capítulo 52

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El martilleante sonido del tono de llamada de Miriam, sirvió de despertador para ésta.
Sin ni siquiera mirar la pantalla, pues aún le costaba horrores abrir los ojos, se deshizo del abrazo de Mimi y cogió el móvil.

— ¿Sí? —contestaba observando, con una sonrisa tonta, como Mimi gruñía inconscientemente a la vez que estiraba sus músculos y se desperezaba adormilada.

El día anterior aplazaron la charla, y entre besos y caricias aquella preocupación se difuminó.

No lo buscaron, simplemente surgió, como siempre que estaban juntas a solas y con tiempo por delante para aprovecharse.

Después de la despedida mental de Mimi, ambas se quedaron dormidas, y para cuando quisieron darse cuenta ya casi era hora de cenar, ni siquiera habían comido, por lo que, obviamente, hambrientas estaban un rato.

Pidieron algo que les sirviera de comida y cena, se decantaron por unas pizzas, y tras ellas se volvieron a quedar dormidas en el sofá.

Estaban exhaustas de besos y caricias, porque otra cosa, en ese día, no hicieron.

¡Hola, hija! —sonaba alegre Marité, al otro lado de la línea.

— ¿Mamá? —sonó extrañada la gallega. Era raro que su madre la llamase temprano, o por las mañanas en general, siempre que lo hacía solía ser antes de irse a dormir.

¿Aún duermes, Miriam?

— No. O sea, sí, bueno, me estaba levantando ya. —decía sin saber aún qué hora era.

Ya... —reía su madre al otro lado de la línea.

— ¿Pasó algo? —preguntó, notando a su vez como Mimi comenzaba a dejar caricias en sus piernas de forma sutil.

No, no. Simplemente te llamaba para decirte que estamos yendo hacia Madrid.

— ¿Cómo? —preguntaba sorprendida incorporándose rápidamente sobre el colchón— ¿Ahora?

Sí. Vamos Efrén, Inés, tu padre y yo. —informaba contenta.

— ¿Pero cómo no me avisasteis antes? —volvió a preguntar nerviosa, sintiendo a Mimi cada vez más despierta.

Tranquila hija, si nos quedamos en un hotel no hace falta que prepares nada.

— Ya mamá, pero no está de más avisar...

Era una sorpresa Miriam, alégrate, demasiado qué hice caso a Efrén y te llamé ahora, en vez de una vez allí.

— Sí, sí, si yo me alegro mamá, mucho, pero... uff... —suspiró al notar la boca de Mimi juguetona por su cuello.

¿Estás bien?

— Sí, sí... ¿Venís en coche o en tren? —cuestionó a modo de despiste.

En coche claro, estaremos en unas seis horas. —informaba la mujer.

— Ge... Genial, mamá. —comentaba entrecortadamente, recibiendo los besos húmedos de la mayor en su cuello, y caricias certeras cerca de su sexo.

Miña ruliña... te noto rara, ¿seguro que todo está bien?

— Sí, mamá, no te preocupes. —decía intentando calmar su voz— ¡Mimi para, carallo! —comentó en un susurro nervioso, tapando antes el micrófono. Pero lo único que recibió de la granadina fue una sonrisa lasciva, que la indicaba que entre sus planes no estaba parar— ¿Y cuántos días estaréis?

Solo dos, pero los aprovecharemos.

— Seguro que sí mamá, gracias, me hizo mucha ilusión, tengo muchas ganas de verte, de veros, tened cuidado e id poniéndome mensajes cuando paréis, te tengo que colgar que tengo que hacer unas cosas, quérote moito. —dijo de carrerilla intentando mostrar toda la tranquilidad posible y colgando antes de que se le escapara algún gemido

sincronía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora