Capítulo 3

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Donde Tsuya descubre un nuevo mundo en el que conoce a un chico con ojos color océano.


     TSUYA ABRIÓ sus ojos con lentitud, la luz tierna de la mañana golpeándolo suavemente mientras parpadeaba. Se sentía tan pesado que imaginó que había despertado de un mal sueño, y su estómago rugía avisándole que, efectivamente, él seguía con vida.

Cuando se fregó los párpados con el dorso de la mano, el lugar que lo saludó no se parecía en nada a su hogar. Claro, tenía muchas cosas que identificaba, pero era absolutamente distinto en cuanto comodidad. Se dio cuenta entonces que estaba acostado en una estera hecha de palmas tejidas con hilos muy suaves. Era una extraña combinación, pero estos le daban firmeza a lo que suponía era una cama.

La mesa y la única silla que había eran de una madera tan oscura que meditó su procedencia. No había de ese tipo en su isla, y aunque Tsuya la comparó con los árboles que conocía, simplemente no le hacía justicia a la hermosura de aquellos muebles. Los estantes estaban hechos de bambú, y los recipientes que tenía eran de conchas gigantes tan coloridas que fueron impresionantes. El aire entraba por la cortina levantándola hacia el techo, los adornos que caían desde el marco de la puerta tintineaban armónicamente. La suave y blanca arena se acomodaba en la entrada y el piso, y una caracola de gran tamaño reposaba a su derecha, haciendo que Tsuya la mirara completamente asombrado.

Sin embargo, todo estaba demasiado tranquilo, lo único vivo era el ruido de la playa que viajaba por el viento como un suave murmullo.

Tsuya sintió su corazón latir con mayor velocidad. Puede que la extraña casa tuviera cierto aire de familiaridad, pero éste no era su hogar. Eso le hizo recordar lo acontecido, y sospechó que su pesadilla se había hecho realidad. ¿Acaso había muerto, y ahora estaba en alguna especie de cielo?

Tocándose el cuerpo, Tsuya palpó su pecho, sus piernas, su rostro, todo estaba ahí. Luego, aspiró una gran bocanada de aire, y la resguardó en sus pulmones para expulsarlo con lentitud. No se había ahogado, pero todavía podía sentir a las olas arrastrándolo, al inmenso mar jalarlo hacia sus profundidades. Eran secuelas del peligro por el que había pasado, pero, de alguna manera, había salido con vida de ello.

Mirándose, Tsuya se dio cuenta que la ropa que utilizaba tampoco era de él. La tela de sus prendas era tan suave que se podía comparar con la seda. Nunca antes había usado algo similar, y cuando él se movía, los hilos lo acariciaban arropándolo de una manera reconfortante. Se preguntó entonces si la persona que lo salvó había usado su propia ropa para él, y se dio cuenta que, por alguna razón, eso no le importaba.

Tsuya estaba confuso y asustado, pero también estaba agradecido.

Buscando fuerza en su interior e ignorando el sonido furioso de su estómago, Tsuya se sentó en la orilla de la cama y sus pies inmediatamente tocaron el piso. Las piedras usadas como baldosas enfriaron su piel al contacto, y Tsuya hizo una mueca porque el resto de su cuerpo estaba calentito. Era una sensación increíble porque recordaba haber estado mojado y muerto de frío, y no quería que el calor se desvaneciera ahora que había vuelto a estabilizarse.

Sus ojos buscaron alguna clase de calzado que pudiera usar, pero fue imposible porque todo parecía estar bastante vacío. Cuando decidió que se arriesgaría a levantarse, una voz carraspeó a su derecha, y su vista se volvió rápidamente hacia la persona que yacía de pie, en la entrada.

Lo que vio, lo dejó perplejo.

Piel nacarada brilló salpicada en gotas de sudor, cabello azul y ondulado se meció con la brisa fresca. Labios durazno le sonrieron amablemente, y ojos tan profundos como el océano lo miraron con curiosidad mientras con pasos acortaba la distancia. El hombre olía a sal y agua de mar, tan fresco como la lluvia cayendo sobre su rostro, y tan masculino como aquella oscura madera. Vestía una camisa blanca que parecía igual de suave como el algodón, y se amarraba con hilos que colgaban libres detrás de su espalda. Usaba un pantalón marrón que le llegaba ancho a los tobillos, y un calzado que dejaba ver sus largos dedos con uñas rosadas. Era alto y elegante en su porte, y de alguna manera, toda esa joyería que colgaba de sus orejas lo hacía ver majestuoso.

EL DRAGÓN DEL MAR 》TAEGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora