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Ciudad de México, 1980.
Febrero.
Joaquín.

El sol pegaba en mi rostro tan fuerte que me nublaba totalmente. Los adornos de flores y las cajas iban a salvarme de esto así que coloqué algunas detrás de mí y al doblarse tapaban un poco mi cabeza.

Recién despertaba pero ya podía notar que estábamos lejos de mi pueblo, estas calles eran enormes, había autos tan lindos, tanta gente en las banquetas, chicos en bicicleta y edificios por doquier. Sin duda esto será el comienzo de algo maravilloso.

Después de tantas horas llegamos a donde nos quedaríamos, era un departamento y habían tres camas, una para mis padres, otra para mi tío y una más que mi hermana y yo compartiriamos. Todos bajamos y ayudamos con el equipaje pero inmediatamente después que terminamos de liberar la camioneta, mi padre y mi tío tuvieron que irse para encontrarse con el señor que los ayudaría a conseguir trabajo.

Renata y yo queríamos ir a explorar la ciudad pero mamá rio diciendo que nos perderíamos, tan sólo una colonia de una calle, era igual de grande que nuestro pueblo así que decidimos ir con mamá algún otro día.

- ¿Qué hay de la escuela, mamá? - preguntó Renata mientras comía algo de una caja.

- Tendremos que esperar - acarició su cabello.

No había pensado para nada en la escuela ¿cómo conseguiriamos entrar?

- Ma ¿no crees que sería mejor si por un tiempo buscáramos trabajo por aquí? Digo, así conseguiriamos dinero para entrar a la escuela, aquí hay mucho trabajo, podemos vender comida como la tía Julieta en alguna banqueta, o hacer mandados como en el pueblo - hablaba Renata. No era mala idea pero estoy seguro que mamá no querría.

- ¿Tú crees? - robó algo de la misma caja que tenía mi hermana. - sería buena idea, podríamos empezar vendiendo cena en este barrio, quizás a escondidas porque no estoy segura si sea algo que se pueda gritar - ambas rieron. Creí que mamá no querría pero creo que la entiendo, ahora más que nunca necesitamos ese dinero.

Y en realidad así fue, ese día llegaron varios vecinos para ayudarnos a conocer el barrio, era un barrio pobre lleno de corazones bondadosos. Las personas nos trataban bien y cuando hicimos amigos ahí, comenzamos las ventas.

Los primeros días nos fue algo mal pero conforme corrían la voz, el puesto cada día se llenaba más y más.
Papá y mi tío trabajaban desde temprano hasta muy noche en una construcción, no ganaban millones pero siempre traían comida a la mesa y nos apoyaban en nuestro puesto de cena.

Los meses pasaban y cada día nos acostumbrabamos más y más a esto.
¿Saben que era lo mejor de todo? Que mis vestidos no incomodaban a nadie, sólo que ahora tenía que usarlos con tenis, caminábamos tanto que los tacones me matarían.
Mamá dice que a este paso pronto iríamos a la escuela.

Ciudad de México, 1980.
Abril.
Emilio.

¿Vestido de flores? Ese chico que vi hace un par de meses en esa camioneta estaba loco, pero tenía mucho valor.

- ¿Qué haces con mi vestido, tarado? - decía mi hermana mientras me quitaba su ropa. Me había quedado curiosidad de saber cómo me vería yo con un vestido y debo admitir que no se me miraba igual de bien que a él.

Sólo lo vi una vez ¿qué me pasa?

Me puse la ropa que usualmente utilizo y me fui en bicicleta a la escuela. Odio esta rutina.

- ¡Emi! - gritaba alguien al final del aula - ¿cómo está tu papá?

- ¿Te importa? - decía mientras me sentaba en un banco junto a la mesa de la pared

- ¿Por qué es tan rico y a ti no te da ni un peso? - reía. Lo mismo de siempre, burlas sobre mi padre y burlas sobre mí. Papá no me daba los lujos que podía darme, le ha gustado que los consiga por mi cuenta pero realmente odio su trabajo.

Ignoro todo lo que me dicen al respecto, nunca me ha gustado caer en provocaciones.
El día fue normal, las clases tranquilas y el receso patético, pero a medio día tocaron la puerta, el maestro salió, era el director casi casi arrastrando a dos alumnos por el pasillo y diciendo al maestro que no les diera preferencia pero que los dejara entrar a clases, se reía y podía ver que lo disfrutaba.

Entró primero el profesor, lo siguió una chica castaña a la que unas trenzas le adornaban la cabeza y portaba una falda blanca enorme con un suéter rosa. Se miraba menor y su estilo era raro pero creo que el chico que entró después de ella se robó las miradas.

Chico castaño, con rulos, tenis negros, vestido floreado y una chaqueta de mezclilla cubriendo sus hombros. No me costó trabajo recordar que era el de aquella camioneta. Desató las risas pero a él no le importó y siguió posando para nosotros. En algún momento se llevaron a la niña que lo acompañaba y cuando se dio cuenta su miraba cambió, se miraba nervioso.

- Mi nombre es Joaquín, vengo de Abreúl y me gust... - alguien lo interrumpió.

- ¡Vestirte de puto! - el comentario desató tantas risas que me dio pena existir estando de este lado del aula. Al chico pareció no importarle y con una sonrisa nerviosa siguió hablando.

- Como les decía, me gustaría estudiar aquí porque quiero ser educador. No me sentiría en paz hasta que sepa que hice todo lo posible para que las próximas generaciones no sean como ustedes - todos se burlaron de nuevo y el maestro pidió a Joaquín que tomara asiento. Se sentó en el último banco de mi fila, hizo toda una pasarela para llegar hasta ahí.

Algo admiro de él, su valor.
Ojalá lo tuviera también.

Niño de un millón de flores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora