Capítulo 3.5

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Donde Tai-Tōru se enamora por primera vez.


     EL MERCADILLO estaba tan rebosante que fue difícil para Tai-Tōru caminar por allí. Gente iba y venía con sus compras, y no había forma de que él pudiera pasar sin golpear o tropezar con alguien. De todas formas, Tai-Tōru tenía en la mira a esa hermosa mujer, y nada le impediría llegar hasta ella sólo para saber su nombre.

Miradas curiosas habían sido puestas sobre él. Por lo peculiar de su aspecto, Tai-Tōru había aceptado que los humanos siempre lo verían de ese modo. Ese llamativo color sólo hacía que cabezas se giraran en su dirección, y por esta ocasión, esperaba que esos oscuros y bellos ojos que había estado apreciando por tanto tiempo también lo hicieran.

Luego de varios empujones y de miradas furiosas, Tai-Tōru salió del mercadillo y siguió silenciosamente a la joven que se dirigía hacia otra parte del pueblo. Llevaba su canasto lleno de comestibles, y su brillante sonrisa era regalada a todo aquel que la saludaba amablemente. Tai-Tōru tenía la certeza que no sólo su exterior era maravilloso, sino también su corazón.

Para ese entonces, los vestidos eran tan largos que cubrían todo el cuerpo de las pequeñas mujeres, llevaban tanta tela sobre ellas que era un poco difícil imaginar la forma en la que lograban desenvolverse. Sus cabezas eran cubiertas por un gorro que se amarraba bajo sus barbillas, y sus rostros carecían de cualquier tipo de maquillaje haciéndolas destacar por su belleza natural.

Y Tai-Tōru amaba la belleza de esa singular dama que sonreía revelando sus encías.

Era tan increíble que un Dios como él cayera tan mal y tan rápido por una humilde humana como ella. Pero, tal vez, Izanagi había tenido razón: "Incluso los dioses pueden enamorarse".

No es como si Tai-Tōru recordara haberlo hecho antes, pero cuando veía a esta mujer, su corazón golpeaba tan fuerte en su pecho que le era difícil negarlo. Sólo quizá esto le indicaba que se había enamorado por primera vez.

La miró detenerse junto a un pequeño puesto de flores, su pequeñas y pálidas manos tocaban los pétalos mientras se decidía por cuál llevar. Tai-Tōru estaba tan nervioso y emocionado que apretó el paso para llegar hasta ella, y decidido, se dijo a sí mismo que aquella mujer sería para él, que haría lo que fuera para tenerla.

Él lo merecía. Luego de miles de años cuidando el mar y darles alegría a los humanos, Tai-Tōru tenía el derecho de buscar su propia felicidad.

Pero, una sorpresa lo golpeó de pronto.

Antes de poder estar junto a ella, otro hombre se detuvo a su lado y colocó su mano por detrás de su cintura. Ella de inmediato giró su rostro para verlo, sus grandes ojos se iluminaron de alegría cuando él se acercó y depositó sobre su mejilla un casto beso. Ella le sonrió de vuelta, y apoyó su rostro en el pecho del hombre cuando lo abrazó y él la estrechó aún más cerca.

Estaban enamorados, y el corazón de Tai-Tōru se rompió tan bruscamente que sintió un dolor punzante, la punta de un filoso cuchillo siendo enterrado en su carne sin piedad.

La sensación era nueva, desgarradora y triste, y Tai-Tōru comprendió que así era como se sentía ser un humano.

A pesar de que dijo que haría lo que fuera por ella, obligarla a amarlo no estaba en sus planes. Estaba prohibido, y era inaceptable tratar de robar lo que no era suyo, por lo que ella, lastimosamente, nunca le había pertenecido.

Miró así a su primer amor siendo adorada por otros ojos. Su hermosa sonrisa siendo entregada a otro hombre. Sus pequeñas manos estrecharse en palmas que no eran las de él. Su felicidad siendo arrebatada mientras ellos se alejaban lentamente.

Furia lo llenó después de que lágrimas corrieran abundantes por sus mejillas. Entonces, Tai-Tōru se dijo que nunca más regresaría a tierra firme para tratar de vivir como un hombre. Él no lo era, y todavía así quería sentir lo que para aquellos seres era un regalo.

También descubrió que no lo quería. Era doloroso, injusto y muy aterrador.

Él resguardó en el baúl de sus recuerdos el precioso rostro de su amada. Tal vez, algún día podría olvidarla, pero mientras eso sucedía, se prometió no volver allí, al mundo donde todos lo conocían como Tai-Tōru.

Su nombre era Ryūjin, y su destino sería por siempre ser un Dios solitario.

EL DRAGÓN DEL MAR 》TAEGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora