El nombre de Sherlock estuvo mucho tiempo en sus labios, saliendo de todas las formas posibles en una gran variedad de situaciones. Al principio era en un llanto desconsolador, adjunto a un dolor interminable que sólo hacía añicos cada fibra de su cuerpo, que destrozaba el más mínimo pensamiento de lo que fuera, que pulverizaba su abatido espíritu.
Entonces llegó un tiempo en que el nombre de su amor parecía ser sólo un término de desgracia, tristeza y sufrimiento. Algo que anticipaba un frío inalterable en su pecho, unas lágrimas cargadas del más puro dolor insufrible, un recuerdo tormentoso de lo bueno que era vivir.
Sherlock Holmes no era su amante, ni su amigo o compañero. El detective ya no era el todo del doctor, no podía serlo cuando sólo quedaban huesos bajo la tierra.
John Watson ya no podía ser su amante, ni su amigo o compañero. El doctor ya no era el todo del doctor, no podía serlo cuando sólo quedaba un espíritu vacío y solitario deambulando por la tierra.
Ellos ya no eran nada; lo fueron, sí, ¿pero de qué servía un cruel e inolvidable tiempo pasado?
Todo lo que tenía y todo lo que era se lo había llevado Sherlock al dejarse caer a la nada. Dejándole la peor parte, aquellos recuerdos que mientras más los rememoraba más amargos se volvían.
Eso era lo que más le dolía, que aquel sublime amor que mantuvieron era corrompido por el luto y la impotencia, donde día a día se percibía como todo lo contrario a lo que en su momento se sintió. De pronto lo bueno se sintió doloroso, lo amado se sintió vacío, las expectativas del futuro eran meras absurdeces y la soledad parecía la única realidad factible.
Entonces supo que algo debía cambiar. John Watson ya no podía vivir más con un lamentable pasado, de enorgullecerse con lo que en algún momento fue o hubo poseído. Tenía que recuperar algo de su vida, una mínima parte que le volviera a hacer sentir vivo, a gusto.
Estable, seguro y completo. Eso era lo que necesitaba en una relación, algo que no tentara contra su integridad emocional ni física. Algo sencillo, clásico; capaz de satisfacer toda su idea de compañía sentimental.
Pero de pronto y cual obra divina, una amable señorita de cabellos dorados se cruzó en su desdichada vida. Devolviéndole gran parte de cosas que pensó jamás poder recuperar. Todas en un tono diferente y a su propia manera, demostrándole que los sentimientos se repiten, pero nunca de la misma forma. Porque Sherlock Holmes le dio un amor inigualable, pero Mary Morstan le regaló un romance imperturbable.
Eso iba a hacer, estaba a punto de lograr que la relación entre ellos dos engrandeciera hasta la eternidad, todo en un sagrado lazo matrimonial. Porque ver a Mary hacía que la idea del matrimonio cobrara protagonismo.
Un casamiento llegaba a significar muchas cosas, demasiadas; tantas que a John se le hacía imposible no querer apropiarse de varias de ellas, de no aprovechar la oportunidad de conseguir la estabilidad, el cariño y el compromiso que tanto le hacía falta... ¿Qué da más solidez que un matrimonio, que una próxima familia?
Quería intentarlo aunque no fuera seguro, ¿pero acaso había algo infalible en la vida? Nada realmente, pues lo único asegurado entre el cielo y la tierra era la propia muerte.
O por lo menos eso creyó hasta que el que ya no era su amante se apareció, frente a él y a su actual enamorada, como si nada hubiera pasado, como si él nunca hubiera dejado de pertenecerle, como si siguieran siendo del otro.
Entonces recordó todos esos días en que el cielo era color cristal, pero no tenía la más mínima intensión de concentrarse a mirarlo, porque todo lo bueno estaba junto al detective, y todo lo justo los arropaban para que se amaran como quisieran, de la forma que se necesitaran. Y pudo revivir en una mínima de segundo todo el amor que lo había consumido durante sus apreciados años a su lado, pensando en todas las razones por las cuales lo había adorado y deseado.
Y así como recordar su amor por Sherlock había pasado de darle un sentimiento de euforia máxima a uno de pesar y desdicha, ahora sólo podía sentir indignación, enojo y decepción con amarlo, con seguir amándolo.
Pero a diferencia de él, John no tenía el descaro de pretender que nada había pasado, que Sherlock nunca murió y que él jamás pasó un luto absoluto. Porque eso pasó y a John no le quedó de otra que aceptarlo, que seguir con su vida mientras Holmes continuaba la suya lejos, sin tomarse la cortesía de aliviar su dolor con una señal de vida.
¿Eso significaba que su dolor no era nada?
Pues no, porque todo ese dolor significaba algo; algo tan importante que lo derribó en el suelo sin saber cómo continuar con su vida, que le hizo replantearse su rutina y sueños. Todo cambió con la muerte de Sherlock, porque John hizo que todo girara en torno a él.
Amar a Sherlock era sentirse enojado, con el propio detective con él mismo. Pues Sherlock no lo amaba, por lo menos no de la forma en que ellos debieron amarse. ¿Pero acaso eso era sorpresa? No, jamás, porque amar a Sherlock también era estar sorprendido, por él o por lo que pueda o no hacer. La compasión no era un rasgo que resaltara en el detective, mucho menos la empatía; eso era lo que le faltaba a su amor, un poco de compasión hubiera estado bien.
Eso realmente habría ayudado.
Pero no, Sherlock no tuvo el detalle de tenerla al menos por la persona a la que diariamente le juraba amor eterno. Ni siquiera la tuvo en el momento en que volvió a él para darle personalmente la noticia que seguía con vida, sin verse conmovido o mínimamente alterado por verlo después de tanto tiempo.
Luego comenzó a hacer bromas y de un momento a otro supo quiénes eran más importantes para Sherlock como para saber de su falsa muerte. Debe admitirlo, no se arrepiente de usar la violencia contra él, pues era la única forma que tenía de hacerle saber cómo se sentía su dolor, o al menos una pequeña parte de este. Tal vez en algún momento caiga en cuenta de lo que hizo, sin decir "perdón" sólo por protocolo social.
Pero mientras, él se alejaría lo que su corazón se pidiera. Porque mientras Sherlock lo dejaba atrás como cualquier vil conocido irrelevante, John se había esforzado para dejar ir lo que ya no tenía y conseguir algo propio.
El único percance era que entre golpes, llanto, comentarios absurdos, revelaciones y presentaciones, se había dado cuenta que, de todas formas, estaba teniendo de nuevo a Sherlock cuando estaba cómodamente feliz junto a otra persona.
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Asexual - Johnlock
FanfictionEl sexo no era una de las aficiones de Sherlock, pero eso no tenía por qué impedirle mantener una relación con el amor de su vida... Aunque esto fuera más difícil de lo que ambos habían pensado. "La ausencia del deseo abre los ojos para notar sentim...