Siete.

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A cuarenta minutos aproximadamente de llegar a su esperado lugar de estudio no pudo evitar echar un vistazo a la vista que le brindaba el metro, cerró su libro de matemáticas y le bajó el volumen a sus audífonos, era curiosa la manera en la que vivían lo neoyorquinos, no había momento para dormir, las personas que se encontraban sentadas entre vagones tenían miles de anécdotas por ser contadas, pero lo que más le llamó la atención fue el joven sentado a su derecha este parecía estar en las mismas condiciones que ella, estudiando en un vagón antes de llegar seguramente a su destino sea cual fuera, este no utilizaba un uniforme impecable, pero sí una sudadera de color rojo, la música de fondo la desconcentró por completo de su rápida leída, era una costumbre que tomó desde muy pequeña, si estudiaba las cosas serían mucho más sencillas para ella.

-Lo juro James, era un chico bastante extraño.- Melanie contó la anécdota del chico del vagón con suéter rojo, la había mirado y hecho una mueca para cambiarse después de asiento.

James por su parte no parecía sorprendido en lo absoluto, caminaban a su salón como la mayoría del tiempo, pero aquel día en especial el pelirrojo se había peinado más prolijamente de lo común, miró de reojo a la más pequeña probando si esta se daba cuenta pero previa muy concentrada en un extraño del metro que posiblemente era un delincuente, o eso pensaba él.

Volteó los ojos ante su exageración.

Melanie enseguida se ofendió.

-¿Estás tomando en serio mi conversación?- la pelinegra detuvo su andar en muestra de una huelga innecesaria.

-Mel, creo que todavía no comprendes bien las cosas.- James retomó el paso tranquilamente, y con suavidad empujó su hombro, faltaban quince minutos y quizás si se apuraban, él podría decirle sus nuevas ideas.

La chica pensó mientras caminaban, las personas que iban y venían a su alrededor, era abrumador, eran personas normales de cierta manera, a nadie le interesaba lo suficiente como para hacerle la vida imposible, y menos mal que no había un villano al cuál temer, porque ya tenía suficiente con nacer siendo quien era, limitada en oportunidades por su apariencia y nacionalidad.

La amistad se basaba en eso, pero quizás no comprendían sus realidades en lo absoluto, sin embargo, se respetaban lo suficiente como para no herir sus situaciones.

Era un equilibrio difícil de mantener.

El bello salón iluminado se encontraba algo vacío, en un inicio la chica podría haber visto cada detalle minuciosamente, la mayoría de los salones tenían preciosos acabados.

Pero ya había pasado mucho tiempo para observar lo mismo, y de cierta manera, el ambiente le hacía perder el encanto.

-¿Por qué aún no comprendo, James?- La chica no lo dijo de forma grosera, solo quería comprender a qué se refería el joven.

Por primera vez él se sinceró.

Un suspiro antecedió el pequeño comentario.
- Desde el momento que te pones este uniforme.- Señaló su propia vestimenta.- Debes resignarte a las miradas.- Paró por un segundo mientras se sentaba.- A veces de admiración, y otras de repudio, quizás este chico del metro era de los últimos.

La rizada se sentó a su lado mientras ponía su mochila en la parte derecha de la mesa.

- Puedo entender tu punto.

- Espero que lo hayas hecho, pero ahora necesito que me escuches a mí.-Dijo James antes de abrir su cuaderno.

-Por favor ¿Qué se te ha ocurrido ahora que no hayas hecho ya?.- La chica más pequeña parecía confundida al mirarlo con más detalle.- Espera James.- Su gesto cambió por uno de asombro.- ¿Te has peinado?

¿Hay diferencia?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora