TERCERA PARTE

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-¿Cuanto es?- recuerdo que le pregunté al vidriero.

Tuvimos mucha suerte en conseguir alguien que se hiciera cargo tan rápido del cambio del vidrio en la habitación de Lucio. Por lo general un trabajo de este tipo demoraba un par de días, desde que vienen, toman medidas, van al taller donde cortan el vidrio y vuelven a la casa a colocarlo. La rapidez con la que realizaron todo el proceso, seguramente se vería reflejado en el costo, pero no podíamos dejar el cuarto con una ventana rota. Aún era invierno y el frío se hacía sentir.

-¿Está seguro que no encontró ningún trozo de vidrio?- le pregunté al empleado mientras le acercaba el dinero, con una buena propina como corresponde. Él me había ayudado a revisar la habitación y todo el frente de la casa en busca de restos del cristal roto.

-No señora. Le vuelvo a repetir, revisé bien el césped del frente y la entrada de garage, pero no encontré ningún trozo de vidrio- me repetía el empleado otra vez, aunque ya un poco más impaciente.

Era de lo más extraño. El día anterior, cuando revisamos todo el cuarto en busca de vidrios rotos, no encontramos nada. Y ese día revisamos todo el frente de la casa, varias veces, y tampoco encontramos nada.

Mientras veía como el vidriero se subía a su camioneta para irse, no podía evitar preguntarme:

¿Como puede ser que una ventana se haya roto y no se encuentren restos?

Para colmo, la charla que tuvimos con Lucio, no nos terminó de convencer en lo más mínimo. Cuando le pedimos que nos cuente todo lo que había pasado la noche anterior, nos repitió lo mismo, que un monstruo estiró un brazo a través de la ventana y se llevó su conejo (amarillo y mágico) que estaba sobre su cama. Lo más extraño de todo era la convicción con la que nos contaba todo. Si a esto le agregamos, que encontramos restos de zanahoria por todo el sillón, solo podíamos suponer que había un conejo suelto por la casa o que Lucio nos estaba mintiendo. Lo más triste de esto último, es que para que no lo descubramos, hacía todo ese lío con las zanahorias.

Los días fueron pasando y la rutina fue ganando terreno, llevándonos a la normalidad nuevamente. Con Alberto decidimos dejar las cosas así, pero estar atentos a cualquier comportamiento raro que pudiera tener Lucio. Para ello era necesario que la vida en la casa continuara con serenidad. Que fuera a la escuela como siempre, que disfrutara de la plaza por las tardes y los paseos de fin de semana que a veces dábamos. Sin todo esto, nos iba a ser imposible entender bien cuál era su problema.

Para Lucio era como si nada hubiese pasado. No hacía ningún comentario, sobre el monstruo ni sobre su conejo mágico. Esto nos llamaba la atención, y empezamos a tomarlo como una etapa que suponíamos, iba a ir pasando con el tiempo.

Pero no fue así...

No eran ni las 10 de la mañana cuando sonó el teléfono. Llamaban de la escuela. Lucio había sufrido un accidente y le estaban dando primeros auxilios en la enfermería de la escuela.

2

Si bien me aseguraron que él estaba fuera de peligro, a mi las piernas me flaquearon, tanto que tuve que agarrarme a una silla para no caerme. Al parecer Lucio se había lastimado durante el recreo. Lo encontraron escondido, llorando debajo de las gradas del patio donde se hacían deportes.

Alarmada por toda esta situación, solo atiné a tomar un saco y la cartera antes de salir de casa en dirección de la escuela. Si bien viajando en automóvil se demoraban casi quince minutos en llegar, eran tantos los rodeos que había que dar, que se podía llegar caminando rápido en casi el mismo tiempo. Ese día me tomó solo diez.

Lucio, El magníficoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora