I: EL ESTIMADO RECTOR

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DIARIO DE BENJAMÍN GARZA, DOMINGO 5 DE JULIO: 

Son las 9 de la mañana, hora ideal para despertar un día domingo. La cabeza me duele como si no hubiera un mañana, sin razón alguna. Sólo recuerdo que ayer estuve en una de las clases más extensas de mi carrera, tuve que dictar un discurso de 4 horas sobre la fundación de los grupos armados en el país y revisar los ensayos de mis estudiantes más flojos. Y desafortunadamente el lunes tendría que decirles a algunos de ellos que iban a perder el semestre. 

El teléfono marca unas cuatro llamadas perdidas del rector de la universidad. Ese anciano no le importa qué día sea, si llama, es porque quiere que vaya para ponerme trabajo. Con el optimismo más alto del mundo, le marqué al cucho.

— ¿Aló?

— Benjamín, doctor Ortiz. Dígame qué necesita.

— Ah, sí joven Garza. Venga a la universidad ahora mismo, que requiero de sus servicios. Es algo importante.

Qué tan importante será para tocarme los huevos un día domingo, pensé. Sin embargo, le dije que ya iba.

Al llegar a la universidad, entré a la oficina del rector. Allí se encontraba el querido doctor Ortiz, con una mujer más o menos de mi edad, vestida formalmente.

— Profesor Garza, tome asiento — dice Ortiz. Me siento, esperando el mensaje que tiene para comunicarme  — Primero que todo joven Garza, déjeme presentarle a la periodista Laura  Usana.  Viene desde la capital, a hacer una investigación en nuestra universidad en el área de ciencias sociales e historia, sobre uno de los pueblos más olvidados del país.

Me ofrece su mano y se la estrecho cordialmente.

— Se trata del pueblo de Montejo, profesor — responde la joven — Hace mucho tiempo no se menciona ese pueblo. Y mi jefe me está pidiendo que haga una investigación a fondo sobre los orígenes, las historias y todo lo relacionado a la cultura de aquel paraje.

— En esa parte, es donde entra usted. Se necesita un docente e historiador experimentado como usted para explorar la zona, recorrerla y colaborarle a la joven Usana para la investigación que  debe realizar — dice el rector. Luego establece una pausa, para que yo dé mi opinión.

Me lo pienso con cuidado. Nunca me han pedido que explore un pueblo en la mitad de la nada, y sobre todo, que viaje hacia allá con una mujer que ni siquiera conozco. He recorrido casi todos los pueblos y sitios antiguos en viajes estudiantiles con otros profesores y alumnos. Me sabía de memoria toda la geografía de Colombia, Latinoamérica y ciertas partes de Europa, pero en ningún momento he escuchado de un pueblo llamado Montejo. Finalmente respondo:

Disculpe, señor Ortiz. Pero debió informarme de esto hace un par de semanas, para yo investigar un poco de la geografía y de saber si quiero o no ir allá.

— Lo sé profesor, lo sé. Pero usted sabe cómo son las cosas en este país, nunca se saben las cosas hasta último momento. Además, — dice el rector con un tono serio — ya la decisión fue tomada, y el jefe de Laura dijo que el viaje sería pronto.

Estoy un poco enfadado, no sólo por el hecho de que tenga que ir rápido al pueblo, sino por el desinterés completo del "doctorazo" sobre mis decisiones. La joven Usana me mira con pesar, parece que a ella también le asignaron el trabajo sin previo aviso.

— Muy bien, señor — respondo, tratando de ocultar mi enojo — ¿En cuánto tiempo partimos la señorita Laura y yo para Montejo?

— Oh, no irán el mismo día. Usted irá primero, el miércoles de esta semana, y la señorita lo va a alcanzar a la mañana del otro día —  replica el rector — Luego se pondrán al día sobre la investigación y sobre cómo van a prepararse. La universidad se encargará de pagarle la estancia en el hotel, pero la comida que consuman fuera del lugar corre por cuenta de cada uno.

—  Vale, doctor Ortiz. Aunque no me agrade mucho la idea,  iré si requieren de mis servicios.  

Y antes de darle tiempo para responder otro discurso, me despido de ambos y salgo de la oficina. Adiós mis planes para pasar una semana tranquila. 

Al llegar a casa tuve que sentarme, sacar el libro de geografía colombiana que me había leído treinta y cinco mil veces  y volverlo a releer para averiguar si había algo de un pueblo llamado Montejo. Al no encontrar nada de ese lugar me sentí frustrado, pero para encargarme de que no se me saliera el genio que tanto me caracteriza decidí meterme al Internet y poner en el buscador "Montejo" para ver qué aparecía. Pero al meterme a la única página que tenía como título algo alusivo a ese pueblo: LEYENDA DE MONTEJO, ¿REAL O FANTASMA?, Google arrojó que la página ya no existía.  Eso ya era preocupante, no entendía mucho de qué se trataba esto.

Pregunté por un foro de Internet de profesores e historiadores que si alguien conocía sobre este pueblo y el por qué supuestamente no existe. Pero a los pocos minutos de haberlo posteado, el administrador del foro eliminó mi mensaje.

Luego de eso, me acosté en la cama y trataba de procesar qué estaba pasando. Me empezaba a preocupar la idea de que no se hallaba ningún registro del lugar, del por qué nadie sabía nada. O si se sabía algo, posiblemente era algo ilegal hablar de ese lugar y tenía que ver con leyes gubernamentales. Eso último me puso a pensar: ¿Y si algo sucedió en ese lugar que el gobierno no quiere que sepa?, ¿Me estaban tratando de ocultar algo? Demasiadas cosas me empezaron a asustar, pues por tanto tratar de averiguar de Montejo, posiblemente las autoridades me podrían buscar y hacer que cierre la boca para no divulgar el temita. Eso no sería nada extraño.

En fin, esa noche me quedé en vela intentando analizar las cosas. Si ese pueblo era real, era mi deber investigar con la gente del lugar y que me explicaran por qué el gobierno quería mantenerlos ocultos.

Nada se va a resolver de la noche a la mañana. El día que tenga que ir, voy a descubrir todo el asunto. Y ese día no tardaría en llegar. Empecé a llevar este diario con el extraño caso de que si algo me llegue a pasar, esto sea evidencia que beneficie la investigación por parte de la justicia.

...

Benjamín era un joven que toda su vida la había dedicado firmemente al estudio y al conocimiento. A diferencia de otros jóvenes de su edad, que estaban ansiosos por salir de fiesta en fiesta, emborracharse y ligarse a cuanta muchacha pasara frente a ellos para llevársela a su casa, él se quedaba largas horas meditando en su habitación sobre los grandes sucesos que marcaron el mundo y su país. 

Desde pequeño había demostrado ser alguien que se lleva a través de la lógica, y no a través de irracionalidades como los otros niños de su edad. También esa madurez que pocas personas adquieren a los diez años fue debido a la rápida y repentina muerte de su padre, quien antes de morir le concedió el honor de pagarle la carrera universitaria, pero él se negó diciendo que cuando fuera capaz de valerse por su propia cuenta él se encargaría de manejar todos sus asuntos. Sus dos hermanos mayores le tenían envidia, pues su padre nunca les ofreció dicho privilegio a ellos y pensaron que "Benji" era un completo estúpido por desaprovechar esa oportunidad.

Pero lo que Ramiro y Carlos no sabían es que su hermano menor era mucho más analítico y sabio de lo que ellos eran. Al terminar el bachillerato, su madre les dijo a cada uno que no podría cuidarlos más tiempo, y que cada uno tenía que seguir con su vida. Benjamín, a diferencia de sus dos hermanos, que ya tenían trabajos y dinero, se quiso quedar con ella y ayudarle con lo que pudiera de la casa.  

Esa era una de las características más reconocidas de él, su enorme corazón. Los otros dos se largaron y no le dejaron ni un pan duro a su madre para que se mantuviera. 

Dejando a un lado esos recuerdos de su vida, ahora se estaba indagando sobre qué es lo que haría al llegar a Montejo. Simple: recopilar toda la información de su historia, analizar la geografía del lugar, hacer un informe junto a la periodista que lo iba a acompañar y terminar la expedición rápidamente.

Aproximadamente, no iba a tardar más de dos semanas. 





LA MORADA DEL INFAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora