Capítulo 1

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Miró el reloj que tenía sobre la mesa. Ya eran las cinco treinta. Había olvidado dejar la alarma. Su siesta de cinco minutos se había convertido en una de cuatro horas.

Agotada, se pasó las manos por su largo cabello y bostezó. Era como si nunca consiguiera descansar lo suficiente.

Había decidido estudiar medicina, ya que al parecer el cuidar de las personas era lo único que hacía realmente bien. Se había mudado a otra ciudad y hoy saldría a cenar con un compañero de la universidad. Había insistido tanto, que al final había accedido.

Llevaba mucho tiempo probándose vestidos hasta que encontró uno que le gustara. Soltó su cabello ondulado y negro. Se maquilló un poco y eligió unos zapatos que quedaran perfectos con su atuendo.

Minutos después escuchó el timbre, estaba ahí.

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A pesar de su apariencia humana, el taiyoukai tenía la misma frialdad de un gran demonio. Era capaz de intimidar con la mirada a cualquiera que se cruzara en su camino.

Después de tantas guerras, los yōkai estuvieron a punto de exterminarse, los que sobrevivieron se vieron obligados a ocultar su aspecto e integrarse con los humanos. Él, logró vincularse con algunos de los hombres más ricos y poderosos del país. Después de muchas generaciones su raza se fue convirtiendo en leyendas.

-¿Cuándo piensas hacerlo?

-Aun no lo he decidido.

-¿Después de 500 años aun no has tomado una decisión? Esto es lo que querías, tienes que hacerlo. Tienes una segunda oportunidad. Debes aprovecharla. Si no, ¿Para qué tanto esfuerzo por liberarla?

La había visto llorar y reír. Había aguantado las ganas de matar a cada hombre que posaba los ojos en ella.

Su expresión no mostraba ninguna emoción. Sangre empezó a correr por sus manos. Sus garras se habían clavado en ellas. Sus ojos parecieron perder su brillo.

-No será fácil para ella.

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-FLASHBAK-

La humana debajo de él estaba a punto de alcanzar un increíble orgasmo. Sus gritos inundaban el aire, instándolo a que siguiera. Ajustaba sus embistes conforme a ella para no lastimarla, debido a su condición de humana. Su esbelta cadera subía y bajaba y ella ahogó un grito y arañó la espalda de él mientras arqueaba la suya.

—Sí, sí, sí...

Los jadeos le hicieron sonreír. Colocando la palma de las manos sobre sus nalgas, Sesshomaru elevó las caderas de ella para que cada uno de sus profundos embistes hicieran que el miembro le rozara el clítoris. Ella se corrió con un grito y se tensó con el orgasmo a lo largo de toda aquella dureza mientras su cuerpo se movía con un desenfreno salvaje.

—Sessh... —suspiró.

Él enterró su nariz en el cabello de ella y aspiró su olor. Aquel aroma era fresco y dulce. Inocente. Sus labios se curvaron y la abrazó con más fuerza.

—¿Estás bien?

La respuesta de ella fue un suave ronquido.

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