¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Hay algo abrumador en la forma en que una persona te atrae hacia sí, como si fueras una parte de él o ella que perdió hace años. Entonces, cuando los corazones se miran de frente al presionar los pechos y la tela de las prendas se arruga entre los dedos en la desesperada necesidad de no soltarse, el impacto del descubrimiento —de saber que convivimos con sinsentidos que dejan de serlo cuando hallamos cosas que ni siquiera buscábamos— te quita el aliento.
Y la otra persona te lo devuelve.
—Seguro fingiste estar dormida para que te cargara hasta aquí y pudieras hacer esto —bromeo alisando su cabello, mientras ella acaricia mi espalda.
No quiero romper a llorar la primera vez que estamos a solas. Eso puede esperar a la segunda cita al menos, así que empujo la necesidad de contarle todas mis inseguridades y miedos desatados por el simple hecho de que haya sido lo suficientemente observadora para ver cosas que quería ocultar.
Tenemos tiempo.
Su risa es baja, igual que la mía cuando nos separamos para sostenernos la mirada.
—Por lo visto ya recuperaste la confianza.
—Nunca la perdí. Solo se tambaleó un poco, pero ya soy el grandioso Ben Hamilton que te encan...