Ben aprovechó un rato para darse una vuelta por el pueblo para conocerlo , antes de buscar un lugar donde posar. Le pareció, desde el punto de vista arquitectónico, un lugar muy bonito y agradable. Muchas de las edificaciones se asemejaban a las que había en La Habana, ya que tuvo la oportunidad de viajar a Cuba hace unos dos años, por cuestiones de trabajo ( claro, que la gran diferencia era que La Habana era un lugar mucho más conocido que este inhóspito lugar). Habían casas muy pintorescas, de estilo colonial, aunque ya la mayoría habían sido derrumbadas o remodeladas a edificaciones un poco más modernas.
Pasó por una galería de mercado, donde habían varios mercaderes, transportando carretas con frutas y verduras y animales de todo tipo para venderlos. Pudo notar también que, aunque era medio día, había muy poco sol, todo estaba bastante nublado y gris. Vio pasar a gente de todo tipo de cultura: morenos, negros, indios, mestizos, incluso blancos de ojos azulados y otros con pinta de asiáticos, que le miraban como si fuera alguien extraño. "Sorprendente", pensó, "Es un pueblo compuesto de gente de todas partes. ¿Por qué será?".
Salió fuera de esa zona concurrida, pasando por establecimientos de todo tipo: ferreterías, farmacias, bares, restaurantes, incluso un edificio medianamente grande, adornado con macetas de flores, y de la que salía una música bailable, pero en otro idioma que no pudo reconocer. A la entrada del edificio habían un conjunto de hombres haciendo fila, y había una señora de unos sesenta años, sentada en una mecedora y vestida con ropas de colores diversos recibiendo dinero de los visitantes en una cesta de mimbre, para que luego de la puerta salieran muchachas vestidas elegantemente, de formas exuberantes, para tomar de la mano a quienes pagaron y llevarlos al interior de la casa. Evidentemente, era un burdel, dijo en sus adentros.
Notó también que gran parte de la calle por la que pasaba no estaba pavimentada, sino que estaba de una tierra marrón con piedras de todos los tamaños, colores y formas.
Hasta que llegó a la playa, había un puerto y un malecón. Salían pequeñas embarcaciones de pescadores con sus redes, listos para adentrarse en el mar, y otros ya regresaban con sus redes llenas de peces y otros ya estaban limpiando y quitándole las escamas al pescado. Cuando vio suficiente para convencerse de que el pueblo era mucho menos misterioso de lo que pensaba, bajó la ventanilla y llamó a un negro que pasaba por allí, que debido a su físico, dio a entender que era pescador. Le pregunté por dónde había un hotel o una posada, a lo que respondió con un tono alegre característico de habitante del Pacífico:
— Buena tarde, mi señor. Por supuesto, allá por las faldas de esa loma, puallá le dan su pieza — dijo señalando una pequeña loma, a unos tres kilómetros de donde él estaba. Más temprano que tarde Ben descubrió que Montejo estaba protegido por una larga cadena de lomas y montañas, sobre las que están ubicadas casitas de colores, como las típicas viviendas que uno suele encontrarse viajando por pueblos del país. Le da las gracias y va en la dirección que el sujeto le dijo, y mientras se va acercando, nota que en una de las montañas más altas se encuentra una casa mucho más grande que la de los demás. Más de cerca parece que es una especie de mansión.
Llegó al establecimiento que el pescador le dijo. Era una casa de madera modesta y humilde, en la recepción había una señora de unos setenta y pico de años, bastante arrugada y deteriorada, a la que le dijo que iba a quedarse un par de semanas, dos a lo máximo. La anciana no hizo mayor gesto, simplemente le miró de pies a cabeza y le dijo con una voz ronca:
— Déjeme decirle que por acá no se ve mucho visitante, hace años no nos llega gente a este pueblo. Así que si la pieza donde se vaya a quedar presenta alguna complicación, dígame y yo llamo al dueño del hostal pa que vea cómo arregla el problema que tenga. Tenga en cuenta que la alimentación corre por cuenta propia, por suerte restaurantes baratos es lo que hay por esta zona. Y si usté es estrato veinte, lo siento pero este es el único lugar que hay pa recibir turistas. Solo hay agua fría pa la ducha, lo siento de verdá si no satisfacemos sus gustos burgueses, pero como decía mi amá: "esto es lo que hay".
ESTÁS LEYENDO
LA MORADA DEL INFAME
TerrorBenjamín Garza, un hombre con un duro pasado que le enseñó mucho, viaja al olvidado pueblo de Montejo a realizar una investigación del trabajo que le va a cambiar la vida. Pero el pacífico viaje resulta en un craso error y todo termina convirtiéndo...