A veces se tiende ropa, y otras veces, se tienden manos. El desayuno demanda llantos, burbujeante de bilis y sonrisas. El trombón delante del abismo de magma, acompaña vigoroso y estridente el banquete. El pavor agoniza, ante los afilados y frívolos dientes del kraken. Las plegarias alzan su vuelo, huyen incompetentes, cobardes, entre espinas de súplicas y auxilios.
El suelo quema, el techo arde, y las palabras se sofocan entre un vaivén de desgracia, desdicha, convertidos en cenizas. La única salida no es siquiera la absolución, quien ignora sistemáticamente cada mirada. La única salida no es siquiera descender al sol, no es siquiera perderse en la cloaca de la demencia. Es, porque así tendrá que ser, una estaca amordazada, que ahogue tus sentidos, pensamientos y tu alma misma.
El juicio crece como un obelisco hasta la providencia, y cae en picada formando cataratas de fuego y esperanzas violadas. Como dedo índice, es unánime el dictamen de su majestad, no hay donde esconderse, porque incluso un pestañeo estaba escrito.
Juntar las manos ya parece como botar basura a un parque, algo tan tonto, tan torpe; observar alrededor supone morir por incomprensión, ¿quién podría, de nosotros, sostener la mirada al precisar cómo una daga penetra en el natalicio de la cumbre?
Las plagas de Egipto fueron un regalo de navidad, eso sin duda.
De pronto, campanas resuenan, plumas blancas caen con suma delicadeza; su venida era inminente, pero ya es tarde. A menos claro, que ya estuviese convenido.
Escrito: 17 de abril de 2019.
ESTÁS LEYENDO
La última cruzada.
PoetryTe toparás con cortos escritos que narran una peculiar llegada al final de los tiempos, o de una vida. Esta edición es especial, perteneciente a la antología de Después del ocaso, y aunque no se planea continuar con más volúmenes, no se afirma un ci...