Era la décima ocasión en que Kongpob contaba el dinero en sus manos. Pero sin importar cuantas veces mirase los billetes, la cantidad no parecía aumentar.
Al menos tenía dinero en sus manos de nuevo.
Después de haber sido asaltado por sus compañeros, Kongpob se dio a la tarea de encontrar algunos escondites para mantener seguros sus ahorros. Encontrando unos pocos en lugares lejanos a donde dormía. El saber encontrar buenos escondites era quizá una de las habilidades que adquirió en aquellos tres años de vivir en las calles.
Kongpob se propuso desde ese momento a ahorrar cada centavo que cayese en sus manos, racionando todo lo que compraba, incluso la comida, contando la cantidad una y otra vez, varias veces en el día. Todo aquello con un sólo objetivo en mente. Uno que deseaba alcanzar desde hacía meses atrás. Siendo aquello, el paso más grande que hubiese hecho en su vida.
Un boleto de autobús.
Sonaba ridículamente común. Pero caminar cerca una hora cada mañana para lograr llegar a tiempo a su trabajo, estaba acabando con su energía. Algo que cambiaría si tenía suficiente dinero para poder costearse un viaje de ida y vuelta al trabajo en autobús, obteniendo con ello un par de minutos más de sueño diaria. La idea sonaba perfecta, algo que mejoraría su estilo de vida exponencialmente.
Aunque también se conformaba con no tener que castigar a los músculos de sus pies subiendo cerca de cuatro kilómetros una calle empinada, justo después de su jornada laboral.
¡Y lo logró! Ese iba a ser el primer día que podría subirse a un autobús, y no llegar deshecho a su dormitorio.
La alegría no duró demasiado. Casi nada de tiempo antes de que un gancho izquierdo diera de lleno en el estómago de Kongpob cuando su jefe se acercó a él sólo para hacerle saber que aquella sería la última llamada de atención de su parte respecto a un tema del que ya le había hablado anteriormente. Como si Kongpob no tuviese ya bastante con que lidiar, aquella noticia cayó como una piedra gigantesca directa a sus hombros. Al parecer Kongpob no cumplía con los estándares indicados en las normas de vestimenta de la construcción. Principalmente, sus zapatos que no eran para nada apropiados.
Pero ¿cómo se haría Kongpob con uno de esos zapatos? ¡Su precio era exorbitante! Algo lejos de tener incluso en su imaginación.
Kongpob miró hacia abajo, en dirección al dinero en sus manos justo para después darse cuenta de que sus zapatillas deportivas, aquellos que había encontrado hacia años atrás, estaban por colapsar nuevamente. Siendo visibles incluso algunos de sus dedos entre los hoyos de la cubierta.
Kongpob suspiró hondo y tendido antes de reconocer que realmente necesitaba un par de zapatos. Quizá aquella idea no era tan descabellada como en un comienzo, e incluso podría beneficiarse de ello. Se olvidaría de las ampollas en las plantas de sus pies por un buen tiempo.
Así qué con cierto recelo, Kongpob cambió sus planes, posponiendo nuevamente su esperanza de superarse, aunque fuera en lo que quizá, para otros sería un aspecto diminuto. Evitar ser despedido era su prioridad máxima. Y no iba a abandonar por nada su sueño de tener un trabajo.
Pero todo fue en vano. Ya que, al terminar la semana, el jefe le informó que había sido sancionado por incumplir con el código de vestimenta, reduciendo su paga a cero. ¿Y todas aquellas horas de trabajo? ¿Qué haría si volvían a robarle su dinero?
Los labios de Kongpob estaban sumamente heridos, rasgados por él mismo sin darse cuenta, e inconsciente del sabor a sangre en su boca mientras sus pensamientos vagaban perdidos, y sus manos trabajaban por inercia.
Escuchó algunas voces, murmullos sobre su falta al código de vestimenta, comentarios hacia sus zapatos, y recomendaciones para que se mantuviera atento a cualquier derrumbe. Pero, como si aquellas palabras de aliento fuesen una maldición, Kongpob hizo un mal movimiento y su mente se vio obligada a volver de lo profundo de sus pensamientos para atender el derrumbe que estaba aproximándose a él.
Y quizá debió saber de antemano que la vida nunca le sonreía. Era hora de que Kongpob posiblemente entendiese que su mala suerte era demasiado pesada para huir de ella.
El derrumbe no fue gran cosa, un par de cortes en sus brazos, y uno que otro golpe en la cabeza. O eso creyó Kongpob hasta que trató de moverse, y de su garganta no hizo más que salir un grito aterrado de dolor puro. Sus ojos rápidamente fueron hacia la causa, viendo la tela de sus zapatos hecha jirones siendo consumida por la sangre brotando de su pie.
Apoyado en uno de los pilares, Kongpob trató de recostarse, librando de su prisión a su pie, y retirando con cuidado la tela encarnada en la herida. Haciendo un par de muecas dolorosas al tirar de los hilos hundidos en la carne viva.
— ¡Oye, tú!
Kongpob levantó la cabeza con brusquedad, aturdido al ver a aquel hombre señalándolo con el entrecejo fruncido. Asustado de lo que podría pasar si alguien se enteraba de que se había lastimado justamente por incumplir las reglas. Iban a despedirlo por supuesto. Así que como pudo, Kongpob escondió su pie izquierdo detrás del otro, esperando que Gin creyera que sólo estaba holgazaneando.
— ¿Dónde demonios te habías metido? ¿Nadie te ha dicho que he estado buscándote desde la mañana? Tú niño idiota...Oye, ¿ocurre algo? ¿Por qué estas llorando?
Kongpob había tratado de apretar con fuerza los dientes, evitando quejarse del dolor, al menos hasta que Gin se fuese, sin darse cuenta de que sus ojos lo habían traicionado. Razón quizá por la que su vista se hizo tan borrosa. Se había concentrado demasiado en la sensación punzante de dolor, y el ardor de la sangre goteando de la herida.
Pero, aunque Kongpob no le contestó. Gin buscó la respuesta con sus ojos, mirándolo de arriba abajo hasta que sus ojos encontraron el rastro de sangre goteando en el suelo.
—Eso parece doloroso. Deberías ir a un médico...
— ¿Qué? No, todo está bien, yo...
—¡No! ¡Por supuesto que no! Ten toma esto.
Refunfuñando, Gin se masajeó las cienes con exasperación. Sacando su cartera de sus pantalones, y tendiéndole a Kongpob dinero en efectivo. Deteniéndose solamente al ver la expresión incrédula de Kongpob al ver el dinero. Algo que le hizo que Gin bufara antes de levantar el mismo la palma de Kongpob y estampar en esta un poco más de dinero.
¡Era demasiado! Mas de lo que podría ganar en un año. Con esa cantidad podría comprar zapatos, un pase de autobús diario, comida hasta saciarse, y ¡demonios!, incluso comprarse otro pie izquierdo.
O quizá estaba exagerando un poco.
Kongpob apenas pudo mirar hacia arriba antes de que su pie punzara tan terriblemente que tuvo que volver a apretar la quijada. Y antes de que pudiera decir algo, un agradecimiento, o incluso negarse a recibir tanto dinero. Gin ya se había ido.
Kongpob se quedó sólo con aquel fajo de billetes en sus manos, preguntándose si Gin y todo ese dinero eran sólo una ilusión.
~~
¡Lento pero seguro!
ESTÁS LEYENDO
El hombre del automóvil rojo
Romance[COMPLETA] Él era como el sueño del que nunca quería despertarse. Ese hombre de dulce sonrisa con hoyuelo que conducía un automóvil rojo y quien le hablaba detrás de su ventana con una cálida voz. Ese alguien a quien nunca podría olvidar. ~~ -Esta...