QUINTA PARTE

7 2 0
                                    

1

-¿Me querés explicar que fue eso Alberto?-

Mi pregunta fue directa y sin vueltas. Alberto había reaccionado de manera impetuosa, agrediendo a una persona en clara desigualdad de condiciones. Aclaro que hubiera sido igual de inaceptable incluso si esta desigualdad no existiera.

Alberto me miró un momento. En su mirada pude adivinar su arrepentimiento y culpa. -Amor, no se que me pasó. Es como si de repente me hubiera desquitado todos mis problemas con esta persona. No tengo excusa.-

Estas palabras me calmaron. Ese era mi Alberto, y no esa persona violenta que vi hace un rato.

-Todo esto me pone muy mal. Creo que me vi superado por.....-

-Alber, amor- lo interrumpí. -Hablemos en casa mejor- le dije con un ademán de cabeza, señalando en dirección a Lucio, que estaba sentado en el asiento trasero expectante de todo lo que hablábamos.

El viaje de vuelta, fue aún más silencioso que el de ida.


2

El sonido de las llaves al chocar contra el piso en la entrada de casa, se debe de haber escuchado en dos cuadras a la redonda. Esto, solo hizo aún más evidente el incómodo silencio que acarreábamos desde el orfanato. Alberto aún estaba notablemente afectado por todo lo ocurrido, no solo con José, si no también en la oficina de Susana. Creo que uno nunca está preparado para afrontar tanta tristeza en tan poco tiempo, y no lo digo solo por Alberto. Lucio era muy pequeño y todo eso le había sucedido a él en los pocos años de vida que tiene.

-¿Amor, estás bien?- le pregunté a Alberto mientras me agachaba a recoger las llaves que se le habían caído del bolsillo al tratar de sacarlas.

Él me miró con ojos muy tristes, y mientras se cambiaba de brazo a Lucio que dormía serenamente sobre él, asintió con la cabeza dejando asomar una tenue sonrisa en sus labios. Abrí la puerta y lo dejé entrar en casa primero a él. Cargar a Lucio no debía ser nada sencillo, el niño estaba bastante grande ya, pero no queríamos que se despierte. Los últimos eventos debieron de ponerlo muy nervioso, y al relajarse, se quedó profundamente dormido.

Me adelanté para subir las escaleras y de esta manera preparar la cama para acostarlo. No sabía cuánto podría llegar a dormir, pero en caso que fuera mucho tiempo, no quería que pasase frío. Alberto se acercó y de manera muy precisa, como si de un malabarista se tratara, hizo un movimiento medio giratorio de pasamanos que culminó recostando suavemente a Lucio en su cama. Me alejé unos pasos para ver como lo arropaba y besaba su frente, esos pequeños actos de amor cotidianos hacían notar que ese hombre sencillamente daría la vida por su hijo, si tuviera que hacerlo.

Bajamos la escalera en silencio y nos dirigimos a la cocina. Mientras Alberto se quitaba el saco y la corbata, me puse a preparar dos tazas de té de manzanilla para calmar un poco los nervios. Esto era algo que yo no solía hacer, pero luego de los eventos ocurridos las últimas semanas, había comenzado a beberlos con regularidad.

Alberto se sentó y apoyando los codos en la mesa, pasó sus manos por la cara yendo hasta la frente para finalizar tomándose la cabeza, mientras esperaba que se caliente la infusión. Se veía muy angustiado.

-Alberto ¿Estás bien?- le pregunté apoyando suavemente mi mano en su gran espalda. Si bien ya pintaba varias canas, su cuerpo aún se mantenía en buena forma.

-Si. Va, no se. Estoy un poco aturdido y algo cansado.-

La tapa de la pava comenzó a silbar y a hacer algunos ruiditos, lo que indicaba que el agua ya estaba lista. Serví dos tazas con apenas algo de azúcar y las puse sobre la mesa.

-Yo también.- comencé a decirle mientras le alcanzaba su bebida. -Toda esta situación me hizo pensar en lo que debe haber sufrido el pobrecito en sus escasos años de vida. Tener miles de preguntas y ninguna respuesta.-

-Si, es verdad eso que decís. Creo que el destino o algún poder más grande que nosotros operó para unirnos como familia.-

Era la primera vez que Alberto se abría tanto conmigo. O sea, siempre hablamos y nos conocemos mucho. Desde el primer momento supe que era una buena persona, respetuoso, sereno. Nunca me dió el pié a pensar que podría estar con otra mujer, tampoco nunca me levantó la mano, y ahora no solo puedo comprobar que es un padre amoroso, ejemplar, si no que también tiene un profundo mundo espiritual.

<¡Que persona hermosa!> recuerdo haber pensado.

Me levanté de la silla y sin mediar palabra lo besé suavemente en los labios. Al separarnos, pude notar que ambos teníamos lágrimas en los ojos.

Hablamos mucho esa tarde, y lo hubiéramos seguido haciendo...


3

-¿Escuchaste eso?- le pregunté a Alberto.

Un suave sonido de risas se provenía del piso de arriba.

Con Alberto nos miramos sin poder evitar sonreírnos el uno al otro. Hicimos silencio y ahí estaba la risa otra vez. Al parecer Lucio hacía despertado y estaba contento. Recuerdo perfectamente pensar en lo afortunados que eran los niños. Tienen una infinita capacidad de recuperación al dolor y los pesares. A nosotros, los adultos, nos costaba bastante más.

Fuimos despacio y casi sin hacer ruido hasta el pie de la escalera. Las risas se escuchaban con mayor definición. Lucio se oía feliz. Alberto tocó suavemente mi hombro. Al voltear pude ver que me hacía una seña con el dedo sobre sus labios. Quería que hiciera silencio mientras subíamos la escalera. Asentí tratando de hacer el menor ruido posible.

Comenzamos a subir lentamente. Poco a poco se fueron identificando otros sonidos. Primero unos pequeños golpecitos sobre el piso, luego unas palmadas ahogadas. Al parecer estaba jugando con algunos juguetes.

Nos acercamos a la puerta de su habitación y antes de abrirla Alberto volvió a llamar mi atención. -Shhh, en silencio.- me dijo al oído.

Suavemente fui girando el picaporte y lentamente la puerta se fue entornando. Al principio solo vimos la habitación vacía, pero al ir abriéndose más, pudimos ver el cuadro completo.

Lucio se encontraba sentado en el piso de espaldas a la puerta. Estaba cruzado de piernas riéndose bastante, pero tapando su boca con sus manos, como para que nadie lo escuchara. Alrededor suyo, habían sentados varios muñecos como si se tratara de una fila de asientos en el cine o teatro, todos mirando hacia adelante, en dirección a la cama. Esto podría haber sido un comportamiento un poco inusual, pero normal en un niño de su edad. El problema no era ese. El problema eran los cuatro pequeños conejos que saltaban dentro y fuera de una vieja galera que estaba apoyada sobre la cama.


4

Alberto debió de hacer algún ruido, o algo, ya que Lucio volteó hacia nosotros algo sobresaltado. Sus ojos estaban como dos platos y antes de poder decir nada los conejos saltaron casi al unísono dentro de la galera para luego esta, plegarse sobre sí misma.

-¡No te enojes mami, no te enojes mami, no te enojes mami!- decía llorando Lucio, mientras se levantaba y corría para abrazarme.

-Ca-ca-calmate hijito, n-no pasa nada.- alcancé a balbucear. Mi mente estaba tratando de asimilar a todo vapor, lo que había visto.

Alberto seguía de pie ante la puerta y solo pareció salir de su estupor al ver levantarse a su hijo. Me bastó una rápida mirada a su rostro para saber que había visto lo mismo que yo. Pero había algo más. Algo en su expresión hacía que todas mis alarmas se encendieran al mismo tiempo.

-¿Estás bien?- le susurré suavemente intentando hacer contacto visual.

Alberto, que seguía mirando en dirección de la cama murmuró -Eran verdes y rojos.-

Lo miré dubitativamente, como tratando de entender de que hablaba. Él bajó su mirada hacia mí, y dijo

-Los conejos Mirta, eran de todos los colores-

Lucio, El magníficoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora