Capítulo 7

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Aquellos cálidos labios se cerraron sobre su pezón húmedo y duro. Su espalda se arqueó inmediatamente en respuesta a la sensación, envuelta en aquellos brazos fuertes que sostenían su cuerpo.

Sus piernas estaban tan cansadas que su agotamiento le hizo imposible moverse incluso después de sentarse a horcajadas sobre el hombre que estaba profundamente dentro de él. Tan dentro y a la vez, sin ser suficiente para que el deseo de su corazón estuviera satisfecho.

¿Qué hora de la noche era, o qué día? ¿Qué mes? Demonios, ni siquiera sabía en qué año era.

Parecía como si el tiempo se hubiera quedado quieto, mientras que su mente luchaba por comprender cómo menguar los latidos desesperados de su corazón. De repente sintió que las caderas debajo de él empujaron hacia arriba una vez más. Dando directamente en su próstata, sacudiendo su cuerpo de sólo placer. Un fuerte gemido fue arrancado de su garganta en ese mismo instante. Y aquella boca que no dejaba ir a sus labios se deleitó con sus jadeos constantes. Susurrando suavemente su nombre mientras continuaban rozándose. Casi por instinto, Kongpob se aferró a aquellos anchos hombros como si al soltarlos pudiera perder la cordura. Su boca al fin pudo hablar, un susurro irregular que seguramente no se parecía a su voz usual, pero que rompió el silencio de la habitación iluminada con velas.

—Por favor... más... más profundo... hazlo más rápido.

Kong abrió los ojos exactamente a la misma hora que todos los días. Unos minutos después su alarma casi silenciosa sonó como lo hacía diariamente para indicarle que era hora de levantarse. La luna a través de la ventana comenzaba a desaparecer en aquel cielo que estaba a sólo un par de horas de la mañana.

Sí, Kong tenía una alarma. No solo eso, también tenía una cama. Un colchón en realidad, y dormía en una pequeña habitación, junto con unos diez compañeros de piso. Cada uno de ellos, al llegar, buscaba un espacio vacío en el suelo al final de un largo día y se tumbaban en este hasta que uno nuevo diera comienzo.

Aquel era un lugar un poco estrecho, por supuesto, pero al menos era algo. Era un techo donde dormir todas las noches, totalmente diferente a un callejón maloliente, y no tenía que preocuparse diariamente sobre qué tan horrible iba a ser el clima. Tenía la posibilidad de tomar un baño todas las mañanas, incluso aunque fuera una ducha helada. También lidiaba con algunos ronquidos y un par de patadas, pero nada de eso era algo que le molestara.

Pero, algo que si le molestaba era el hombre que dormía al otro lado de la habitación, aquel que siempre lo miraba con ojos fijos en aquella habitación a oscuras. Un hombre que supuestamente debería estar dormido a las cuatro de la madrugada pero a quien todos los días Kongpob encontraba observándolo mientras él caminaba silenciosamente hacia el baño vacío. Ese día al hacerlo, sus mejillas sonrojadas delataban lo desesperado que estaba por ocultar su erección alzándose detrás de la delgada tela de sus pantalones.

Un problema con el que nunca había tenido que lidiar todos esos años durmiendo en las calles. Pero que había aparecido hasta que dormir tranquilamente se hizo una costumbre. Kongpob sabía que ese no era un simple sueño, en realidad era un recuerdo. El recuerdo de aquella noche que había pasado con Arthit y que le hizo cambiar tanto que modificó todos sus ideales.

Kongpob se burló silenciosamente de sí mismo mientras el agua fría comenzaba a caer sobre su piel.

¿Era demasiado dramático decir esa noche había pasado finalmente de ser un niño a un hombre? Y eso, por más extraño que fuera, no tenía mucho que ver con haber perdido su virginidad.

Fue porque, por primera vez, no quiso volver a aquel callejón. Por primera vez no quiso dormir a la intemperie en esas calles sucias. No quería ser un don nadie que simplemente esperaba a que la muerte lo reclamara. Quería ser alguien con un propósito. Y si lograba todo lo anterior, tal vez algún día, cuando encontrara una pizca de coraje, iría a enfrentar a Arthit, para poder verlo una vez más.

Pero, por el momento, estaba más que contento de salir de su primer trabajo en la estación de gasolina e ir corriendo a su segundo trabajo. Y después de ese, apresurarse para llegar a tiempo al tercero, afortunadamente, el ultimo del día.

Seguramente su cuerpo estaría gritando de dolor cuando el día finalmente terminara, pero de lo único de lo que definitivamente nunca se quejaría seria de tener demasiados empleos.

Kongpob se vistió rápidamente con su chaleco amarillo fosforescente, se colocó el casco sobre su cabeza, y fue a su área de trabajo. Afortunadamente, su trabajo era sólo mover algunas piedras pesadas que requerían poca o nula atención, algo que Kongpob agradeció, porque lo último que podía hacer era concentrarse. Se la pasaba estirando el cuello cada pocos segundos para ver más allá de su área, mientras se las arreglaba para que sus manos trabajaban por su propia cuenta.

Los colegas de Kongpob lo miraron de forma extraña cuando su rostro se iluminó con una amplia sonrisa. Esa misma expresión que aparecía en su rostro de vez en cuando, casi automática cuando aquel automóvil rojo llegaba al sitio de la construcción. Pero ninguno pensó que su felicidad se debiera a eso.

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¡Estamos de suerte! La autora esta de vuelta, y actualizó. Al parecer serán más de sólo dos partes. 

¡Gracias por su apoyo!

El hombre del automóvil rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora