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Ciudad de México, 1980.
Abril.
Joaquín.

Habíamos logrado entrar a la escuela y me habían separado de mi hermana, los chicos aquí eran tan malos e idiotas que preferiría seguir trabajando antes de pasar más tiempo en estos rumbos, pero estoy seguro que se van a terminar acostumbrando a mi encanto.

- ¿Qué tal tu día? — mordí mi sándwich.

- ¡Horrible! Me pusieron a tejer, me enseñaron a caminar como dama porque decían que caminaba como varón, me quitaron las trenzas y me hicieron esto — señaló su cabeza, traía una coleta y se veía linda porque estaba despeinada. — tu día fue mejor ¿cierto?

- Mmmh — afirmé. No le contaré el mal momento que pasé — pero las clases terminaron, así que acaba tu desayuno y nos vamos.

- Desayunando a la una de la tarde, que gran día — reí al escucharla.

Quizá hoy no fue un gran día pero estoy seguro que los próximos serán mejores.

Ciudad de México, 1980.
Mayo.
Emilio.

Un mes. Un mes desde que el chico de los vestidos floreados que siempre cargaba una chaqueta sin botones y que cada día traía una flor diferente entre su oreja y su cabello, llegó a la escuela y sin darse cuenta se metió a mi vida.

Durante este mes lo más cerca que estuve de hablarle fue cuando me dijo con su suave voz que a veces estaba ronca, "buenos días" porque ambos habíamos llegado temprano. Pensé que comenzaríamos una charla pero inmediatamente después de sentarse en su asiento y cruzar las piernas mientras jalaba su largo vestido, sacó la copia de algún tonto libro en el que siempre estaba metido.

- ¿Qué lees? — preguntaría si tuviera valor.

- "El nombre de la rosa" — contestaría si ese fuera el libro, pero ese es el que leo yo.

- Me gusta tu vestido.

- Gracias ¿también te gustan los hombres? — y yo diría que sí. Que en especial, él.

Si fuera valiente y el salón no se hubiera llenado en lo que me imaginaba mil escenas para hablarle, eso hubiera pasado.

Pasó el tiempo y a veces me descubría a mí mismo comenzando poemas cursis para Joaquín. Le comencé a poner apodos como "el niño de un millón de flores" y ni hablar de cuando lo combinaba todo. Mi libreta se miraba tan diferente ahora.

Los días pasaban y me daba miedo el hecho de que cada día comenzaba a llegar sin flores y con algún moretón en sus brazos

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Los días pasaban y me daba miedo el hecho de que cada día comenzaba a llegar sin flores y con algún moretón en sus brazos.
Los días pasaban y a veces no llevaba vestido sino falda combinaba con un suéter.
Los días pasaban y comenzó a usar manga larga con pantalones sueltos, su mochila se volvió negra y la rosa que siempre llevaba quedó en el olvido.
Los días pasaban y a veces cubría su ojo con una hojita a la que le dibujaba un ojo animado. Creo que ocultaba marcas de algo.

Me asusté. Pero no hice nada.
Soy cobarde y siempre lo seré, pero también soy entrometido.
Comencé a seguirle sin que se diera cuenta, cuando caminaba a casa con quien parecía ser su hermana, siempre iba de la mano.
A veces se detenía en alguna dulcería de la ciudad y compraba palanquetas y helado. Al salir seguía caminando con gracia y aunque antes las personas cambiaban de dirección cuando lo veían, ahora pasaban normal.
Pero no era él. Y no sé por qué.

Ciudad de México, 1980.
Mayo.
Joaquín.

Mamá no entendía por qué de repente quería vestirme como un niño. Papá sonreía y Renata sólo me decía que fuera yo.
Mamá no entendía por qué nunca me quitaba la chaqueta ni me descubría las piernas y a veces me pintaba la cara con su maquillaje.

Las personas pueden ser crueles, ven algo diferente y la vida se les viene abajo que para poder subir de nuevo se tienen que deshacer de ello.
Comencé a vestirme como los chicos de mi escuela porque me atormentaban, me acorralaban y me golpeaban diciendo "sé hombre".
Hay un punto en todo esto en el que uno cede por seguridad, no estaba seguro si mi cuerpo iba a aguantar más.

Ciudad de México, 1980.
Junio.
Emilio.

Decidí hacerle una carta para que volviera a ser él. Quería hacerle saber que a algunos nos gustaban sus vestidos y nos gustaba él.
Todo sería bajo el anonimato porque como ya saben, soy un cobarde.

¿Cómo debería empezar la carta? ¿cómo se la daría si siempre llega primero que yo? ¿debería hacerlo realmente?
Tengo que salvar su esencia, no permitiré que esos chicos le hagan daño.

¿Pero cómo debería comenzar la carta?

Quizás con un:

"Querido niño de un millón de flores, sé que la vida es cruel a veces y que las personas son sus títeres.
Cuando te vi supe que eras diferente y a mí me encanta lo diferente. Descubrí el título de tu libro, ese que siempre lees mientras los demás te dan vueltas, estamos leyendo el mismo pero nuestras portadas son diferentes.
Sé muchas cosas de ti pero lamentablemente tú no sabes de mí.
Me encantan tus vestidos ¿por qué los dejaste de usar? Los luces bien.
Te diré algo, lo diferente no es único, es especial. Con tus vestidos le dabas color a esta escuela tan gris y le dabas vida a las flores, le dabas felicidad a los pájaros y a veces un mal rato a las personas que caminaban por la banqueta de las grietas. Imaginame riendo, porque siempre me ha dado risa cómo todos se alejan de ti mientras yo sigo buscando la forma de acercarme.
Vamos a prometer algo...

Ciudad de México, 1980.
Julio.
Joaquín.

"... vas a vestirte de nuevo con esos vestidos floreados cuando regresemos a clases y tu nuevo apodo será 'niño de un millón de flores' ¿sí?
Porque quiero que cada día que cruces la puerta, me gustes un poco más, sólo si vas a seguir siendo tú.
¿Sabes qué prometo yo? Presentarme.

Con cariño:
X.

Pd: nos vemos regresando".

Tengo que admitir que la carta me cayó bien, necesitaba escuchar esas palabras pero tengo miedo de que sea un truco. Nadie puede escribir cosas tan lindas sin sentirlas ¿cierto?
Supongo que lo descubriré después de las vacaciones.

Niño de un millón de flores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora