Introducción: El hombre en el río.

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          El aroma a sangre se hizo pesado sobre el aire, una peste persistente que ya le era demasiado común y que ahora y apenas y le hacía fruncir el gesto.
Estaban en guerra contra el clan Wen, y ésta se había extendido por los últimos años hasta volverse costumbre. Era todo lo que algunos habían llegado a conocer por vida, y en su caso se había llevado parte de su juventud. Pensar en los años de paz en su adolescencia era ya insensato; pero Lan Wangji era bueno evitando lo insensato así que no había pesares que lamentar.

No podían usar sus espadas a la ligera, las armas espirituales se reservaban para la batalla; evitaba llamar la atención sobre individuos solitarios como era su caso, y la pérdida innecesaria de energía espiritual. Cuando se es prófugo, es bueno no confiarse en los recursos que se tendrán a la mano.

Era una ventaja contar con un caballo.

Firme sobre su montura, se abría paso entre cadáveres y restos de carretas que mancillaban el espacio a ambos lados del camino. Además de prendas de civiles, también reconocía túnicas raídas de algunos rebeldes; antes prestigiados cultivadores que habían caído en desgracia desde que los clanes Lanling Jin y Wen se unificaran contra las sectas menores, y que habían terminado con sus clanes mermados y sitiados hasta asfixiarlos. Los sobrevivientes errantes habían terminado por desertar o unirse a los rebeldes. Tantos de ellos habían padecido a tal grado, que incluso aquellos cultivadores desertores del clan Jin y Wen, tenían grabado el estigma de traidores y enfrentaban escrutinio al unirse a la resistencia.

De vez en cuando se alzaba en el aire algún gemido, adolorido, y la tentación de tirar de las riendas que guiaban su montura vibraba como un tic en sus manos; pero no debía detenerse, antes de ayudar a los lugareños y sobrevivientes debía asegurarse de que el sitio estuviera despejado de peligro. Ni dejarse engañar ni confiarse, eran opciones para ninguno de los miembros de la resistencia.


Su caballo avanzó entre el humo hasta la parte tupida del bosque, alejándose de la villa y del templo en llamas que los hombres a cargo de su hermano estaban terminando de sofocar.

El segundo jade buscó con la mirada, tenso pese a que su rostro mantenía una expresión serena, enfocando su energía espiritual en acrecentar sus sentidos. Dio un par de vueltas con su caballo por los alrededores, pero no había señales de nadie... ni nada, ni siquiera percibía a la fauna común, probablemente espantada por el fuego y la peste a muerte, por lo que, tirando de las riendas de su caballo, dio media vuelta dispuesto a regresar al templo y ayudar a revisar que los heridos no fuesen de cuidado.

Iba siguiendo el cauce del riachuelo que alimentaba la villa con agua cuando escuchó sonidos un poco más adelante y pensando que podía tratarse de algún cadáver feroz, en automático, hizo avanzar a su caballo a medio trote con un solo golpe de su talón. Sin embargo, al llegar a la costa, quedó claro que no se trataba de ningún monstruo.

Era un hombre. La mitad de su cuerpo se encontraba sumergido bajo el agua cristalina del riachuelo, mientras que la otra mitad se encontraba sobre las rocas redondeadas de la orilla. El cultivador se acercó lentamente, rodeando la figura a bordo de su caballo un par de veces, aun intentando decidir si era humano del todo, o si encontraba resentimiento en él. El hombre se retorcía, parecía intentar erguirse, aunque la fuerza de sus brazos se marcaba incapaz, y con ver el agua a su alrededor se podía notar que tenía una herida abierta en el costado, sangrando profusamente manchando sus túnicas. Túnicas que Lan Zhan no reconocía.

La herida era de una espada. Wangji estaba seguro.

Las alertas en él se encendieron de inmediato, como empapadas de aceite. Esa herida había sido hecha por otro cultivador.

El hombre del ríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora