Capítulo 3

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Kongpob se estremeció por el frío en sus pies mientras caminaba en un pavimento inundado. Sus zapatos gastados estaban empapados, y su piel erizada por los escalofríos. Siguió caminando por minutos, abrazando su abrigo y agachando la cabeza para protegerse de la lluvia.

Habían pasado cuatro días desde que el cielo decidió desatar su ira sobre todas aquellas personas que trataban de sobrevivir sin un techo donde protegerse. Cuatro largos días desde que permaneció seco, cuatro días desde que lo veían como una rata mojada que se acercaba a pedir trabajo, y por lo tanto, cuatro días que había pasado sin dinero y sin nada que comer.

Cada parte de su cuerpo pedía a gritos ser alimentado, tenía tanta hambre que era imposible de soportar el dolor en su estómago y la incomodidad. Kongpob ya no sabía si ansiaba más la comida o dormir en un lugar seco. Aunque, tal vez, lo que más necesitaba, era deshacerse de la tortura constante de las pequeñas gotas frías cayendo como agujas sobre su piel.

Después de haber estado sin un hogar durante más de tres años, de pie en ese camino oscuro y solitario en medio de la noche, rodeado únicamente por la lluvia cayendo, esa fue la primera vez que Kongpob sintió que su vida no tenía ningún sentido. No tenía comida, ni un hogar, y nadie a quien él pudiera acudir por ayuda.

—Hola, cariño. ¿Qué haces dando vueltas aquí en una noche como esta? ¿Ya cambiaste de opinión?

La voz del hombre fue fuerte, pero no lo suficiente para escucharse sin problemas sobre la lluvia.

¿Cuándo había llegado el automóvil a estar tan cerca de él? ¿Y por qué no notó el ruido del motor a menos de tres metros de donde estaba?

Aturdido, Kongpob miró fijamente la amplia y usual sonrisa que siempre le mostraba aquel desconocido, con un único hoyuelo en su mejilla izquierda que hacía que sus palabras sonaran mucho más sarcásticas de lo que en un principio eran.

Esa noche, Kongpob no encontró ningún humor en la situación en la que estaba. Antes rio, se burló y rechazó al hombre sentado detrás del automóvil muchas veces. Incluso aunque ese hombre era muy superior a él, y se estaba burlando de él. No le importó su no tener un hogar, ni permanecer días sin comer, porque al menos, él tenía su orgullo en alto.

Pero, cuando se trataba literalmente de una cuestión de vida o muerte, ¿realmente importaba el orgullo? ¿Quién lo juzgaría si viviera como una puta de renta? ¿Era mejor destino morir de hambre?

—Si...sí.

— ¿Qué?

La sonrisa burlona en su rostro se desvaneció de inmediato, su expresión reflejó a la perfección la decepción que sentía Kongpob de escuchar su propia voz.

—Yo, yo cambié de opinión...

Sus dientes rechinaron por el frío y nerviosismo a cada palabra, su voz sonaba extraña, y se sentía cohibido por la mirada curiosamente sorprendida del hombre detrás de la ventana. Esa misma mirada penetrante y aburrida que se paseaba por cada centímetro de su cuerpo mientras fruncía el ceño, arrugando la piel de su perfecta frente.

— ¿Cuál es el costo?

¿Cuánto cobraban usualmente las prostitutas? ¿Cuánto valía una persona? No tenía idea. A esa altura, para Kongpob el dinero ya no importaba, sólo quería salir de la lluvia.

—Ocho...Ochocientos.

— ¿Por hora?

Las cejas levantadas del hombre debían significar algo, pero Kongpob no tenía el conocimiento necesario del tema para saber si era demasiado caro, o barato. Ni la energía para tratar de negociar.

El hombre del automóvil rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora