estaban llenas de buenas acciones para Kongpob, todo aquello seguía sonando a abandono. ¿Como podría estar tranquilo si dejaba a ese chico irse sin nada justo como había llegado? Salir de esas sabanas tibias por el calor de sus cuerpos desnudos aquella mañana fue quizá lo más difícil que hizo en su vida además del tiempo en que pasó esperando a que Kongpob saliera del edificio mientras él veía a lo lejos, desde su automóvil, la entrada del hotel. Su corazón se encogió cuando vio su delgado cuerpo bajar las escaleras frente al hotel, nervioso, y asustado mientras comenzaba a caminar lejos de él. Y aunque Arthit no le pidió explícitamente irse, quizá esperando en secreto que no lo hiciera, él lo había hecho de todas formas, y Arthit pensaba respetar aquella decisión.

Entonces, ¿por qué incluso después de meses Arthit seguía empeñado en querer ver su rostro a primera hora de la mañana? ¿Por qué iba una vez por semana a la construcción incluso aun después de terminar sus negociaciones con la vaga esperanza de encontrarse con él? ¿Y por qué había gastado tanto dinero para que Kongpob no volviese a las calles? Principalmente, para asegurarse de que no tuviese que recurrir de nuevo a vender su cuerpo. Ninguna de esas preguntas tenía alguna respuesta en su cabeza. Y nadie además de él podría dárselas. Y, aunque continuó vigilándolo a la distancia por mucho tiempo, Arthit no parecía sentirse satisfecho con ver a Kongpob crecer sin dirigirle una sola palabra.

Arthit sacudió su cabeza con la esperanza de que esos pensamientos frustrantes abandonaran su cabeza, saliendo con prisa de su ducha tortuosa mientras se apresuraba a vestirse. Corrió rápidamente al elevador, presionando el botón de primer piso cientos de veces hasta que este por fin lo dejó frente al recibidor.

Y con un pie fuera de este, con las puertas aun abiertas, Arthit abrió los ojos con sorpresa e irritación antes de darse un golpe en la cara con la palma completamente extendida. Su nariz se frunció mientras comenzaba a maldecir por lo bajo, bostezando una última vez antes de dar media vuelta y volver al piso donde estaba su departamento. Al llegar abrió la puerta con desgane dejando un rastro de ropa tirada mientras se desvestía por completo antes de abrirse paso en las sabanas y meterse dentro de ellas. Acercándose sin vergüenza a la figura durmiente en el lado opuesto de su cama, y rodeando su cintura con un brazo para acurrucarse a su espalda. Arthit respiró su aroma antes de besar aquel espacio entre su hombro y cuello para cerrar finalmente los ojos.

—¿A dónde fuiste tan temprano?

—A ninguna parte, amor. Estaré justo aquí, vuelve a dormir.

De vez en cuando Arthit seguía despertándose demasiado desorientado, olvidando que había pasado más de un año desde que Kongpob aceptó mudarse con él a su nuevo departamento.

De regreso a su vida.

FIN

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¿Qué puedo decir lectores?  Principalmente ¡Muchas gracias por estar aquí, por el apoyo constante, y por la larga espera!

No puedo más que disculparme por la lentitud con la que las actualizaciones llegaban a ustedes, y agradecerles por su apoyo, y por supuesto, por cada voto y comentario alentador.

Ustedes son mi más grande inspiración. Muchas gracias por todo.

Esta historia ha exprimido mi corazón con tantos sentimientos. ¿Qué tal están sus corazones? ¿Les ha gustado la historia?

Los ama, Hana. 

Y...¡Nos leemos en un nuevo proyecto!

El hombre del automóvil rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora