Dulce y tranquila, como el té de una tienda en mitad de la gran ciudad, con sus amplias ventanas panoramicas, que hacen a cualquiera dudar de la estabilidad del lugar, pues parece mas un universo aparte, que otro local en esta ciudad.
Aislado del mundo te sientas, como si te rencontrases con tu viejo yo en una amplia pradera, con el tiempo en pausa , la brisa moviendo el pasto, y el sol bañando con el dorado de su culminante vida las hoja de los sauses que se alzan a un lado de aquel idílico valle.
Es extraño sentir tanta paz para contigo mismo, y que todo se deba a unas cuantas maderas y cristales tan bien ubicados.
Pero... supongo que no solo es el lugar, sino el aroma, que te hace todo olvidar, y sentir que flotas cual petalo de diente de león en las inmensas corrientes.
La suave caricia del mundo se torna helada, no por su manera de tratar o de actuar, sino, por el son en que se marca la tonada, esa que olles en lo lejano de la visión, perdida entre torundas de algodón que enmarcan el cuadro de los relieves de este tan exquisito valle.
Como adoro esta tarde que se desvanece, los colores que aprecié y los que aún no entiendo por que deseo, como si no bastase el sin fin de maravillas que veo.
Hoy no temo a que anochezca, a que la luz se marche y las miles de estrellas, que se anclan en el oceano de tierra, sustituyan a los rayos del ardiente sol, por que aun en esta esquina del mundo, donde las veloces y ruidosas vidas agenas, pierden sentido e importancia, pues transcurren cual visión de desvario, dejandose abrazar por el inmenso vacio.
La luz que juzgo blanca, tenué y algo monotona, se despide de mi, de mi calma, de lo ahogado de mi insaciable alma, de lo triste de mis ojos, de mis incontables pensares, y como no, se despide de ti, como si se tratase de un gran conocido, pues me escucha murmurarle tu nombre a la taza de té, y me ve imaginando que me abrazas, me sonries y besas mi frente, que te acercas de espacio y me susurras - te quiero- al oido.
