Momento 1

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(Recomendación: Este momento fue inspirado por la canción "This life" de Moon Sung Nam. Si quieren, pueden leer este momento escuchando esa canción).

- ¿Qué haces aquí? – le pregunté al verlo en afuera de mi casa.

Era invierno y hacía muchísimo frío esa noche. Salí desabrigada porque me asusté al verlo y él temblaba más que yo, aunque su rostro se viese sereno.

- Qué, ¿no puedo venir a visitarte?

- Claro que sí. Pero es muy tarde y tenías que estudiar. Mañana rindes un final...

- Sí, bueno, pero quería venir a visitarte.

- Bueno, pasa. – le dije abriéndole la puerta de la verja lo más rápido que podía.

- Qué, ¿no me vas a saludar? – me preguntó cuando pasó la verja, y yo no hice más que apresurarme a cerrar la puerta.

- Sí, déjame que cierre primero...

Cerré la puerta de rejas y le di un beso.

- Oh, así no, salúdame bien...

Me tomó por los hombros y me empujó contra el portón de la verja. Se acercó a mí lentamente, colocó sus brazos a mis lados impidiendo que me moviera y se quedó observándome.

- Hace frío... Vamos adentro... - le dije.

El patio no tenía techo, el portón era de metal y hacia muchísimo frío.

- Salúdame bien. Sabes que si entramos no me saludarás bien...

- ¡¿Qué te pasa?! ¡Hace frio! ¡Vamos adentro! – le grité mientras temblaba y lo veía temblar.

- ¡Salúdame!

- ¡Pero, ¿qué quieres que haga?!

- ¡Que me saludes!

Y yo entendía cada vez menos. Él había venido en el medio de la noche, hacía muchísimo frio, él mismo temblaba, pero se negaba a dejarme ir si no lo saludaba... ¿En qué demonios estaba pensando?

- Pero... Perdón – dije dándome por vencida –. No te entiendo. No sé cómo quieres que te salude.

Él se quedó en silencio. Yo me sentía avergonzada. Probablemente era algo importante que había olvidado. Mi cabeza estos días no estaba en su mejor forma, y entre el trabajo y el estudio, me olvidaba de las cosas importantes.

- Por favor... Salúdame... - me decía él.

Y yo lo miré dolida porque seguía sin entenderlo. Me cuestioné todas las fechas importantes, pero no era ninguna de ellas. Lo miraba intrigada y preocupada intentando darme cuenta de lo que me pedía...

En un momento sus ojos chocaron de frente con los míos. Brillaban y su boca temblaba. Y allí lo recordé.

- Hola, mi amor – le dije dándole un enorme y fuerte abrazo, dejando que mi cabeza reposara en su pecho y que mis manos se aferraran con fuerza a él.

- Tengo miedo...

- Tranquilo. Ya está todo bien, yo estoy aquí contigo y no me iré a ninguna parte. Perdón por no haberme dado cuenta antes.

Luego de dudar unos instantes, me abrazó con fuerza y dejó que su cabeza cayera sobre la mía.

- Vamos adentro. Te voy a preparar un café bien calentito.

- Pero...

- No te preocupes.

Lo tomé de la mano, le mostré una enorme sonrisa y lo hice entrar.

A veces, los finales dan más miedo de lo que muchos piensan. En especial para aquellos que aman lo que hacen. Ellos son los que más se exigen y buscan ser los mejores en su área, y nadie ve lo que les sucede por adentro. Ellos mismos tampoco lo dicen. Luego de un año de ser amigos, dos años de novios y tres de carrera, era la primera vez que él me buscaba porque tenía miedo de rendir un final. Jamás me imaginé que el día llegaría, pero así fue. Mi novio, el que todo lo podía, sintió que podía fallar y tuvo miedo. Tal vez lo tenía desde hacía tiempo, pero no me lo había dicho. Él no es de hablar mucho de estas cosas. Se cree que solo puede hacer todo y que no necesita ayuda de nadie. Pero yo no era nadie.

Recordé qué era lo que necesitaba al ver sus ojos, porque en esos ojos me vi a mí misma hacia un año cuando me preparaba para dar un examen oral por primera vez. Había practicado con él muchísimas veces, pero aun así no me tenía confianza. Entonces, la tarde antes de rendir, él se iba de mi casa todo alegre a penas después de darme un beso y sin decir nada más. Entonces le dije:

- Salúdame. Salúdame bien.

Y él, todo confundido, no sabía qué hacer. Y de la desesperación me puse a llorar.

- ¡Pero, ¿qué te pasa?!

- ¡Tengo miedo, tonto! ¡Eso es lo que me pasa!

Y entonces, con sus ojos estúpidamente abiertos por la sorpresa me miró confundido. Y es que no entendía por qué reaccionaba así después de tanta práctica. Y es que sin importar la práctica, el momento todavía no había sucedido y yo igual sentía miedo.

Rascándose la cabeza, me observó unos segundos hasta que hizo exactamente lo que yo no sabía que necesitaba con gran urgencia. Me abrazó enterrando mi cabeza en su pecho y con una mano comenzó a acariciar mi cabeza.

- Tranquila. Ya está todo bien, yo estoy aquí contigo y no me iré a ninguna parte. No estás sola, ¿sí?

Esas palabras no tenían ningún sentido con la situación y sin embargo me hicieron sentir una gran calidez y alivio. Mi dolor ya no fue el mismo. Mi miedo tampoco. Por alguna razón, saber que él me apoyaba me dio la confianza que necesitaba para enfrentar lo que para mí era un momento difícil. Ese examen era una gran prueba para mí. Y él me ayudó muchísimo siendo él. Y ese momento debe haber quedado grabado en su alma, y por eso hoy está acá.

Le serví una taza de café, le traje una manta y lo acurruqué bien en una silla al lado de la estufa. Entonces, me recosté sobre su hombro y tomé su mano libre.

- No estás solo – le dije -. Yo estoy aquí.

- Gracias – me dijo sin mirarme.

Y así nos quedamos en silencio los dos. Siendo el apoyo del otro. Dándonos calor. Siendo el abrigo que necesitábamos en esa noche de frio y temor.

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