DOS

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Max salió del apartamento de Hannah diciéndole que aquello no pasaría, por ninguna razón y bajo ninguna circunstancia. También maldijo un poco a Pamela, aunque su mejor amiga aseguró que ella en ningún momento lo había mencionado a él precisamente. Y por último, le dijo que pese a no estar cómodo con su idea, con mucho gusto haría de cuenta como que aquello no había pasado.

—No, quiero que pienses en ello, tómate el tiempo que quieras y solo hazme saber tu decisión final. Si dices que sí, encontraremos el camino. Y si dices que no, entonces yo juro jamás volver a poner la idea sobre la mesa. Pero piénsalo, ¿vale?

Max se marchó negando.

Hannah no había puesto una idea sobre la mesa, había colocado un maldito elefante rosa con tutu de ballet y dejar de pensar en ello sería imposible, con todas sus letras.

Esa noche se fue a dormir a su apartamento con dos ideas en la mente: una de ellas era que tenía que madrugar para asistir a una junta de trabajo y la otra era que aun si su respuesta era un rotundo no, jamás podría volver a ver a su mejor amiga con los mismos ojos.


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Eran las siete de la tarde y había concluido todos los pendientes que tenía programados para aquel día, así que se dijo que merecía un buen vaso de whisky en las rocas. Le envió un mensaje a Dylan y le dijo que quería invitarlo.

Dylan había sido su mejor amigo desde la preparatoria y su amistad había prevalecido porque ambos eran hombres ocupados, centrados y de gustos similares. La única diferencia notoria entre sus personalidades, era que Dylan podía ser mucho más romántico, gracioso y soñador que él.

Llegó a ese bar que habían catalogado como suyo cuando estaban en la universidad y se sentó en el mismo sitio que se habían sentado por varios años. A sus veinticuatro, Max tenía un gusto refinado de paladar y muy pocos sitios de la ciudad le complacían, aquel bar era, quizás, el único que nunca le daba la sensación de estarle ofreciendo gato por liebre, pues si él pedía Macallan 18, eso era exactamente lo que le daban.

Su mejor amigo apareció casi al minuto y se dirigió al taburete donde ya lo esperaban. Una mesera que los conocía desde que comenzaron a ir, se acercó y solo confirmó si beberían lo mismo que en cada ocasión, cuando recibió la afirmativa, se marchó.

—Está a punto de llover — fue el saludo de Dylan.

—No creo que llueva, he revisado la aplicación del clima y solo presenta cielos nublados — explicó Max, Dylan asintió.

La mesera volvió con sus respectivos tragos y tras darle un buen sorbo, Max comenzó a deslizar su índice por el borde de éste, haciendo círculos continuos.

—¿Vas a decirme lo que te ocurre?

—¿Qué? ¿Ya uno no puede invitar a su mejor amigo por un trago?

—Oh no, claro que puedes y, de hecho, tú vas a pagar por esto. Pero te conozco muy bien y sé que solo haces el gesto de los círculos cuando algo denso ronda por tus pensamientos.

—Hannah me ha preguntado si me acostaría con ella.

Dylan soltó un intento de risa y abrió los ojos, entre sorprendido y dudoso, preguntando si aquello iba enserio. Cuando vio que en el rostro de Max no había ni un solo indicio de que estuviera bromeando, cambió la risa por un gesto de labios apretados.

—Wow, amigo, eso sí es algo digno de sentarnos a beber y discutirlo.

—No quiero discutirlo, solo necesitaba decírselo a alguien.

El sexo no estaba en el contrato | 1/3 | Angie JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora