Estamos en casa de Kansas, una amiga. Harriet se quedó dormida en el mesa, así que la cargo escaleras arriba hasta el cuarto donde se quedará a pasar la noche mientras los Jaguars y el resto siguen en la planta baja.
Me cuesta maniobrar para sostenerla y encender la luz, además de que la despertaría, así que decido ir en la penumbra con cuidado. Una vez que la dejo en la cama, le quito los zapatos y la tapo con una frazada.
O eso intento, porque su mano se envuelve alrededor de mi muñeca lentamente. El gesto me eriza el vello de los brazos.
—Podrías haberme despertado, Benjamín —reprocha con voz suave.
Ni a punto de dormirse deja de quejarse.
Me siento a su lado porque no ha decidido soltarme —y estoy contento con que no lo haga—, y tampoco tengo fuerzas para irme mientras la farola de la calle me permite ver el contorno de sus hombros, pestañas y boca.
—¿Por qué te gusta tanto decirme Benjamín?
—Porque Ben te dice todo el mundo, y Harriet no es todo el mundo.
Me hace reír que hable de sí misma en tercera persona.
—¿Tanto te crees?
—Me creo lo que tú me demuestras que soy para ti.
Afloja su agarre. Sus dedos recorren el dorso de mi mano en una caricia que me provoca cosquillas que me cuestan reprimir.
Es inocente y no tan inocente a la vez.
—¿Acaso te hice sentir que formas parte de mi círculo íntimo? —Enarco una ceja aunque tal vez no pueda verme.
—Entre otras cosas, sí.
¿Cómo se respiraba?
—¿Y qué otras cosas te hice sentir?
Se incorpora sobre un codo y ladea la cabeza. Su cabello cae como una cascada que encubre una curva secreta, donde mis últimas palabras hacen eco. No contesta. Sigue acariciando mi mano en silencio.
Vas a matarme, Harriet.
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Ley del miedo
Short StoryHarriet tiene miedo de cosas que Ben no entiende. La ilustración pertenece a @taratjah en IG.