Capítulo 4

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     En el que Tsuya abre su corazón, y es consolado con música, conchitas y estrellas de mar.


     TSUYA desvió la mirada hacia el mar, olas suaves mojaban la arena y regresaban a donde pertenecían. Tenía que responder la pregunta que le había hecho Tai-Tōru, pero, ciertamente, él no quería decirle a este extraño todos sus planes. Por una parte, pensó que, si lo hacía, Tai-Tōru lo juzgaría muy mal por creer en esos cuentos. Por el otro, tal vez sólo se reiría y lo tacharía de ser un loco.

Decidió que tendría que guardar sus secretos y averiguar cómo seguir su camino por sí mismo. No podría soportar ver al hombre que le había salvado la vida burlándose de él.

Suspirando, Tsuya se acercó un poco más y se sentó sobre la arena para hacerle compañía. Aquellos ojos azules se desviaron hacia él, su mirada no dejó de indagar por sobre el silencio.

Tomando un poco de aire, entonces respondió.

—Sólo soy un pobre pescador que se aventuró en el agua buscando alimento. Desde hace muchos años, los peces dejaron de acercarse a la isla en donde vivo. Pensé que tendría suerte si surcaba hacia mar adentro.

—¿Y de dónde provienes? —contestó Tai-Tōru.

—Nakano-shima.

—Eso está un poco lejos de la isla —dijo Tai-Tōru; los mechones de su cabello cayeron justo sobre sus ojos. Tsuya miró entonces al hombre, y aprovechó la oportunidad para preguntar sobre dónde estaba exactamente.

—¿Esto es Dōgo?

Agudizando los ojos, Tai-Tōru devolvió: —Lo es. ¿Te dirigías hacia aquí?

—No —Tsuya respondió, pero la mirada que Tai-Tōru tenía decía ciertamente que no le creía ni un poco. Quizá era por lo hipnotizante de su color, tal vez era porque nunca había visto ese brillo en ningún ser humano antes, pero él se sorprendió de sí mismo cuando agrego—: De acuerdo, sí.

—¿No eras un pescador probando suerte?

Tsuya se encogió en su lugar, sus pies siendo arrastrados por la blanca arena hasta que las rodillas tocaron su barbilla. Se sentía tímido y triste, y también encontraba que hablar sobre su pasado y los motivos por los que estaba tomando tantos riesgos le dolían al recordarlo. Puede que haya elegido mentir para no verse como un loco, pero, de igual manera lo hacía para protegerse.

Al parecer, Tai-Tōru entendió que ese tema no estaba siendo tratado, porque luego de varios minutos en silencio, se levantó y se sacudió la arena de los pantalones.

—Olvídalo —respondió—. Tengo que hacer muchas cosas hoy. Te sugiero que pienses en la forma de volver a casa de nuevo.

—Espera —llamó Tsuya, y Tai-Tōru se volvió a medio camino después de apartarse. La pregunta implícita en sus duros ojos—. ¿No tienes un bote?

Negando y apareciendo una sonrisa amarga sobre sus labios, Tai-Tōru respondió: —No. Y si lo tuviera, ¿por qué piensas que te lo prestaría?

Una carcajada llegó a él después de que Tsuya frunció el ceño. Puede que al chico le hiciera gracia su estupefacción, pero la verdad era que Tsuya se sentía un poco angustiado. Si no tenía un bote para volver a su hogar, ¿eso significaba que tenía que quedarse?


     TSUYA OBSERVÓ a Tai-Tōru caminar por toda la isla haciendo diferentes cosas. Lo había visto traer ramas de árboles caídos para la fogata, agua en recipientes, de los cuales muchos eran instrumentos rudimentarios hechos a base de conchas de tortugas o pieles de animales. Hubo una parte de la tarde en que Tai-Tōru había desaparecido dentro de la maleza, y Tsuya se preguntó si tenía que ir a buscarlo porque no quería que se perdiera cuando entrara la noche. Sin embargo, Tai-Tōru había regresado poco después con frutas y un pequeño cerdo colgando de su hombro, y un alivio lo llenó al verlo sonriente mientras le decía que hoy tendrían una buena cena.

EL DRAGÓN DEL MAR 》TAEGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora