De acuerdo, esto es atípico.
Ben Hamilton está sentado en los escalones del edificio de la administración, sosteniendo el móvil con una mano y masajeando su nuca con la otra. Hay preocupación en los ojos que escanean la pantalla, y sus hombros están caídos como si todas las Constituciones del mundo estuvieran apiladas sobre ellos.
Aminoro mi paso y me aclaro la garganta antes de hablar:
—¿Estás bien?
—¿Las personas a las que les preguntan si están bien generalmente lo están? —dice al levantar el mentón y regalarme una sonrisa agridulce.
—¿Te gustaría hablar?
—¿Te gustaría escuchar?
—¿Contestarás todas mis preguntas con más preguntas, Benjamín?
Ríe y hace un ademán para que me siente a su lado. No dudo, porque en cuanto al bienestar de la gente, sobre todo la que sé que es buena, necesito asegurarme que sepan que pueden contar conmigo. Estoy al tanto de que no puedo solucionar todos los problemas del resto, pero eso no imposibilita ofrecerme para hacer algún dilema menos pesados.
—Lo siento, es que no sé cómo decir esto. Sucede que... —Inhala despacio y hondo—. Hay alguien más. Llegó de repente y ahora no puedo fingir que no existe. Me ofrece todo lo que tú no, Harriet.
Parpadeo aturdida por la cantidad de información, más que nada por lo que asume que somos en ella. No sé a dónde quiere llegar compartiendo esto conmigo. Si es una táctica para ponerme celosa y que ceda un poco, está teniendo el efecto contrario. Ni siquiera somos amigos como para que me confiese estas cosas.
—¿Me alegro por ti? —dudo, porque por su forma de decirlo no sé si está feliz, triste o frustrado con el asunto.
Me pasa el móvil y me basta un solo vistazo para ponerme ponerme de pie.
—¿En serio hiciste toda esta actuación para decirme que adoptaste un gato? ¿Todo este llanto por nada?
Su sonrisa se amplía y gira la pantalla para que vuelva a echarle un vistazo al felino.
—Es lindísimo, ¿verdad? Le puse Flúor en honor a tus resaltadores. Él se quedará conmigo todos los días y noches que sigas rechazándome.
—No creo que un gato viva tantos años, Ben.
Abre la boca ofendido y es mi turno de reír. Empiezo a subir los escalones y se apresura a guardar el teléfono en su bolsillo y seguirme, abriendo la puerta para mí.
—Cuidado con las garras de tu nuevo amor —advierto antes de pasar bajo el umbral.
—Tengo una maestría en cómo tratarlas. Aprendí por las malas con el viejo.
Cierra la puerta y nos sostenemos la mirada a través del cristal por un segundo. Me sigue sonriendo con diversión, y esa sonrisa me acompaña por el resto del día mientras me alejo negando con la cabeza.
—¿Flúor? ¿En serio? —susurro.
Si dice la verdad, cada vez que llame a su mascota o se la quede mirando se acordará de mí, y no sé si es preocupante que no me disguste la idea de Hamilton teniéndome presente en su cabeza de vez en cuando.
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Ley del miedo
Storie breviHarriet tiene miedo de cosas que Ben no entiende. La ilustración pertenece a @taratjah en IG.