Capítulo 3

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Despierto. Me he quedado dormido en el sofá. Me dirijo a la cocina para preparar algo, mientras el estómago me ruge. Mientras me sirvo un poco de jugo de naranja, las escenas de anoche se repetían en mi cabeza la escena de sexo que tuve con la chica de ayer, otra vez. De solo recordar lo que hicimos, me sentía excitado. Tengo la idea de que hoy por la noche, iré a buscarla, y no para tener sexo, si no, para conocerla mejor. Ni siquiera sé su nombre ¿Por qué no ser amigos también?

Alguien llama al móvil.

— ¿Hola? ¿Rubén?

Era una voz femenina que reconocí al instante.

— ¿Jen?

—Sí, soy yo. Perdón por molestar. Quisiera que vengas a la veterinaria San Luis, Hachi no se encuentra muy bien.

—Voy de inmediato.

Hachi es la gata que cuidaba mientras Jen no estaba. La teníamos desde muy pequeña cuando éramos pareja. Hace poco, terminamos, y se la llevó de mi apartamento. Al fin y al cabo le pertenecía a ella. Aunque de todas formas, sabe muy bien que esa gata es importante para mí.

La veterinaria donde Jen me indicó, estaba a algunas cuadras. Llegué caminando.

K;

Estaba en mi habitación, inhalando un poco de cocaína, cuando tocan la puerta. Rápidamente escondo todo, me arreglo el cabello, y abro.

— ¡Hey! nena, adivina qué. Hoy te toca.—dijo sonriendo con un toque de malicia.

Me quedo helada. No pensé que llegaría hoy.

— No es viernes.—alcanzo a decir sin parecer atemorizada.

— No me importa, yo quiero que seas mía, ¡ahora!

Dicho esto, me empuja bruscamente hacia la cama. Trato de resistirme, pero es en vano. 

Empezaron a salir lágrimas de la nada. Sin poder moverme, él se desabrochó el cinturón. 

Su mirada daba miedo, era justo como la de un violador a punto de abusar de un alma inocente.

R;

— ¡Jen!—estaba sentada en la sala de espera.

— Hola... Ella esta ahí.—me señala la puerta que estaba a unos metros de nosotros.

— ¿Qué es lo que le pasó?—le pregunto con mucha preocupación.

— No lo sé. Cuando regresé ella estaba tirada en el suelo sin poder moverse...

— ¿Cuánto tiempo es que están aquí?

— Cuando te llamé, yo estaba en camino.

Un hombre muy adulto con bata verde agua se nos acerca.

— ¿Ustedes son los dueños de la gata?

Asentimos.

— Lamento informarles que su gata, por alguna razón, consumió veneno para ratas. El efecto ya recorrió en todo su organismo. No podemos hacer nada. Lo lamento.

— ¿Veneno?, ¿pero cómo?, yo no... —se detuvo, al parecer recordó algo—no puede ser.—susurra llevándose las manos a su boca.

— Así que tú misma tienes la culpa.— le digo algo furioso, secándome la lagrima que había salido de repente.

— Lo siento, de verdad, no quería que esto pasara.—se le quebró la voz.

Solo me limito en mirarla desanimado.

Agacha la cabeza y se dirige a la sala en donde se encuentra Hachi. Segundos después, yo también sigo su acción.

No aguanto más. Me duele todo el cuerpo. El maquillaje de mis ojos se ha corrido por las lágrimas. Aquel hombre se pone de pie para cambiarse.

— Así me gusta, que seas toda una perra conmigo. Pero para la próxima quiero que todo lo hagas a tu voluntad, y no tener yo decirte que hacer, ¿vale? —me agarra el cachete y solo lo miro sin expresión alguna.

Se acercó a mis labios con su mal aliento. Estoy acostumbrada, pero sinceramente este hombre me da más asco que los viejos de 50 años a los que atiendo de ves en cuando. Tampoco me resistí, porque se que si lo hacía, me arrepentiría después.

Cierra de un portazo. Con el golpe me sobresalto y entonces rompo a llorar. Me toco levemente los moretones que han salido. Es indescriptible el dolor que siento en esos momentos, porque, no es la primera vez que paso por esto. Físico y a la vez emocional, quiero hasta morir. ¿Mi escapatoria? llevar ese dolor a un solo lugar, mis muñecas.

Con algo de dificultad me levanto y voy en busca de mi cuchilla. Me dejo caer al piso y empiezo a rasguñarme lentamente. Cada vez meto la cuchilla más afondo. 

El dolor que tenía en todo el cuerpo, ahora se centra en mis cortadas. Gimo y grito. Nadie puede escucharme de todas formas. Puse antes de caer música metal a alto volumen. Poco a poco me sentí mejor. Como siempre la cuchilla, era mi amiga de nuevo. La sangre que corría por mis brazos la sequé con una toalla. Mis heridas tampoco eran profundas, así que dejé que secaran solas.

Me acuesto en la cama, débil y un poco agotada. Mejor será dormir para olvidarme de toda esta mierda por un rato.

No trates de salvarme [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora