7. Ben tenía miedo, no Harriet

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Cuando estoy por contestarle, se echa hacia atrás

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Cuando estoy por contestarle, se echa hacia atrás.

—Lo siento, no debería haber preguntado —dice.

Sin embargo, me aferro a su mano. Nuestros brazos se tensan en una cuerda que poco tiene de floja cuando se pone de pie.

—Ley del miedo.

El silencio se extiende. Los sonidos de la planta inferior, los grillos y un motor lejano intentan llenarlo junto con nuestras respiraciones, pero es inútil. Se siente demasiado pesado.

Dejo ir su mano y me acomodo contra el respaldo de la cama con las manos en el regazo. Lo miro en la espera de que tome asiento o se marche.

—No conozco esa ley —susurra.

—No es una oficial, es de esas no dichas pero aún así presentes en las relaciones humanas.

Con una inhalación temblorosa, regresa a su lugar. No me pide que se la explique, pero no es necesario. Sabe que lo haré, así que acomodo mi cabello tras ambas de mis orejas y me aclaro la garganta como si estuviera a punto de presentar mi tesis:

—A veces las personas hacen la pregunta A cuando en realidad quieren hacer la B, y esperan que el otro conteste la B porque es obvio que en la A ya se encuentra implícita.

—No entiendo.

—Entiendes, es solo que estás asustado como para reconocerlo. ¿Y sabes qué acaba de ocurrir, Ben? Hiciste la mitad de la pregunta B, pero te acobardaste y no quieres terminar de formularla.

En ciertos casos perseguimos a alguien durante tanto tiempo, que cuando estamos por alcanzarlo dejamos de correr. Esperamos que se aleje para comenzar la carrera otra vez, porque es más fácil seguir un trayecto que ya conocemos a comenzar uno desconocido y carente de certezas.

—Tal vez tú deberías hacer las preguntas si ya las sabemos los dos. Me quitarías un peso de encima.

—Eres tú el que busca respuestas. Yo no tengo ninguna pregunta. Estoy estudiando Derecho, créeme que si las tuviera ya te las hubiera dicho —aseguro, y sonreímos en la penumbra.

—¿De verdad no tienes signos de interrogación para mí?

Me encojo de hombros.

—No necesito preguntar cosas cuyas respuestas ya conozco.

—¿Y no temes estar asumiendo cosas erróneas? A mí siempre me pasa, por eso tengo que hablarlo en voz alta para estar seguro.

—Las palabras ayudan, tienen poder para aclarar una situación, pero jamás el mismo que las acciones. El asunto es que tú te alimentaste de las primeras y yo de las segundas. Por eso estoy más segura y tranquila respecto a esto que tú. Me diste las herramientas para estarlo. Lamento que no pudiera darte lo mismo hasta ahora, pero voy a comparsártelo.

El silencio vuelve a caer, pero esta vez lo rompo de forma distinta.

Ley del miedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora